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Ocaña
40 años de impunidad, búsqueda y resistencia en Ocaña
A los hermanos Sanjuán Arévalo se los tragó la tierra.
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Javier Sarabia Ascanio
Javier Sarabia
Categoría nota
Sábado, 30 de Julio de 2022

Una pesadilla sin fin vive los integrantes de la familia Sanjuán Arévalo, por la desaparición forzada de los hermanos Alfredo Rafael y Samuel Humberto, hace 40 años en la capital de la República a donde viajaron con muchas ilusiones a continuar con los estudios superiores.


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“Hemos movido cielo y tierra, pero no los hemos encontrado, mis padres lloraban todas las noches y murieron de pena moral ante la prolongada ausencia”, narra la hermana Yolanda Sanjuán quien no se resiste a olvidarlos y adelanta una gran cruzada a nivel nacional para descubrir a los responsables de esa infamia.
 
Ambos oriundos del municipio de Ocaña aún permanecen vivos en los corazones de sus seres queridos quienes no pierden las esperanzas de conocer la verdad. “Se los tragó la tierra, el dolor en el alma no desaparecerá hasta cuando corramos ese manto de impunidad y veamos el rostro de las verdugos que torturaron, mataron y enterraron a unos jóvenes por el simple hecho de soñar en la transformación de un país”, agrega la señora que lidera el colectivo de búsqueda de personas desaparecidas.


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El llanto jamás se secará, mientras los ojos sean testigos del horror y la muerte de inocentes que persiguen la reivindicación de los derechos humanos, manifiesta.
 

Los familiares guardan las esperanzas de saber la verdad.
 
Los trece del patíbulo 

 

En ese trasegar por todo el territorio nacional las mujeres encuentran dramas similares de víctimas en el mismo periodo del régimen del terror al final del mandato de Julio César Turbay Ayala y comienzos de Belisario Betancourt Cuartas en el año 1982. 
 
En la lista aparecen 13 jóvenes universitarios con ideales diferentes quienes no llegaron a sus hogares y desde entonces los seres queridos viven en una incertidumbre.
  
Corresponden a Edilbrando Joya Gómez, Jesús Antonio Medina, Gustavo Campos Guevara, Rodolfo Espitia Rodríguez, Edgar García Villamizar, Pedro Pablo Silva Bejarano, Rafael Prado Useche, Hernando Ospina Rincón, Orlando García Villamizar, los hermanos: Bernardo Elí y Manuel Darío Acosta Rojas; Samuel Humberto y Alfredo Rafael Sanjuán Arévalo, estos últimos oriundos de Ocaña y desaparecidos el 8 de marzo de 1982.


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Tiempo después se reporta la muerte del profesor Alberto Alaba Montenegro y las intimidaciones del antropólogo Orlando Falls Borda, indican los familiares.
 

La familia Sanjuán Arévalo lleva 40 años buscando a sus seres queridos desaparecidos en la capital de la República.
 
Alegría en tragedia 

 

En el seno del hogar conformado por el conductor de volqueta Alfredo Sanjuán Quintero y la ama de casa Élcida Arévalo nacieron 9 hijos quienes estudiaron en el colegio nacional José Eusebio Caro de Ocaña.
 
Cuando los muchachos estaban en la edad de seguir los estudios superiores deciden radicarse en la ciudad de Bogotá con el fin de mitigar los gastos y todo era alegría, narra la señora Yolanda.
 
Alfredo Rafael y Samuel Humberto ingresaron a la universidad Nacional y Distrital en un sueño hecho realidad. En la capital hicieron amigos, comenzaron a integrar movimientos juveniles y a pintar murales del Che Guevara donde plasmaban esos deseos de cambio de la sociedad, sin imaginar que los pensamientos de una nación justa y equitativa les iba a costar sus vidas.


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40 años después fue declarado como un crimen de lesa humanidad y está referenciado como el primer caso colectivo de desaparición en el país. 
 

La familia Sanjuán Arévalo lleva 40 años buscando a sus seres queridos desaparecidos en la capital de la República.
 
Factor social  

 

La señora Yolanda Sanjuán integrante de la Asociación de Familiares Detenidos y Desaparecidos, Asfaddes, manifiesta que no descansará hasta saber la verdad.
  
Con lágrimas en sus ojos narra esos momentos aciagos cuando las garras asesinas arrebatan esa ilusión. “Muy duro conocer que fueron sometidos a las peores torturas y vejámenes. Violaron los derechos fundamentales del hombre”, agregó.
 
Recuerda esos dramáticos momentos cuando las horas pasaban y sus hermanos no llegaban a la casa. “Es como una película que nunca termina en nuestras mentes, los episodios parecen de ayer, están intactos. Alfredo era muy piloso estudiaba ingeniería catastral en la Distrital y arquitectura en la Nacional. Mientras que mi hermano menor, Humberto antropología en la misma universidad. Ambos recibieron los títulos de manera póstuma”, señala.
 
Era una familia ejemplar, unida y que experimentaba una curva ascendente. En medio de la camaradería hacían pancartas, escribían consignas, pintaban grafitis y murales. “La imagen del Che Guevara de la universidad Distrital fue dibujaba por mi hermano Alfredo, quien tallaba el rostro en madera y los vendía en la plazoleta de León de Greif. Eran felices y contentos participaban de las manifestaciones, pero nunca sospecharon que iban a sufrir ese flagelo de la desaparición forzada”, precisa.


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Eran muy sensibles con los aspectos sociales y desde el Consejo Estudiantil defendían la calidad de la educación, las cafeterías, restaurantes y residencias. Por estar en las luchas no midieron el peligro que los asechaba. Eran bastante combativos y una revuelta de tres días ocasionaba el cierre de la universidad por un año.

La familia Sanjuán Arévalo lleva 40 años buscando a sus seres queridos desaparecidos en la capital de la República.
 
Episodios tristes 

 

Dentro de la universidad mataron al estudiante Patricio Silva Rúales y se formó la revuelta, mientras los jóvenes tiraban piedras comenzaron escucharse tiros y detonaciones.
 
Ese día Alfredo demoró en llegar a casa y la angustia comenzó a apoderarse de los familiares. A la media noche el alma volvió a los cuerpos ya que apareció y contó lo sucedido.
 
Sin embargo, el lunes 8 de marzo de 1982, la mañana amaneció bastante fría como presagio al desenlace fatal. Al mediodía Alfredo no fue a almorzar y la incertidumbre comenzaba a rondar el barrio, su hermano Humberto, luego de reclamar un certificado judicial para alternar el trabajo con el estudio, salió a buscarlo y no regresó a dormir.
 
 “Mi papá amaneció en la ventana mirando para arriba y abajo, con la angustia dibujada en el rostro. Al otro día comenzó un recorrido por las distintas instituciones para encontrar a sus hijos”, recalca.
 
Visitaron a familiares, anfiteatros, estaciones de la policía, cárceles, la prensa y hasta el salto de Tequendama, pero no había rastro.
  
El desesperado padre procedió a escribir a Turbay Ayala como presidente saliente y a Belisario Betancourt para buscar ayuda, pero el estatuto de seguridad de ese entonces era muy represivo.

“Llevamos 40 años en esta lucha y han aparecido muchos casos con estudiantes, el padre Javier Giraldo, fue guía fundamental dentro de ese caminar. La cruz es muy pesada y solo es comparable con las madres de la plaza de mayo en territorio argentino”, exclama.
 
Desde entonces participan en marchas con claveles blancos, pancartas, mostrando las fotografías, pero la impunidad es total.
 
Instaurado denuncias ante los organismos internacionales de Derechos Humanos, la Procuraduría delegada de las fuerzas militares y el Juzgado Noveno de Instrucción Criminal donde están implicadas varias personas sin embargo no se hace justicia.


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Las universidades rinden homenaje a los desaparecidos mientras las familias guardan la esperanza de saber la verdad.


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