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Nuestro primer obispo
El 6 de enero de 1946, día de los Santos Reyes Magos, fue ungido con el título de Señor Obispo de Arado.
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Viernes, 22 de Febrero de 2019

A mediados del siglo XX, la estructura eclesiástica se había expandido por todo el territorio nacional y se consideraba imperativo otorgarle una organización que permitiera un ordenamiento práctico de su feligresía. En la región de los Santanderes, se había establecido desde los tiempos de la Colonia, la Arquidiócesis de Nueva Pamplona, toda vez que esa población se había erigido como el baluarte espiritual y religioso desde el mismo momento de su fundación, y que sirvió además, de punta de lanza de la Corona Española para la difusión, tanto de su cultura como de su religión.

Llegado el momento de tomar  la decisión de otorgarle a la ciudad una categoría que estuviera a la altura de sus realidades, la Santa Sede comenzó el estudio de los candidatos que cumplieran con los requisitos para ser investido como jerarca de esa nueva diócesis. En esa época no había muchos candidatos aunque sí algunos pretendientes, que como sucede en estos casos florecen espontáneamente. Me contaban algunos entendidos, que entre los pocos aspirantes, sobresalía el nombre de uno de los más prominentes sacerdotes del momento. Batallador, ardiente defensor de los dogmas de iglesia, protector de la moral, ilustre orador sagrado y líder que fustigaba con ahínco la inmoralidad y ensalzaba las excelencias del sacerdocio, todas ellas repartidas entre el púlpito y los medios de difusión, los pocos que existían pero que con visión futurista aprovechaba para sus propósitos y los de su apostolado. Me refiero al R.P. Daniel Jordán Contreras, párroco de la iglesia de San José y guía espiritual de la ciudad. Pues bien, dicen las malas lenguas que su recio carácter y su espíritu combativo no eran bien vistos en El Vaticano y lo que se esperaba del nuevo pastor era una persona más calmada, de modales más diplomáticos y digamos que también de familia más renombrada, que no despertara mayores resistencias entre las élites dominantes y lo más importante, preferiblemente oriundo de la región de sus afectos.

Fue así como el 6 de enero de 1946, día de los Santos Reyes Magos, fue ungido con el título de Señor Obispo de Arado, -como se denominaba hasta entonces, la futura diócesis-, por monseñor Perdomo y el Delegado Apostólico de S.S Pío XII, el R.P. Luis Pérez Hernández, sacerdote Eudista, una de las congregaciones que ha realizado la más gigantesca obra docente religiosa a lo largo y ancho, no sólo de Colombia sino del mundo entero. El merecido honor con que ha sido exaltado monseñor Pérez Hernández, es una consagración de sus altas virtudes y envidiables capacidades que adornan y distinguen a la mayoría del clero formado en los seminarios de los Eudistas.

En una breve síntesis biográfica, el nuevo prelado nació en la ciudad de Cúcuta el 25 de agosto de 1894. El hogar católico, el seno patriarcal en que fue orientado y modelada su juventud antes de su incorporación a la comunidad religiosa, en la que fue un sacerdote modelo y una ilustrada inteligencia, tuvo por tronco la meritoria vida de una madre ejemplar y de un padre que fue uno de los más ilustres ciudadanos del Norte de Santander, don Julio Pérez Ferrero y doña Ana Hernández de Pérez. Fueron catorce hijos entre mujeres ejemplares y hombres destacados, entre quienes merecen especial remembranza, tres de ellos; el teniente José María Pérez Hernández, quien murió al servicio de la patria en la selvas del Catatumbo, el ilustre abogado, político y exgobernador Ramón Pérez Hernández y el distinguido hombre de negocios Domingo Pérez H., ciudadano progresista y ejemplar, dueño de grandes condiciones de civilidad y filantropía.

Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, trasladándose posteriormente a la ciudad de Pamplona donde estudió Filosofía y Letras en el famoso Seminario Conciliar. Entre 1914 y 1918, en plena Primera Guerra Mundial, desarrolló cursos especiales en la Pontificia Universidad Gregoriana, de donde regresó a Colombia para recibir su solemne ordenación sacerdotal en la capital diocesana en donde residían sus padres. El 10 de marzo de 1918, fue ordenado sacerdote en la Catedral de Santa Ana, de manos de monseñor Rafael Afanador y Cadena. En esta misma población y en el mismo seminario, continuó como profesor durante los siguientes diez años, en cátedras de filosofía, matemáticas y griego. Al término de este primer periodo de docencia, viajó a Bélgica  para especializarse en ciencias sociales y en los patrióticos basamentos de la Acción Católica. De regreso a su patria, en 1928, fue encargado de la rectoría del Seminario Conciliar de Cartagena, pasando luego, a desempeñarse en el mismo cargo en el Seminario de Santa Rosa de Osos. De allí pasó a ejercer el Vicariato de la Diócesis de Barranquilla y posteriormente nombrado secretario privado de monseñor Juan Manuel González Arbeláez, una de las figuras más controvertidas del clero colombiano.

Continuando su misión, fue nombrado en la rectoría del Seminario Universitario de Usaquén, y poco tiempo después, nombrado Capellán de la nueva Ciudad Universitaria, en los peores años de la reforma del Concordato, cuando el gobierno del presidente López Pumarejo revolucionó la educación, cediéndole al Estado el poder de otorgar los grados y títulos profesionales, que anteriormente eran concedidos por la Iglesia. En ese tiempo dictaba simultáneamente cátedras de Historia y Filosofía en varias universidades y colegios de Bogotá y dirigía un periódico hablado en la Radiodifusora Nacional de gran fama e influencia entre la intelectualidad y el pueblo católico.

Con la sagrada mitra, fue así honrada la frente meritoria de uno de los más grandes valores del clero colombiano. Con su designación, la Iglesia de los Santanderes se regocijó, porque dentro del número plural de ella, que ofrece personajes dignos de ese honor, la fortuna, la gloria y la buena estrella, llamaron esta vez a las puertas de un varón ilustre que representa con dignidad el orgullo del Norte de Santander y de Colombia, como fue su merecida exaltación al episcopado de su tierra natal.

Gerardo Raynaud D.- gerard.raynaud@gmail.com

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