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Memorias
La Correccional de Menores
La construcción, que una vez finalizada, se bautizó con el nombre de Reformatorio de Menores Rudesindo Soto, seguía siendo una obra que enorgullecía a los cucuteños.
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Viernes, 23 de Agosto de 2019

Durante muchos años resultaba familiar a los cucuteños la Correccional de Menores por su edificación en la zona conocida como Rosetal,  lote que había sido escindido del Jardín Amelia, en la que era la principal vía de acceso a la ciudad, para quienes venían de la frontera. Esta indicación resulta necesaria para aclarar que la entrada de los viajeros procedentes del interior del país, era por el puente Benito Hernández Bustos, por aquella época, el único paso vehicular que franqueaba el Pamplonita.

La Correccional de Menores fue fundada en 1939 para desarrollar la función que en aquel entonces se definía como “orientada en beneficio de la juventud delincuente, de los menores infractores, de los niños tarados y de los asociados de tendencias perversas y torcidas”. Inicialmente, sus labores comenzaron en el corregimiento de San Luis, en una casona derruida e inadecuada y sin mayores ayudas oficiales. Las directivas de ese centro, argumentaban que por el desconocimiento de la sociedad, les era bastante difícil cumplir a cabalidad sus funciones, toda vez que la única fuente de sostenimiento lo constituía el aporte que el gobierno nacional les giraba por la suma de  mil pesos anuales y los cuarenta centavos que el Departamento les entregaba por cada ración individual que se les suministraba a los internos. La municipalidad no aportaba “ni un adarme como contribución a los ingresos para el sostenimiento del personal y los servicios”, decían sus directivos.

En 1940, gracias al tesonero esfuerzo del Director de Educación Pública, Alberto Durán Durán, se obtuvo del mecenas  Rudesindo Soto, la donación de los recursos necesarios para construir un edificio que embelleciera la entrada a la ciudad por la vía de Venezuela y contribuyera con una solución práctica el problema de la resocialización de los menores trasgresores de las normas morales y disciplinarias que regían entonces.

Este donativo que hiciera don Rudesindo Soto, además de otras obras de gran valor arquitectónico y económico para los pobladores de esta ciudad fronteriza, fue el último que realizara, pues falleció pocos meses más tarde. En un justo homenaje a su memoria, recordamos algunos de sus más significativos legados, como fueron el Dispensario Antituberculoso, el Pabellón Amelia del Hospital San Juan de Dios y el Hospital Mental. 

La construcción, que una vez finalizada, se bautizó con el nombre de  Reformatorio de Menores Rudesindo Soto, seguía siendo una obra que enorgullecía a los cucuteños, a pesar de no haber podido completar esa gran empresa de bondad, que quizás por falta de un consejo oportuno o de no haber llevado al oído del gran benefactor, la que además de asegurar la construcción, también hubiera asegurado una renta que permitiera la ejecución tranquila  y más eficaz de sus funciones y así evitar la zozobra pecuniaria y las incomodidades de todo orden por los ingresos insuficientes con gastos forzosos e ineludibles, afortunadamente superados en la actualidad con el apoyo de las finanzas del Presupuesto Nacional.

Para la época de la crónica, la necesidad de primer orden que se solicitaba era la dotación de un servicio de agua “abundante”, pues la tubería para los baños,  cocinas, servicios domésticos y patios de deportes era incapaz de abastecer a todas las dependencias. En realidad, el problema era de conexiones pues el suministro se hacía directamente de la toma pública que transcurría a escasos metros de la edificación. Sin embargo, la red de acueducto que recientemente se había instalado, pasaba  frente del edificio y la petición formal que se estaba presentando era de una conexión que además del líquido de la toma se pudiera tener agua potable.

El Reformatorio se había diseñado de manera que sus instalaciones brindaran las mejores oportunidades para que los jóvenes pudieran superar las dificultades que los habían llevado allí.  Se construyeron varios bloques entre los cuales, uno para albergar las oficinas de la administración, otro para los dormitorios y algunos servicios personales como el aseo y el sostenimiento, como las cocinas, comedores y salas de estar. Un componente que integraba talleres, salas de estudio y biblioteca. Un área al aire libre donde se encontraban los patios para la práctica de los deportes y un espacio de terreno en el que se había establecido una granja agrícola. Dentro de las naturales deficiencias por la falta de herramientas y utensilios para el desarrollo de las actividades, puede decirse que dentro de sus limitaciones, las labores y la marcha en general de ese organismo, llenaba si no plenamente, sí en gran parte las finalidades que el Estado perseguía con la conformación de estos centros.

El ambiente moral, el orden, el aseo y la disciplina, eran criterios que se manejaban en bien de la gestión y la redención de quienes llegaban. Una de las administraciones que más se recuerda es la de don Luis María Cote Torres, un verdadero apóstol de la enseñanza, quien con gran acopio de entusiasmo y principios pedagógicos dirigió con cauces de prosperidad la marcha del plantel. Bajo la dirección del señor Cote, estaban en la secretaría, don Luis Castellanos, y en la sindicatura Luis G. Urbina, quienes con gran acierto y consagración ejercían a satisfacción de sus superiores, sus funciones. 

Los cargos profesionales eran desempeñados por el doctor Félix Enrique Villamizar como médico, especializado en enfermedades mentales y nerviosas; el doctor Julio César Delgado, odontólogo y los profesores Luis Francisco Figueroa, Pedro Pablo Rangel, Jesús María Hernández y Argemiro Bautista, quienes se repartían las asignaturas de los cursos de capacitación y educación en general. El reconocido artista maestro Benjamín Herrera era el profesor de música y director del conjunto musical, quien con su espíritu jovial y de gran cordialidad y entusiasmo logró conformar una verdadera orquesta, compuesta de doce menores, que tuvo algunos éxitos en su presentaciones, incluso algunos de ellos fueron contratados en algunas de las agrupaciones, una vez cumplieron su pena. Esta murga u orquestal juvenil, solo tenía cuatro instrumentos, pues los demás formaban la masa coral con inclinación a la vocalización de aires regionales tradicionales. La capellanía estaba a cargo del párroco de San Luis, Pbro. Rubén Rubio. En el año 47, la Asamblea Departamental aprobó la financiación de la ampliación de un nuevo pabellón de talleres por la suma de $3 mil pesos.
Con el advenimiento del progreso y el desplazamiento de las antiguas construcciones, en el sitio del Reformatorio de Menores, se construyó hoy, un moderno centro comercial, olvidándose de las condiciones de obligatoriedad  impuestas por el generoso benefactor.

Por Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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