Cuando les preguntaron a los niños de El Carmen cómo imaginaban un parque y cómo lo diseñarían, tal vez, lo último que pensaron era la posibilidad de que sus modelos de transporte aéreo interplanetario iban a ser una realidad.
Entusiasmados, con tiza, lápices de muchos colores, cartones, y un piso que resultó buena herramienta de dibujo, más instructores esperanzados al verlos dibujar amparados por las montañas propiciamente tranquilas, recrearon mundos posibles, muy lejanos, donde no había más que fantasía.
En El Carmen, pueblo patrimonio y de especial interés para el Ministerio de Cultura por su riqueza arquitectónica y paisajística, curiosamente no había un lugar para el que los niños jueguen y, de no ser por este proyecto con el que el Gobierno Nacional les dio un rincón para recrearse, seguirían haciendo de sus patios, algunos miradores y la plaza principal sus únicas zonas de juegos.
Sin embargo, en noviembre del 2016 un equipo del Ministerio llegó dispuesto a seguir trabajando por la preservación patrimonial del pueblo, pero también a dejar un estímulo para aquellos que tendrán, en poco tiempo, la misión de cuidar uno de los pueblos más emblemáticos de Norte de Santander y en el que el Plan Especial de Manejo y Protección de su patrimonio es una prioridad.
“Cerca de 500 niños del municipio no tienen parque infantil”, cuenta Tatiana Plazas, asesora del Ministerio, quien explica que el proyecto surgió de una propuesta de fortalecimiento y recuperación de técnicas constructivas y oficios tradicionales identificados en el municipio.
Cada pieza es única y requirió cortes especiales, según relatan los constructores, que invirtieron dos meses en la elaboración.
Allí, la carpintería es una de las labores que algunos miembros de la comunidad desempeña, cuyo trabajo en madera caracteriza las fachadas, puertas y ventanas del lugar.
Mientras los pequeños diseñadores estampaban su rincón de juego, varios carmelitanos participaron en un proceso de formación de 60 horas de carpintería, es decir, más manos que harían parte del juego y la realidad.
“Los dibujos fueron la base del diseño y, aunque fue retador convertir la expectativa en una estructura posible, también se tuvo en cuenta que el dispositivo lúdico generará mejoras en la motricidad, el equilibrio y otras necesidades de los niños”, agrega la experta.
Carlos Pérez Brand, quien trabaja en la Escuela Taller de Bogotá y es constructor de escenografías, fue el encargado de liderar la elaboración del parque, experiencia que describe como una toda una aventura.
“Iniciativas como esta, de construir algo ideado por los niños, ya se habían intentado pero esta tuvo una conclusión acertada”, afirmó. “A partir de los diseños de los niños, empezamos a buscar el sitio, y la alcaldía lo ubicó junto al polideportivo”.
El lugar, hasta hacía poco abandonado, actualmente está en adecuaciones, como el encerramiento y la limpieza del lote, y solo se está a la espera del corte de la cinta para que los niños jueguen.
Cómo se hizo
La elaboración de la estructura no fue fácil, debido a que se trata de tres naves que debían reflejar las ideas de los pequeños, pero también ser seguras, cómodas y con un diseño estructural sólido.
Es tan único el proyecto que, incluso a los adultos pareciera que les cuesta describirlo.
“Tiene una nave grande con escaleras y en la parte de atrás un tobogán”, relata Roberto Portillo, ingeniero carmelitano y coordinador local de la idea. “A esa nave pueden subirse y tiene una escotilla; otro tiene elementos como un túnel y cuerdas, y la tercera parte, incluye columpios diferentes con forma como de avioncito”.
Portillo, quien acompañó paso a paso la construcción y asegura que ayudó con todo, “¡excepto con la pegada!”. Dice que el proceso fue complicado y “los cortes son la locura”.
Ahora, está encargado del cuidado de la estructura y de mantener viva la ilusión de los niños, mientras se entrega el lugar.
Pérez recuerda que tanto los participantes en el diseño, como otros curiosos iban a diario al taller a presenciar cada movimiento, cada corte único y a convencerse de que este sería el primer y único parque creado por niños, y que eso haría más único su pueblo.
“La gente siempre estuvo muy atenta, involucrada, y para los niños era increíble ver el proceso, y decían, yo hice esta parte, y yo la otra”, manifiesta Pérez. “Cada corte, cada pieza, es único, como el diseño mismo”.
Tal vez fue ese el paso más complejo de todos: dar forma real a algo que nunca se hubiese podido elaborar con madera, cuya escogencia también hizo parte de la aventura.
“La gente, de todos modos, estaba incrédula por el resultado, porque creían que la madera resultaba menos resistente”, cuenta. “Pero hicimos un proceso de secado largo, impermeabilización total, y recubrimientos que garantizan la vida útil de la estructura”.
Pérez también reconoce que faltaba ese espacio especial para los niños, ahora incluidos en el mundo de los adultos.
“Es como si ellos tuviesen que adaptarse a la forma de vida de los adultos, pero con el proyecto se recupera la inclusión infantil, para que no tengan que ser adultos desde tan temprana edad”, dice. “Aunque el parque es dado por el Estado, ya es suyo y es una forma de decirles que ese Estado piensa en ellos y que el patrimonio no es solo para los grandes”.
De ahora en adelante, ellos podrán incluirse en esa proyección adulta, de patrimonio, turismo, negocios y conservación.
“Están felices porque los grandes no van a poder jugar allá, y por fin hay algo solo para ellos”, dice, mientras recuerda que con un poco más de tiempo pudo haber logrado construir esos extraterrestres que también servían para encaramarse, pero no había tanto espacio, al menos, no en esta zona de la galaxia.