Las manos ásperas y llenas de experiencia de Jesús Arnulfo Arenas Ortega toman el carrete de hilo beige, en el peine de la aguja enrrolla el hilo y teje el copo, donde empieza la atarraya. Con delicadeza y firmeza hace una a una las puntadas del paño, parte que le da el largo a la red. Le sigue el seno de la red, donde se esmera aún más porque es justo donde agarra el pescado, donde hace el barrido de la pesca diaria.
Frente a la casa 3-29 de la calle 3, del barrio Pueblo Nuevo, en El Zulia, se sienta a tejer Chucho, como es conocido. La sombra del árbol de oití lo resguarda del sol y le sirve de sujetador de la atarraya mientras la teje.
A los 15 años tejió su primera red. Se sentaba horas a mirar a su padre, Luis Arnulfo Arenas, quien fue su maestro no solo en la técnica de tejer sino también de pescar.
Frente a los ojos de sus vecinos, en un día avanza 50 centímetros de red. La paciencia lo colma cada vez que se decide a tejer. En una semana los vecinos ven lista la hermosa pieza, símbolo de sustento para su hogar.
Chucho lleva 35 años dedicado al oficio de tejer y pescar. Su pasión viene de la vena paterna, desde su abuelo. Él ahora le enseña a sus sobrinos, porque no quiere dejar morir la tradición familiar.
“A mí me tocó mirar a mi papá hacerlo, pero él nos motivó a los tres hermanos. Ahora yo hago lo mismo con mis sobrinos para que aprendan, porque yo tuve dos hijas”, dijo.
En la misma cuadra donde vive Chucho está la familia Márquez-Rueda, donde Guillermo, el menor de cinco hermanos, ha mantenido la herencia de tejer y pescar que les dejó su progenitor, Ramón Márquez.
En las aguas de los ríos Zulia y Sardinata lanza las redes que él mismo teje en su vivienda. A los ocho años ya sabía lanzar una atarraya al caudal del río. Pero a los 17 años recuerda que tejió su primera red, la cual alcanzó a terminar un mes después. Hoy solo tarda máximo 10 días en tejer una red completa, de dos metros y medio.
Para saber de qué tamaño la necesita, levanta sus brazos y obtiene el largo exacto cuando la red va desde los pies hasta la punta de los dedos de las manos. “Así alcanzo a tener el largo que puedo levantar para soltarla en el río”, dijo.
Sin embargo, dice que se pueden elaborar de distintos largos y los hilos pueden ser de diferentes grosores, dependiendo del tipo de pescado que se quiera atrapar. Por ejemplo, para los bagres necesitan atarrayas de hilo grueso.
Hay redes desde los dos metros y medio, hasta los cinco metros de largo. Las atarrayas que estas dos familias tejen son llevadas hasta ciudades como Barranquilla, Santa Marta, Cartagena, y corregimientos como La Gabarra, en Tibú.
“Una atarraya puede costar desde 300.000 hasta 500.000 pesos dependiendo del tamaño y lo que quiera el pescador”, dijo Chucho, a quien además le llevan las redes para remendar.
Las atarrayas son hechas generalmente con hilos de colores claros, como beige y blanco, porque el pescado lo ve menos. Los colores fuertes ponen alerta a los peces. “Ahora los pescados saben leer y escribir, es increíble”, dice sarcásticamente y en medio de risas.
Estas dos familias incluso salen juntas a pescar. Y los integrantes de ambas coinciden en que el río Zulia ya no da la abundancia de peces que daba en otros tiempos. “Con la extracción de material se ha afectado mucho el río. Ahora hasta han caído nuevas especies que se comen los peces autóctonos, son como depredadores”, indicó Jesús Arenas.
Chucho y Guillermo hablan con pasión de lo que hacen. Se les nota ese amor en las piezas que elaboran, el mismo que es sentido por cualquiera que pisa suelo zuliano en busca de una de sus atarrayas.
“Esto lo hacemos con el mayor de los gustos, porque sabemos que hacemos redes para dar alimento a la gente y eso nos emociona. Además, continuar el legado de papá y de nuestros abuelos es un honor”, dijo Márquez.
En el barrio Pueblo Nuevo muchos viven de la pesca. La gente camina con sus redes como si fueran otra prenda de vestir; ellas significan la bonanza y el trabajo fuerte para estas familias, pero además, una tradición que ha sido heredada de una generación a otra.