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Memorias
Primeras normas de construcción
Los profesionales del área se sintieron satisfechos con el argumento que se trataba de una innovación en el tema de urbanismo.
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Viernes, 11 de Enero de 2019

Terminando la primera del siglo XX, la ciudad comenzó a experimentar un acelerado desarrollo urbanístico en razón de las oportunidades que venían presentándose con la llegada de las compañías petroleras americanas. Habíamos escrito algo de ello en alguna crónica anterior, pero la construcción de viviendas desplegadas por estas empresas, se habían realizado siguiendo las normas que para esta actividad se aplicaban tradicionalmente, sin importar el país donde se desarrollaban, buscando esencialmente, el bienestar de sus trabajadores, quienes eran su principal activo y los generadores de riqueza, tanto para las empresas como para los países donde cumplían sus labores.

Esta situación permitió que los empresarios regionales avizoraran unas oportunidades que hasta el momento no existían, razón por la cual, comenzaron a aparecer constructores, formales e informales, profesionales o no, que ofrecían sus servicios para levantar pequeñas y grandes construcciones, toda vez que no existían restricciones legales y cualquiera podía construir a su antojo, siempre y cuando tuviera los recursos para ello. Estos hechos comenzaron a generar problemas en las dependencias de la alcaldía, lo que motivó que tuvieran que tomarse medidas para enderezar los entuertos presentados. Algún tiempo atrás, se había creado la Secretaría de Obras Públicas del municipio, pero por ausencia de personal idóneo sus funciones no eran cumplidas eficientemente y por lo tanto, los inconvenientes seguían presentándose sin que se resolvieran como era de esperarse. Por razones como estas, la alcaldía tuvo que apelar a la colaboración del Gobierno Nacional, que a través del Ministerio de Higiene nombró al ingeniero J
orge E. Rivera Farfán, comisionado que ejercía las funciones de Visitador, encargado de solucionar los problemas de desarrollo urbanístico de las entonces ciudades de provincia.

Después de varias semanas y luego de las consultas necesarias para conocer las condiciones de la ciudad, conjuntamente con los funcionarios de la alcaldía, se estableció un muy completo código de construcción, que como era de esperarse, generó toda clase de comentarios y de rechazo por parte de algunos perjudicados, pero especialmente en aquellos que estaban acostumbrados a pasarse, como decían entonces “por la faja” las normas.

Antes de exponer, brevemente las normas, el ingeniero Rivera Farfán fue enfático en señalar que su oficina revisaría y daría aprobación a todos los planos de las edificaciones que fueran a construirse o a las reformas que se hagan sobre edificaciones ya construidas, pero que no se entendería directamente con los propietarios, pues los inspectores de higiene que se habían nombrado, serían los encargados de rendir los informes sobre la marcha de las obras.

El documento como tal, no tenía la condición de código o de resolución, sino que era una relación de normas genéricas que eran establecidas por el Ministerio del ramo al cual pertenecía el funcionario. Estas normas fueron suficientemente divulgadas y entregadas a quienes debían conocerlas y cumplirlas, especialmente a los escasos ingenieros, arquitectos y a los conocidos ‘maestros de obra’, que eran la gran mayoría.

Los principales requisitos estipulados, los cuales he reducido a su más mínima expresión por efectos de espacio, eran: los planos, en planchas de 60 por 40 cms. que debían contener la localización del lote, la planta de cimientos, detalle de las tuberías, la distribución con sus dimensiones y dos cortes, los cuales estaban perfectamente definidos, la fachada y los detalles especiales, entre los que estaban los modelos de las puertas, el tipo de armadura  para sostener las cubierta, incluyendo su inclinación, y en los planos de las construcciones de varias plantas se debía marcar las gradas con sus detalles como las huellas, contrahuellas y descansos, detalle que debía incluir un corte a escala “lo suficientemente grande”. Los planos debían incluir, como apenas es de esperar, la clase de construcción (vivienda, almacén, bodega, etc.), el nombre del dueño, las áreas de construcción y el precio aproximado por metro cuadrado de área cubierta. Al final debía incluir el nombre y la firma del proyectista, así como l
a fecha de presentación.

Con la solicitud de aprobación debía especificarse la clase de materiales que serían utilizados en la construcción así, cimientos, pisos, corredores, muros exteriores, tabiques interiores, cielo rasos, cubiertas y los que se utilizarían para el desagüe a la alcantarilla (aunque ésta aún no se hubiera construido). Igualmente se debía informar la fecha de iniciación de la obra, a los inspectores.

Una sugerencia que hacía el ingeniero Rivera se puede leer en su documento, “junto con las normas anteriormente expuestas, me permito sugerirle aconsejar a todos los propietarios interesados en la aprobación de planos, que no paguen el valor de estos a los dibujantes o proyectistas, hasta tanto no hayan sido aprobados definitivamente, pues la suma que paguen a los dibujantes no les da derecho a hacer ningún reclamo ante esta oficina, por la no aprobación de planos mal presentados”.

Expidida la norma, la polémica no se hizo esperar. Los profesionales del área se sintieron satisfechos con el argumento que se trataba de una innovación en el tema de urbanismo que contribuiría  a darle un aspecto de metrópoli a la ciudad, aunque podría interpretarse como unas trabas al creciente progreso dentro del cual se mueve la ciudad.

Para quienes no ostentaban títulos como profesionales del área, pero con una vasta experiencia en construcción, se decía que la nueva reglamentación obstaculizaría su trabajo, pues en ella se señalaban pautas que “sólo podría salvar un científico”. La discusión más acalorada se centraba en quienes construyeran en las barriadas o en los sectores urbanos de viviendas obreras, que no pueden costear un plano como el reglamentado y por ello, solicitaban que para no reducir a la inactividad a todos aquellos que han prestado sus nobles servicios, como eran los pequeños constructores, se tuviera en consideración su situación, lo cual al parecer sucedió, pues los inspectores poco se aparecían por los sectores antes mencionados.

*Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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