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El ‘viacrucis’ de Las Mercedes
Sus pobladores viven un calvario, por el olvido en el que los tiene el Gobierno y los enfrentamientos entre la Policía y la guerrilla.
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Cristian Herrera
Sábado, 20 de Junio de 2015

La angosta y acabada vía que lleva al casco urbano del corregimiento Las Mercedes, en Sardinata (Norte de Santander), deja entrever el abandono al que, según sus pobladores, ha sido sometida esta localidad, de aproximadamente tres mil habitantes.

Tal vez por eso, ese camino empedrado y arenoso está señalizado con diversas estaciones de cruces, indicando que, así como lo hizo Jesucristo, sus pobladores viven un calvario, no solo por el olvido en el que los tiene el Gobierno, sino también por la guerra que se vive entre la Fuerza Pública y la guerrilla, como quedó demostrado hace casi tres semanas, cuando atacaron la subestación de Policía, dejando un uniformado muerto y otro herido, además de cuantiosos daños materiales.

Después de desviarse a mano derecha de la vía que lleva a Ocaña y andar por dos horas, las espesas montañas de la cordillera oriental se abren para dar paso a esa población, que a pesar de estar inmersa en el conflicto armado que se vive en el Catatumbo, hoy busca salir adelante.

El temor se percibe una vez se llega a este corregimiento, pero la calidez de sus habitantes permite al visitante darse cuenta de que sus pobladores buscan un mejor futuro sin dejarse apabullar por los grupos armados ilegales que hoy los invaden.

Por un buen futuro

A pesar de llevar varios años siendo víctimas de ataques, de no contar con un corregidor y no tener un solo representante en el Concejo de Sardinata, esta comunidad se ha organizado y junto con los líderes comunales y veredales están diseñando un plan de desarrollo comunitario que les permitiría evolucionar con la agricultura y la madera.

Además, esa unión, asegura la misma comunidad, servirá para tener un concejal que los representará y será el encargado de llevar ante el gobierno local, departamental y nacional los proyectos que tienen.

“Estamos seguros de que en las próximas elecciones sacaremos aunque sea un representante al Concejo, aunque si todos nos uniéramos tendríamos hasta cuatro. Ya llevamos 15 meses reuniéndonos para organizarnos y sacar adelante a Las Mercedes y que en el departamento nos dejen de ver como una piedra en el zapato”, señaló Giovanny Pedroza, líder comunal.

Los cultivos ilícitos, como los mismos líderes comunitarios dicen, los tienen cansados, pues precisamente esos son los que han provocado que la población esté en medio de una guerra que les ha dejado muertes, daños materiales y desolación.

“Acá sabemos que las montañas son de la guerrilla, pero el pueblo es de nosotros y estamos trabajando por un mejor bienestar”, indicó otro representante de la comunidad.

Agregó: “con Pastoral Social de Cúcuta, y otras organizaciones internacionales nos hemos sentado a hacer la propuesta que hoy está en borrador. Ya tenemos focalizados algunos problemas como la falta de vías, tanto la principal, como los ramales y es ahí donde tenemos que centrarnos para luego sacar adelante la agricultura y la madera”.

Y precisamente esa falta de vías, los llevó a montar un peaje a la entrada del pueblo, donde todo vehículo paga cinco mil pesos al salir. Según Pedroza, con ese dinero pagan la retroexcavadora que hoy le hace mantenimiento a la carretera principal por donde entran y salen un gran número de volquetas, camionetas y motos.

A bala y sangre

Pero todas esas ganas de progresar en muchas oportunidades se ven opacadas no solamente por el abandono del Gobierno, sino también a causa del conflicto armado que se vive en esa parte de Norte de Santander, considerada la puerta del Catatumbo.

El más reciente ataque armado que sufrió Las Mercedes, el 1 de junio, así lo demostró. La guerrilla, en su lucha contra las Fuerzas Armadas, atacó la subestación de Policía, dejando un uniformado herido y otro muerto, y destruyendo varias viviendas aledañas a este lugar.

Esos ataques, que en muchas ocasiones son constantes, han llevado a que el miedo y la zozobra que invaden a los habitantes, provoquen un desplazamiento interno y externo.

Por eso hoy, al hacer un recorrido por los sectores aledaños a las instalaciones de la Policía, no es raro ver las viviendas cerradas con enormes candados en sus puertas. Ya nadie vive en muchas de ellas.

Actualmente a esas casas abandonadas, alrededor de las instalaciones policiales, nos las quiere nadie, según sus dueños, porque es un riesgo vivir en ellas por los constantes y enfurecidos ataques de la guerrilla.

“La gente prefirió irse de ellas porque cada vez que hay un ataque los invade el miedo, pues saben que existe la posibilidad de que una de las bombas lanzadas desde las montañas, caiga sobre sus hogares, como ya ha pasado. Además, no las pueden vender porque la guerrilla lo prohibió”, sostuvo un habitante que pidió no ser identificado por seguridad.

A todo esto se suma que a diario, después de las 6 de la tarde, los habitantes que se rehúsan a abandonar sus casas, tengan que salir con algunas de sus pertenencias a dormir a otros sitios del pueblo, donde no corran tanto riesgo.

“Acá toca así porque en cualquier momento hay ataques, aunque cuando se va a dar uno grande, la guerrilla manda a una persona a avisar. Ya estamos acostumbrados a eso, no podemos hacer nada. Mientras que la Policía pone los muertos nosotros ponemos los daños materiales”, señaló otro líder comunal.

Por eso, cuando muchos de los habitantes vieron en La Opinión fotos de los policías apostados en este corregimiento, durmiendo en los andenes, no les causó impresión, pues ya están acostumbrados a eso, “algo normal en la guerra que se vive aquí”, sostuvo un habitante.

Se salvó de morir

Héctor Velázquez López, de 63 años, lleva viviendo en Las Mercedes 48 años. Hoy, es una de las tantas víctimas que ha dejado la guerra que se da en esta población del Catatumbo.

El hombre, según cuenta, llegó a vivir a esta población con la ilusión de construir un buen futuro, para que cuando tuviera más de 50 años, estuviera tranquilo; sin embargo, desde hace una década las cosas no le vienen saliendo como las planeó.

Velázquez compró una enorme casa en el barrio Belén, sector ubicado a la salida hacia el corregimiento Luis Vero. Para no estar solo, decidió alquilarle una de las cinco habitaciones a una sobrina para que viviera con su esposo.

Pero desde hace más de ocho años, cuando la Policía decidió alquilar el hotel que quedaba a tres casas de la suya, para montar la subestación, la vida le cambió para mal, pues la guerrilla arreció los ataques y hoy su residencia está en ruinas, y lo peor de todo, nadie le responde.

El hombre recuerda que hace seis años cuando sucedió uno de los peores ataques guerrilleros, su vivienda, al igual que otras aledañas, llevaron la peor parte; los disparos y los explosivos que lanzaron contra las instalaciones policiales, provocaron graves daños a estos inmuebles.

Desde entonces, el Gobierno le prometió, a él y a los demás afectados, dinero para que repararan las residencias. No obstante, todo quedó en promesas.

Velázquez aseguró que hace un año recibió $180 mil, aunque recuerda que hace dos o tres años, luego de uno de los ataques guerrilleros, le pagaron un millón 800 mil pesos. Meses después le volvieron a llegar $530 mil, y desde entonces, no le han dado más dinero.

“Lo que en esa oportunidad nos dijeron es que cada dos meses nos pagarían lo de dos salarios mínimos, pero qué va, eso fue puro embuste. Por lo visto la Alcaldía se quedó con eso”, afirmó el hombre.

Agregó que él, ‘con tremenda casa que tiene’, debe pagar arriendo.

“El Gobierno no me ha reconocido nada por las pérdidas que tengo a raíz de esos ataques. Cuando atacaron a la Policía por primera vez, que fue hace muchos años, el Gobierno quedó en pagarnos los daños que sufrimos, pero solo nos hicieron un desembolso”, sostuvo.

El pasado 1 de junio, cuando ocurrió el más reciente ataque a la subestación de Policía de Las Mercedes, Héctor Velázquez se salvó de morir. Hacia las 6 de la tarde había salido de su casa, la que se resiste a abandonar, para dormir donde una hermana.

El hombre finalizó diciendo que ese día sintió miedo porque ya les habían avisado que la guerrilla iba a atacar, por eso se fue a buscar a una hermana para que lo dejara dormir en su casa.

Y gracias a ese presentimiento, Velásquez pudo contarle a La Opinión que uno de los cilindros bomba que la guerrilla lanzó contra la Policía, cayó en la mitad de su casa, terminando de destruir lo poco que quedaba en pie.

“Por lo menos estoy con vida”, suspiró.

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