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Memorias
La cultura musical de antaño
Compositores e intérpretes locales han surgido y brillado en el firmamento artístico del país.
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Viernes, 25 de Mayo de 2018

Después de la reconstrucción, la vida de la ciudad fue retomando paulatinamente el ritmo que había perdido tras la tragedia del terremoto. Conocíamos de antemano las costumbres de nuestros antepasados, narradas detalladamente en las crónicas escritas por Manuel Ancízar en su “Peregrinación de Alpha”. Éstas fueron recuperando poco a poco la regularidad, especialmente las culturales, que a medida que se iban construyendo los escenarios propicios, comenzaron a expandirse y a popularizarse en bien de la sufrida población y una de las artes más destacadas, era la música. 

La cultura musical regional ha sido una de las características que identifica a los individuos de esta zona del país, pues como estímulo que impresiona los sentidos, suscita experiencias estéticas, y expresa sentimientos, pensamientos, ideas y emociones. 

Desde entonces, compositores e intérpretes locales han surgido y brillado en el firmamento artístico del país y el mundo; ha sido una constante en la ciudad, el desarrollo de una cultura en este sentido y por ello, en esta crónica haremos alusión a los actos que en este sentido se presentaban en el pasado, aunque la costumbre se haya ido perdiendo por la aparición de las nuevas tecnologías, que a pesar de expandir las artes, van diluyendo las ilusiones y apagando los sueños. Lo que antes era prerrogativa de unos pocos privilegiados, por fortuna  ahora es material accesible a muchos y lo que antes era restringido hoy está a disposición de la mayoría.

En el año 1945 se presentó en la Escuela de Música uno de los actos culturales más interesantes de esos tiempos y el protagonista fue un personaje de quien poco se  conocía hoy de sus aptitudes y conocimientos musicales. 

El padre eudista Luis Pérez Hernández, poco después sería entronizado como primer obispo de la nueva diócesis de Cúcuta, pero en esa época, además de destacado sacerdote era una verdadera autoridad en el cultivo de las bellas artes. Decían los críticos que siendo la cátedra de la predicación apostólica, su verdadera profesión, con la misma erudición hacía oír su voz para hablar de pintura, de escultura y para ejecutar las notas del difícil arte del pentagrama.

El acto en mención se realizó el último lunes del mes de junio. El R.P. Pérez Hernández fue el centro de atracción del magno evento que cautivó con su fluidez de palabra la atención de la selecta concurrencia. Puntualizó el prestigioso conferenciante, objeto de tan simpática exhibición, sobre la historia, origen y encantos del rey de los instrumentos musicales, su estructuración anatómica y su transformación a través de varios siglos de experimentos de las escuelas de luthiers. La donosura en el dominio de las palabras y el gracejo literario de sus exposiciones hacían del levita nortesantandereano un verdadero cultor de las artes musicales clásicas del momento. Con una magistral exquisitez interpretó con el instrumento de su predilección, el violín, las piezas musicales de Beethoven, entre ellas el Minuett, la Canción de Cuna de Hansser y para culminar su presentación escogió una de las piezas musicales religiosas más sublimes, el Ave María de Schubert, con la cual se llenó el claustro de armoniosa unción dentro del mayor recogimiento y solemnidad.

El acompañamiento musical lo integraban los prestigiosos artistas, en el piano, el maestro Fausto Pérez Mogollón, en los violines, los maestros Pablo Tarazona Prada, recién incorporado a la plantilla de maestros de la Escuela y Angel María Corzo Yáñez, a quien consideraban el más experto y mejor ejecutante de ese enigmático instrumento.

Completando la jornada musical, se presentaron en dúo, ya consagrados por su disciplina y amor al estudio los músicos vocales, alumnos de la Escuela, Danilo Velasco y Jesús M. Monroy. En el chelo, otros destacados estudiantes, la señorita Mariela Luna y el joven Helí Jara y en el contrabajo, Jesús Echeverri quienes contribuyeron a darle al conjunto artístico el ritmo y los matices de un verdadero concierto sinfónico.

Esos actos culturales de mediados de siglo se caracterizaban por la sobriedad de sus participantes, tanto artistas como asistentes, quienes se reunían fraternizando al término del evento y en muchas ocasiones prolongando la reunión varias horas más, durante las cuales continuaban las interpretaciones, ahora más informales casi que familiares, sin que esto disgustara a los artistas; al contrario, se sentían halagados por la simpatía demostrada. Y esto mismo sucedió en esta ocasión. Terminado oficialmente el acto de la Escuela, ya en círculo familiar, en charla sencilla y cordial, el autor de la velada infundió un tinte de gran simpatía al motivo musical, escogiendo al azar y para culminar la velada en la más alta nota de arte, a la espiritual señorita Ligia Ramírez Soto para que ejecutara en el piano una pieza de su repertorio, la que cumplió con gran dominio y con natural y admirable expresión de sentimiento, demostrando así que era el más preciado fruto de la Escuela de Música de la ciudad y la mejor alumna de la distinguida profesora doña Elena Ruiz de Valera. Por esta razón, decían en los corrillos artísticos de esta pianista, que “el sortilegio de sus manos sobre el nácar armonioso, cautivan como por arte de magia la atención de peritos y profanos en el arte de Beethoven.”

Los artistas clásicos comenzaron su declive con el advenimiento de la tecnología y aunque otros estilos musicales fueron apareciendo, la enseñanza de la música clásica, por lo menos en nuestras latitudes ha ido perdiendo simpatías. La Escuela de Música del Departamento fue clausurada años más tarde, la Banda Departamental  sufrió igual destino, así que nuestro ámbito musical, por lo menos en esta categoría, desapareció por completo. Así pues, solo nos queda el acceso a la música culta a través de los medios tecnológicos que coincidencialmente propiciaron su ocaso.

*Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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