Las manos de Carlos Contreras Correa se mueven con precisión. Con exactitud le comienza a dar forma a un pedazo de tronco de unos 20 centímetros del árbol de cañahuate. El torno gira a revoluciones imperceptibles al ojo, pero él lo hace con tanta agilidad que parece fácil.
En dos minutos tiene en sus manos un machacador de ajos. En una hora tiene en sus manos 30 piezas idénticas con bordes y formas perfectas. Aún no están listos, pero ya más de la mitad del trabajo está completado.
Sus manos de artesano las heredó de su madre, Isolina Correa, quien enseñó a sus siete hijos el arte de fabricar piezas de madera. Cuando apenas tenía ocho años tomó el torno para hacer un trompo. Ese le quedó mal, pero al día siguiente insistió con el segundo trompo y este sí logró bailar al son de la cuerda.
Como un juego siguió haciendo trompos para sus amigos, y para vender en el colegio. “Yo hacía los trompos y ellos jugaban, porque nunca aprendí el juego”, dice sonriente.
En la humilde fábrica de su madre se dedicó a mirar cómo los obreros elaboraban cada pieza. A los 14 años comenzó a combinar sus estudios con el arte familiar.
Siguió frente al torno rodeado de montañas de aserrín. Cuenta, en medio de su jornada de 5 a.m. a 6 p.m. si no tiene pedidos, que al machacador aún le falta un proceso de secado de media hora bajo el sol de El Zulia, en el sector La Alejandra. “Se lija, se sella y se barniza”, indica.
Así lo hace con cada pieza con la colaboración de su esposa, Katherine Álvarez, y un ayudante que va por las tardes al negocio, donde elabora tablas de picar, servilleteros, paletas, cucharas, floreros, carritos, rodillos y toda aquella forma que la madera pueda tomar.
En su negocio fabrica y vende, pero hasta hace 6 años atrás estaba en un espacio que doña Isolina le cedió en su fábrica familiar.
Hoy, independiente, pone en práctica cada uno de los consejos de su madre. “Lo primero que nos enseñó fueron los cuidados y los riesgos que corríamos con las máquinas que estábamos manipulando. De hecho, solo una vez me he cortado”, señala.
Todos los hermanos Correa aprendieron el oficio, pero no todos se dedicaron a hacerlo como un estilo de vida. Polo, Yoemir, Claudia y Magaly son los otros que hoy comparten la misma pasión que él.
La enseñanza de doña Isolina no quedó en Carlos, ahora él -que no tiene hijos- está enseñando a tres sobrinos que se han dedicado a trabajar con la madera.
Con cañahuate hace los machacadores, y todas aquellas piezas que necesitan ser torneadas. “Es la mejor madera para eso”, exclama. Mientras que con el pino elabora las tablas, cucharas y demás elementos para la cocina.
Carlos pierde la cuenta de cuántas piezas hace diariamente, excepto que tenga un pedido, porque el tiempo apremia. En ocasiones le agarra la noche, porque debe hacer enormes pedidos para distribuidores fuera del área metropolitana.
Tener su negocio en el sector de La Alejandra le da la ventaja, cuenta él, de fabricar al mayor, pero al mismo tiempo poder ofrecer una pieza al detal a buen precio a las personas que transitan por la vía.
Un machacador de ajo y los rodillos tienen un precio de entre 4.000 y 6.000 pesos dependiendo del tamaño, y las tablas de picar entre 5.000 y 10.000 pesos; una pataconera sale en $6.000, y las paletas van desde 2.000 hasta 15.000 pesos.
Apasionado del arte
Se confiesa un apasionado del arte. Siempre le gustó el teatro. En la casa de la Cultura de El Zulia participó en formación teatral; sin embargo, dice que lo que le sustenta económicamente es trabajar la madera.
“Me dediqué a este oficio porque afortunadamente mamá me enseñó y aprendí, y además me gusta lo que hago. Cada pieza trato de que quede perfecta, porque le pongo la mayor dedicación”, precisa.
La esposa del artesano indicó que Carlos es un hombre dedicado al trabajo sin descanso. Pero cuenta que le encanta la formación teatral, que en este momento la tiene descuidada por el tiempo que le dedica a su otra formación.
Pertenece a la Asociación de Artesanos de El Zulia, donde se agrupan unas siete unidades productivas de la zona, pero explica que muchas han cerrado sus puertas por la dura situación económica.
Contreras a sus 28 años ha sufrido de múltiples enfermedades respiratorias. “Es de lo que más me enfermo, porque accidentes con las máquinas han sido muy pocos. Solo una vez que la lija se salió y me cortó una parte del dedo”, explica.
Carlos trata de ofrecer un trabajo de calidad, pero a precios que la gente pueda comprar. “El objetivo es que lo que fabrico la gente lo utilice, porque son implementos de cocina y mientras mis clientes los empleen en sus cocinas, me siento satisfecho. Si no, serían simples pedazos de madera. La vida de cada pieza se la da el cliente”, finaliza.