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Así se crece siendo niño trabajador
La dulce y amarga vida que le ha tocado saborear a cientos de niños colombianos.  
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Keila Vilchez
Keila Vílchez B.
Sábado, 21 de Julio de 2018

Damián Alejandro Gómez Castaño tiene 26 años, desde que tiene siete trabaja para aportar parte del alimento de su familia, integrada por siete hermanos, y a la que llegó cuando apenas tenía 2 años luego de ser adoptado.

Él forma parte de las 6,8 millones de víctimas del conflicto armado colombiano (según la Unidad de Atención y Reparación Integral a las Víctimas del Conflicto Armado), situación que hizo huir a su familia de Puerto Berrío, en Antioquia. Siendo el más pequeño de sus hermanos salía con su madre, Ana Deli Castaño, a caminar por las calles del barrio Niña Ceci vendiendo verduras.

A las 6 a.m. comenzaba su jornada diaria que concluía a las 12 del día, luego de recorrer la mayor cantidad de cuadras posible. Cuando entró al bachillerato su horario laboral cambió porque nunca se permitió dejar los estudios, incluso, cambiando el tipo de mercancía. Ahora la carreta estaba repleta de chanclas, y sus recorridos eran más cortos, pues instaló su puesto de venta frente al supermercado El Flechazo, ubicado justo frente a la sede de la Fundación Creciendo Unidos, dedicada a transformar la vida y las realidades de los niños trabajadores. 

A los 14 años ingresó a esta organización social, a cual aún pertenece, que trabaja con casi 400 niños en Cúcuta, Tibú, Sardinata y Bucarasica.

Allí hizo un curso de marroquinería con la fundación, que le permitió adquirir otras destrezas y obtener una mejor remuneración para ayudar más en su casa, sin necesidad de recorrer tantas cuadras y sin que la jornada laboral fuera tan extensa. Así pudo dedicar más tiempo a lo quería: estudiar.

“Yo siempre he estudiado, al trabajar no se me vulneró mi derecho de ser niño, me hizo más maduro sí. Nunca fui obligado a trabajar, siempre lo hice por voluntad propia, porque mi mamá estaba muy mayor y tenía que ayudarla”, dijo.

Gómez es el caso que lleva más años en formación dentro de la fundación, y ya culminó su formación profesional como comunicador social en la Universidad Francisco de Paula Santander (Ufps). Sigue en la organización, porque está convencido que hay más pequeños trabajando que cómo él necesitan de una mano para no desistir en seguir estudiando.

“Voy a sitios como Cenabastos a darle charlas a los niños de este sector. Me interesé en estudiar algo relacionado con el trabajo social, porque hay formas de trabajo infantil, están las peores, pero también las dignas que es la que defendemos”, precisó.

La dulce y amarga vida que le ha tocado saborear a Damián Gómez también le ha tocado a otros cientos de niños colombianos.  

En el país hay 869.000 niños y adolescentes entre los 5 y 17 años trabajando, según los datos que maneja el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf) y Cúcuta ocupa el puesto 11 en la tasa de trabajo infantil. Nieva tiene el primer lugar. 

La fundación me permitió en formarme en temas de derechos juveniles, derechos infantiles, qué era la infancia trabajadora. Ahora, tengo una visión más crítica, que una visión gubernamental que simplemente sataniza el trabajo infantil”, precisó.

Dentro de la organización ha sido delegado nacional para la coalición contra la vinculación de los niños del conflicto armado, y hace un mes estuvo en Europa mostrando su experiencia a través de la fundación. Acudió a 18 colegios, dos universidades y cuatro actos públicos. 

El fenómeno del trabajo infantil ha existido de siempre, queremos cambiar la visión que se tiene. Colombia está suscrita al programa de erradicación del trabajo a nivel mundial con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), pero nosotros vamos más allá y trabajamos con las causas, para ver en qué forma podemos intervenir en ese niño y ese hogar”, precisó.

En Sardinata

Carlos Omar Jiménez Moncada, de 22 años, conoce bien a Damián. Le ha tocado vivir al igual que él la realidad de laborar cuando cumplió 11 años. Vive en Sardinata, donde convivió en medio del conflicto armado, sus varios trabajos y sus estudios.

Empezó ayudando a su tío en el área de construcción. Lo hacía en vacaciones o cuando tenía varios días libres en el colegio. De resto ayudaba a su padre como carretero. “Lo tenía que hacer, nadie me obligaba, pero había que suplir las necesidades de la familia”, dijo.

La variedad de sus oficios cambió, al ofrecer tutorías a su primo, que estudiaba el mismo grado que él. Su tío le pagaba por ello. 

Entró a la fundación que de la mano con el colegio Nuestra Señora de Las Mercedes hizo su vida más juiciosa y sólida. Logró hacer un curso de inglés y a los 17 años fue contratado por la única mujer a la que considera sí lo explotó laboralmente.

“Me pagaba 10 mil pesos por dar clases, cuando yo le retribuía más de 200 mil pesos diarios. Salía del colegio al mediodía, y a la 1:30 p.m. viajaba hasta La Y de Astilleros, en El Zulia, donde impartía clases de inglés a personas adultas.  A los 17 años esto me hizo más fuerte, porque a las 6:30 p.m. debía estar de vuelta y ponerme hacer los compromisos escolares”, precisó.

 Actualmente, cursa el sexto semestre de comunicación social en la Ufps, donde es becado y tiene un programa de radio en la emisora comunitaria Sardinata Stereo. “Crecí siendo un niño trabajador y con orgullo lo digo. El trabajo dignifica, lo que no es digno es obligar a un niño hacerlo y explotarlo”, enfatizó.

El apoyo de la fundación creciendo unidos

La Fundación Creciendo Unidos (FCU) se constituye en un ente jurídico en 1994 con unos objetivos fundacionales como: formación en derechos, nivelación escolar, capacitación socio laboral, acompañamiento sicosocial, organización para la participación protagónica y apoyo al desarrollo de las comunidades en Bogotá, Norte de Santander (Cúcuta, Tibú, Sardinata y Bucarasica), Chocó y Risaralda.

 La práctica desarrollada a lo largo de tres décadas, le ha permitido a la Fcu profundizar en el conocimiento de la problemática de la infancia trabajadora y en función de ella, estructurar respuestas, estrategias de intervención relacionarse con organizaciones sociales y posicionarse como un actor en el ámbito local, nacional e internacional con capacidad de interlocución frente a entidades públicas, sociedad civil, universidades y organismos no gubernamentales relacionados con el tema.

El coordinador regional de proyectos de la fundación, José Vicente Prada, explicó que durante estas más de dos décadas vienen teniendo incidencia en las zonas vulnerables de Norte de Santander.

“Se viene desarrollando programas que llegan a estas familias vulneradas, en el caso de Cúcuta en sectores como Cenabastos, Colombia 1 y Niña Ceci, donde se ha implementado programas formativos, educativos, apadrinamientos que vienen desde Italia, a través de los cuales se les garantiza al niño sus implementos escolares, y becas, incluso, a nivel universitario”, precisó.

Además, a través de la fundación se le hace un acompañamiento y seguimiento durante todo el tiempo necesario.  “Donde se les brinda atención psicosocial, psicoeducativa, pedagógica”.

En la región, la fundación hace ejercicios de empoderamiento de derechos, promoción de espacios de incidencia, promoción de la organización infantil y juvenil, a través de la cual el niño hace un empoderamiento de su realidad, para ser capaz de transformarla. Esto se está reforzando en municipios como Tibú, Sardinata y Bucarasica, donde se quiere encaminar a los pequeños hacia una nueva cultura de infancia, donde se conviertan  ellos mismos en actores garantes de propios derechos.

En estos momentos queremos implementar, gracias a un convenio con la embajada francesa, las herramientas digitales. Es decir, que en las zonas apartadas de estos municipios puedan hacer uso de tabletas y así profundizar en temas de organización, incidencias. Y que los niños tengan esta experiencia tecnológica a la mano”, indicó Prada.

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