Franklin depende del viento para echar a andar su pequeña lancha que ahora funciona a vela, mientras Manuel pedalea su “bicitaxi” bajo el inclemente sol de Zulia, el estado que vio nacer la industria petrolera de Venezuela hoy azotado por una escasez crónica de combustible.
De madrugada, Franklin Romero, delgado y con los brazos fibrosos apunta los remos que él mismo fabricó y se adentra a la bahía del Lago de Maracaibo, uno de los más extensos de Sudamérica.
En carne propia padece la sequía de gasolina que se ha agravado desde hace tres años en el interior del país, que pasó de refinar 1,3 millones de barriles de petróleo por día a importarlos, algo que expertos atribuyen a malos manejos y corrupción.
“Usamos la vela porque no hay gasolina”, comenta al regresar de su travesía, mientras extrae el agua que se metió a la embarcación. Las velas están hechas con varas de madera y tela de sábanas o lonas plásticas.
A paso lento, Franklin volvió sobre las 10 de la mañana. Cuando zarpó, poco antes de las 6, el agua estaba tan quieta que le tocó navegar a “canalete” (remo) desde una playa en Los Puertos de Altagracia, pueblo costero desde donde se observa una panorámica de Maracaibo, capital de Zulia (oeste).
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Pescó siete corvinas medianas, un pez de carne blanca muy apreciado en la gastronomía local. Vendió cinco y dejó dos para llevar a casa, donde lo esperan su hijo de dos años y su esposa. “Ya es una costumbre irse a remo o a vela”, comenta este pescador de 28 años.
Aunque navegan más lento, muchos pescadores han adaptado a sus lanchas motobombas para riego en reemplazo de los motores fuera de borda, que necesitan hasta 20 litros de carburante, un lujo en esta región plagada de gasolineras cerradas y filas kilométricas en los pocos expendios que funcionan.
A 2 dólares un litro, el mercado negro es la alternativa de la mayoría, mientras que el gobierno de Nicolás Maduro señala que las duras sanciones impuestas por Estados Unidos bloquean las compras de combustible y derivados para refinar.
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Más de un pescador se lleva “fiada” la gasolina para pagarla con ganancias que promedian 25 dólares en días “muy buenos”. Al menos 8 dólares se van en pagar los cuatro litros que necesita la motobomba, algo paradójico en una Venezuela que por años mantuvo la gasolina prácticamente gratuita.
“No pesqué nada”
A veces toca volver con las manos vacías y la deuda del combustible a cuestas. “Hoy perdí gasolina, perdí trabajo y no pesqué nada, solamente ir a desgastarme”, relata decepcionado Jonathan, padre de seis hijos, quien vuelve con un puñado de pescados raquíticos y dos camarones.
Las posibilidades de buscar carnada para atrapar peces son limitadas. “Se agarra la carnada un día antes y al día siguiente se pesca. Si tuviéramos combustible no importara, pero ahora salimos a aventurar”, señala.
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Un compañero de Jonathan narra que más de una vez han quedado varados en Maracaibo sin combustible. “Luego que vendemos el pescado nos ha tocado dormir allá y esperar al día siguiente para atravesar el lago a vela, aprovechando el viento”.
A las penurias se suman los derrames petroleros. “Toda esa mancha que se ve afuera es petróleo”, indica uno de los pescadores que usa un cuchillo para retirar la capa negruzca y aceitosa que se pega a sus embarcaciones cada vez que salen.
De hecho, el Lago de Maracaibo acumula unos 25.000 kilómetros de tuberías en su lecho producto de 100 años de extracción petrolera, explica Gustavo Carrasquel, de la ONG Azul Ambientalistas. “No es un solo derrame, son fugas constantes”, lamenta.
Del bus al “bicitaxi”
En Maracaibo, al otro lado de la bahía, proliferan taxis a pedal que trasladan pasajeros en bicicletas modificadas con una tercera rueda, butacas y un techo de tela para cubrirse del sol perenne.
Uno de los “bicitaxis” o “ciclotaxis” lo mueve Manuel, exconductor de un bus que tenía capacidad para 50 pasajeros. “Por la vaina (cuestión) de la gasolina el dueño tuvo que pararlo y me quedé sin trabajo”, explica este hombre de 28 años, mientras repara uno de los neumáticos de la bicicleta.
Manuel, que espera a su primer hijo y pidió mantener su apellido en reserva, sostiene que necesitaban unos 200 dólares diarios en combustible para mantener activo un autobús, impagables con un pasaje en moneda local, el bolívar, pulverizada por casi cuatro años de hiperinflación.
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Ahora depende de sus piernas para poner comida en su mesa, al igual que Hender Urdaneta, miembro de la Milicia, cuerpo adscrito a la Fuerza Armada.
Este miliciano dice que le duele la espalda de pedalear, pero lo obliga la necesidad. Su salario no alcanza y su esposa, quien perdió un riñón, necesita medicamentos. Varios allegados se han ido a Colombia, que ha recibido a casi 2 millones de venezolanos.
Pero Hender, de 51 años, se rehúsa a emigrar. “Aquí nací y aquí me muero, guerreando con las botas puestas, como soldado de la patria que soy, como miliciano de la patria que soy y aquí trabajando con mi carretica, Dios nos ayudará...”.