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Keila Vílchez B.
Jefferson, de 17 años, vivía más en la calle que en su hogar, tatuado por la violencia y el alcohol. Alejarse de su propia vivienda -en Los Estoraques- le hizo buscar la calle, donde encontró el refugio perfecto para borrar la realidad de casa.
Harapiento se metió en la Barra del Indio, y pasaba semanas sin llegar a su casa. Su amor por el fútbol lo expresaba en la falsa realidad que le pintaba esta hinchada. Se olvidó de los estudios y de su propia seguridad física.
Pisar un campo de fútbol como jugador era su sueño. Por dentro llevaba un goleador nato, que él mismo ignoraba.
Ya conocía de la conquista de la cancha del barrio Los Olivos, en la Comuna 8, por parte del grupo Fénix, al cual perteneció en un par de ocasiones por episodios fugaces, pero no cumplió los dos únicos requisitos: asistir diariamente a los entrenamientos y estudiar.
Tras varias idas y vueltas logró ser sacado de las calles por este conglomerado de jóvenes apasionados del balompié.
Para un niño pisar un terreno futbolero y jugar, puede significar la línea divisoria entre un antes y un después, y este antes en zonas vulnerables de Cúcuta, generalmente, viene relacionado con las drogas, la violencia y el alcohol.
La misión de David Umaña, fundador del grupo y de los guerreros de Fénix, es tratar que la mayor cantidad de niños y adolescentes de barrios como Antonia Santos, Los Olivos, Sabana Verde, Estoraques, Altos de Mirador, San Fernando del Rodeo, Ciudad Rodeo, Fortaleza, Talento, La Flor, Nueva Esperanza, y Alto Viento, sientan esa arena de la cancha hasta en los huesos, para que luego sea imposible dejarla.
Lo que está haciendo Fénix como trabajo de hormiga es irse a estas invasiones a buscar esos lotes sin uso, limpiarlos, demarcarlos y decir aquí se juega fútbol. Llegan sin el permiso, pero se los concede el balón. Lo lanzan en el arenal y a jugar.
Es inevitable no hacerse notar, y los niños enseguida se acercan a preguntar. Muchos empiezan descalzos, pero no importa, lo que realmente tiene valor es involucrar a más, y que la propia comunidad haga el reconocimiento del espacio como suyo para propiciar el deporte.
El siguiente escaño consiste en no abandonar el escenario y organizar a los muchachos en tres categorías que David Umaña identifica como: pequeño, mediano y grande. Y que ruede el balón.
“Luego de la conquista de nuestra cancha en el barrio Los Olivos a punta de fútbol, nos dijimos debemos seguir sumando más. Los fines de semana o en las vacaciones nos vamos a decirles en estas invasiones lo importante del uso de ese espacio para el deporte”, relata Umaña.
Pero el trabajo no se quedó en este punto. Comenzaron a incentivar a los jóvenes que no han culminado los estudios para que regresen al colegio retomando las clases de nivelación.
“Queremos que la comunidad se reúna entorno a estos dos espacios: la educación y el deporte. Y ¿que ha resultado?, que ahora los niños y jovencitos están jugando y estudiando en estos sitios. Lo hacemos como un servicio”, explica el creador del grupo Fénix.
Vinculación
Fénix no tiene un número exacto de niños vinculados a estos espacios, que hoy suman cinco canchas conquistadas por estos guerreros, porque muchos se encuentran de forma intermitente por las circunstancias de vulnerabilidad en las que viven.
Se desvinculan porque deben trabajar para ayudar a sus padres, porque deben atender a los abuelos, porque deben irse a otros barrios por problemas familiares; sin embargo, cuando deciden volver son aceptados bajo las mismas reglas básicas: que no dejen los entrenamientos y que estudien.
En vacaciones, el trabajo se duplica porque para mantener a los niños más entretenidos se disputan campeonatos intercomunas, y durante cuatro semanas se organizan un promedio de 145 juegos. Mañana, tarde y noche hay partidos de fútbol, sin descanso, para no darle espacio al ocio, a las drogas y a la delincuencia.
En el barrio Los Olivos se consolidó el equipo Fénix, que ha salido a disputar campeonatos, incluso fuera de la comuna, obteniendo los mejores resultados, sin el patrocinio de nadie sino con la convicción de amar el fútbol. Los muchachos entrenan durante un año y cada uno se tiene que ganar el uniforme y los guayos.
“En el juego, las tarjetas cuestan. Una mala mirada paga, incluso, fuera de la cancha si en el barrio se observa una mala conducta del jugador también es sancionado con una tarjeta”, afirma Umaña.
Los pelados de Fénix se sostienen sin un presupuesto, solamente con las ganas de avanzar. Los balones siempre hay quienes los donen cuando se acaba uno, así como los uniformes y demás implementos que necesitan.
Las leyes del grupo
1. Los jugadores del grupo Fénix, en el barrio Los Olivos, tienen sus leyes que tratan de implementar en cada una de las canchas que suman a su labor.
2. Estas son las leyes que están promoviendo entre los niños y los jóvenes:
3. Ser un ser humano digno de confianza.
4. Ser un niño y un joven leal.
5. Tener siempre el don de servicio, sin esperar nada a cambio.
6. Estar siempre dispuestos a establecer amistades cordiales con los demás, sin importar las diferencias de raza, nacionalidad, religión, entre otros.
7. Siempre ser cortés y decente con tus compañeros y con tus semejantes.
8. Ver a la naturaleza como una obra extraordinaria, que merece todo el respeto y cuidado de cada uno de ellos.
9. Ser consciente en la obediencia, responsables y ordenados en todo lo relacionado con el juego y sus estudios.
10. Siempre ser personas positivas en la vida, sobre todo cuando se trata de enfrentar a las dificultades.
11. Ser un muchacho económico, trabajador y cuidadoso del bien ajeno.
12. Ser un niño o joven limpio de los pensamientos, las palabras y las acciones.