Yo todavía cuando me acuesto a dormir, lo encomiendo”, dice Juan Rodríguez Cañizares, mientras se persigna rápidamente, como espantando el revoloteo de una idea trágica que llega cuando piensa en Numael Rodríguez Arenas, su hijo perdido desde 2005.
Apenas musita las palabras porque habla muy bajito y le brillan los ojos, a veces con ilusión, a veces con lágrimas, mientras aprieta y dobla con las manos el vaso plástico en el que le sirven un café, al ritmo de cada recuerdo del hijo desaparecido, y del asesinado por paramilitares en el corregimiento La Victoria (Sardinata).
Abandonó su finca fértil cuando desapareció Numael, y dejó sus cultivos de yuca, fríjol, cacao, y todo lo que quería plantar, porque en Sardinata “la tierra es bendita”. Por fortuna, allá mismo pudo darle sepultura a uno de sus hijos, pero del otro, no sabe nada.
Desde entonces no ha logrado retornar al pueblo y vive, todos los días y todas las noches, pidiendo por ese joven al que se llevaron y hoy quiere de regreso.
Carmen Cecilia Torres también hace las plegarias nocturnas por su único hijo: Sergio Ómar Abril Torres, un mototaxista que trabajaba en El Escobal y no volvió a su hogar desde abril de 2010.
Las plegarias no son todo lo que hace para recordarlo, pues cada vez que habla de él lleva consigo un pendón con su fotografía, que desenrolla con absoluto cuidado y le arma una especie de altar.
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Alrededor de la imagen de Sergio ubica los mensajes que le ha escrito al Estado: que está cansada de llorar; que hay impunidad, abandono y olvido; que a nadie le importa su dolor, y que el 28 de mayo, día en el que las madres nortesantandereanas son homenajeadas, ella no tiene nada que celebrar.
Desde que Sergio se perdió, Cecilia no volvió a dormir tranquila. “Está uno las 24 horas del día martillando”, dice, señalando su sien con el dedo índice, mientras revisa sus carteles, para afirmar sus pensamientos y su discurso.
Sin embargo, ha aprendido a ser más resistente desde que escucha las historias de aquellos que tienen más familiares desaparecidos, o muertos, y se consuela al pensar que otros sufren más.
Su cambio es notorio, y pasó de ser una mujer visiblemente entristecida y sola, a alguien que ve y acoge a cada una de las víctimas de desaparición forzada como a un nuevo familiar.
Todos a su alrededor notan la transformación, aunque el duelo incompleto sigue ahí.
Balbino Estupiñán también aprendió a ser fuerte; tal vez por su origen araucano, o tal vez por los cinco familiares que le mataron violentamente, y los dos que están desaparecidos: Ramón Robledo, un sobrino perdido en 1996, y Bonifacio Estupiñán, su hermano, en 1985.
“A ratos se le quitan a uno las ganas de seguir en esto”, dice luego de un suspiro y una larga inspección al techo. “Pero el dolor como familiar le hace a uno persistir”.
La resistencia
Los tres coinciden en que no hay avances en las investigaciones; incluso en que la justicia ha intentado archivarlas, “como dándoles de baja, y no, ellos están desaparecidos, hasta que nos los entreguen”, dice Cecilia.
Los tres son también parte de un grupo de 35 familiares de desaparecidos que augura, con absoluta firmeza, que el proyecto de la exposición fotográfica ‘Rostros que esperan’, organizado por la Fundación Progresar y Pnud Colombia, removerán los casos de sus familiares.
“Ojalá tengamos razón de ellos”, afirma el uno, mientras los otros asienten con la cabeza y hacen un gesto de resignación. “Ojalá”.
Para Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar, la galería en la que se exponen las historias es el punto de partida para lograr dos metas: llamar la atención de las autoridades judiciales para resolver los casos, y sensibilizar a la ciudadanía, con una actividad pública y notoria que haga de la desaparición un hecho de conocimiento masivo.
“La exposición es un homenaje y un reconocimiento a todos esos familiares que resisten y esperan, mientras campean la injusticia y la impunidad”, dice. “La desaparición forzada debe acabarse, porque sigue ocurriendo, especialmente en Cúcuta y el área metropolitana”.
Pero además del homenaje, la expectativa es salvaguardar las horas de testimonios, de recuerdos, de anécdotas y lugares de la memoria de los participantes, debido a que en su mayoría son de la tercera edad, o tienen enfermedades catastróficas que se acentúan mientras aguardan.
Sin embargo, el anhelo los mantiene en pie, con las mismas preguntas de hace años, la ilusión de abrir la puerta o contestar el teléfono y tener una respuesta, un lugar para buscar, descansar, mientras sus canas brotan y la esperanza es la única que se mantiene intacta.
Para recordar
La exposición estará abierta al público durante el mes de mayo en la Quinta Teresa (Cúcuta). Luego, se trasladará a las universidades de Cúcuta, y enseguida a Tibú, a los puentes internacionales y Bogotá.
Un año duró el trabajo de recopilación de datos, entrevistas, imágenes y videos de los 35 familiares de los desaparecidos que aparecen en la exposición, quienes recibieron acompañamiento psicológico permanente con una estregia diseñada para ellos, llamada ‘Acción sin daño’.
La Fundación Progresar atiende 505 casos de desaparición forzada. Se tiene conocimiento de que 65 de ellos están sepultados en la frontera, del lado venezolano.
En lo corrido de 2017, la Fundación Progresar ha recibido 15 denuncias de casos de desaparición forzada en la región.
Muchos de los familiares de los desaparecidos saben dónde están los cuerpos, quiénes fueron los autores de las muertes, pero sus denuncias no son atendidas, según indica la Fundación.