Roberto Peñaranda, de 58 años, gramalotero de pura cepa, se da el lujo de decir que el café que cultiva en su finca no solo le compite a la reconocida marca Juan Valdés, sino que hoy se lo están tomando en tiendas de París y España.
Para alcanzar ‘semejante hazaña’, como él mismo la califica, tuvo que primero quemarse literalmente las pestañas intentando una, dos, tres y hasta diez veces tostar el grano que le dan las dos mil matas de café de la variedad Castilla.
Puede decirse que de los cerca de 500 cultivadores del emblemático grano que hay en su natal Gramalote, es de los pocos, por no decir que el primero, que conquistó los estándares máximos de los mejores cafés colombianos.
Sentado en una butaca enfrente de su casa, en el nuevo pueblo que construye el Gobierno Nacional, Peñaranda degusta una taza del café que él mismo produce y que decidió llamar Ruchical, el mismo nombre de la finca en donde se cultiva.
Roberto Peñaranda perfecciona cada día la técnica del café que cultiva en su finca Ruchical, en Gramalote, el mismo que ya se vende en tiendas de España y París.
De estar dedicado junto a su esposa y tres hijas a la confección de ropa deportiva en el antiguo pueblo que se hundió, ahora pasa los días perfeccionando la bebida que lo está dando a conocer en Colombia y el mundo.
Recuerda que todo empezó con el desastre que acabó con su pueblo. “Varios días después de haber salido de nuestra antigua casa le dije a mi esposa, ‘ala pongámonos a tostar café, pero café bueno, a ver si somos capaces siquiera de vender un kilo en 14 mil pesos’”
Y pusieron manos a la obra, solo que no lograron tomarle el punto en las primeras de cambio, cuenta entre risas Peñaranda. “El que no se nos pasaba quedaba simplón, y el que no, muy amargo o se nos quemaba. Pero claro, estábamos empezando de manera muy rudimentaria, sin equipos, solo con la ganas”.
La primera promesa
Pero cosas buenas habrían de llegar para espantar la mala suerte. Un día, a su casa se hizo presente el coordinador del nuevo Gramalote, Enrique Maruri, y le dijo algo que le quedó sonando: “yo lo voy a poner a usted donde es, porque le veo interés”.
En la mente de Peñaranda circulaba ese olor a buen café que percibió en una cafetería del aeropuerto Eldorado, una vez que tuvo que viajar a Bogotá. “Quedé atrapado en ese aroma y me pregunté: ¿cómo lo harán, qué tendrá que hacer uno para que le quede así? ¿Qué le echarán?.
Las respuestas a estos interrogantes se las dio Maruri. “Veinte días después de aquella promesa me llamó y me dijo que venía para Gramalote con el que más sabía de café en el mundo, Luis Fernando Vélez, el de las cafeterías Amor Perfecto que están por todo el mundo”, relata.
En ese encuentro, Peñaranda tuvo su primera gran prueba de fuego con los que sabían del tema. “Yo llevé café en un termo y cuando le serví a Vélez su reacción no fue buena. Me dijo que estaba muy quemado, que sabía a humo, a ceniza”.
El despegue
No obstante este fracaso, Peñaranda logó cautivar al empresario cuando lo invitó a su casa a que viera cómo lo estaba haciendo. ‘Usted tuesta café con gas, me preguntó, yo le dije sí, a lo que me respondió: usted es un artista, y acto seguido me dijo que me iba a dar una sorpresa’.
Era la segunda sorpresa que le prometían a Peñaranda en su intento de alcanzar la cima del éxito con su café. A los 15 días se cumplió con la invitación que le hizo Vélez para que fuera a Bogotá a un encuentro con un barista reconocido y para que conociera el manejo que se le daba al café, cómo se le encontraba el sabor, cómo escogerlo y en qué momento.
En esta oportunidad, de regreso a Gramalote, su mayor impresión fue ver una máquina que tostaba 5 kilos de café en cuatro minutos, algo que con sus equipos artesanales le demandaba todo un día en su casa.
El sueño volvió a avivarse con la nueva invitación que Vélez le hizo para que fuera a Costa Rica a hacer un curso de barismo, según él, en la mejor escuela del mundo.
Fueron 18 días junto a alemanes, italianos, chinos, japoneses, gringos aprendiendo los secretos de la preparación de la bebida, “porque según me dijeron allá, no hay café malo, hay café para paladares diferentes”, relata Peñaranda.
Y como si fuera poco, al regreso, de nuevo a Gramalote, Vélez envió a un experto en cultivos de café para que estuviera con Peñaranda y los demás cultivadores del grano del pueblo, enseñándolos a coger el café, a buscarle el beneficio, el punto exacto.
“Yo le saqué el jugo a este experto, no le perdí pisada e, incluso, me di el lujo de que me contara secretos que no se los dijo a otros finqueros”, recuerda Peñaranda, al tiempo que cuenta que fue a partir de esto que empezó a notar una mejoría en la calidad del café que tostaba en su casa, tanto que en un concurso que se hizo en un mercado campesino en la Plaza de Banderas, el suyo fue el que mejor aceptación tuvo entre los invitados especiales que llevaron a ese evento.
“La mayor satisfacción que me llevé fue que me dijeran que era muy bueno y que me preguntaran en dónde estaba cultivando, cómo lo tostaba”, recordó.
El secreto, dice Peñaranda, parte del abono que se le echa a las matas. Pero también en la forma como se le hace seguimiento al cultivo y el momento en que se deben recoger los frutos. “En mi caso recojo solo los frutos maduros, los verdes no, porque revolverlos no da un buen café. En esto hay que tener en cuenta muchos factores, la acidez, la dulzura, entre otros”.
El mayor orgullo de este cultivador de café es que hasta su casa llega cada mes una comerciante y le compra todo el que tuesta para enviarlo a tiendas de España y París, donde la bebida goza de gran aceptación. También los mexicanos se han interesado por el grano que cultiva, dice.
Agrega que entre sus planes no está ampliar su cultivo más allá de las dos mil matas que ya tiene, sino en afinar aún más el ‘punto’ para alcanzar la máxima excelencia en una bebida que, según él, no entró a Colombia por Salazar, sino por Gramalote.
‘Hay que escribir la historia’
Un proyecto en el que trabaja Roberto Peñaranda es el de escribir la historia del café.
Él dice que la propuesta ya la hizo a Ifinorte y espera que tenga eco, dado que es necesario que se aclare bien por dónde fue que ingresó, “porque es que todos decimos ser los primeros”.
Aunque la historia afirma que ingresó por Salazar de las Palmas, Peñaranda asegura que aún hay dudas sobre esta tesis, porque “aquí en Gramalote se dice que las tierras donde se empezó a sembrar pertenecían a este último municipio”.
“Lo que se dice es que allá en 1700 vivieron en Gramalote 13 familias italianas, que fueron las que trajeron el grano a estas tierras”, agrega.
La idea, dice Peñaranda es que se desenrede la pita para que quede claro ese pedazo de la historia sobre el café.
Mientras esto sucede, un proyecto en el que también trabaja es en la promoción no solo del café como fuente de la economía, sino en la implementación de nuevas líneas de cultivos, pero de una manera tecnificada, dado que se cuenta con la ventaja de contar con ‘una tierra bendita’.
Dijo que otrora Gramalote fue fuerte en cultivos de plátano, café, caña y frutales, algo a lo que hay que voltear los ojos, además de la huerta casera, que prácticamente desapareció.