Atlético Nacional tuvo el detalle de nacer meses después de que la cigüeña se desembarazara de mí. Este 31 de mayo el verde celebró 35 años de haber ganado la Copa Libertadores de América en el Campín de Bogotá. Gracias Leonel Álvarez, por el gol del triunfo recibido. Celebramos en grande ese triunfo en los bares de la calle 53. En vano nos esperaron en casa.
Hace setenta y pico de años, cuando irrumpió Nacional, nacíamos liberales o conservadores, católicos o católicos. El libre albedrío solo alcanzaba para escoger equipo de fútbol.
Los mortales tenemos fecha de vencimiento como ciertos remedios. Los equipos renacen con el último gol que hacen. O les hacen.
Nacional y yo estamos cómodamente instalados en la “vejentud”, ese híbrido de vejez con juventud que algunos procuramos vivir.
Cuando empecé a ejercer el oficio de hincha, la vida, el cine, la fotografía y la televisión eran en blanco y negro, los colores de la nostalgia.
Soy nacionalista por llevarle la contraria al tío Aníbal que me regaló el fútbol. Él era hincha del poderoso DIM. Me invitaba a los clásicos al Atanasio Girardot con la secreta intención de reclutarme para su secta roja. Invitaba a esquimales de La Fuente en el reposo del primer tiempo. Respetó mi decisión de pujar por el Atlético.
Si no había invitación a los clásicos nos esperaba la tribuna de gorriones, previo paseíllo por las Martes (canchas) donde los principiantes, jugando para nadie, ante la tribuna vacía, se jugaban el pellejo en cada amague.
Pero el tiempo pasa y mi sectarismo de verdolaga quedó atrás. A estas alturas del partido no derramo un niágara de lágrimas si pierde. Tampoco quiebro la porcelana china comprada en El Hueco en la victoria.
Veo el fútbol relajado, cual perrito de rico que mira el paisaje desde su puesto de adelante en el particular de la casa. Copiándome de Eduardo Galeano voy por el mundo pidiendo la limosna del buen fútbol. Venga del guayo que viniere. Pienso que “el fútbol es la recuperación semanal de la nostalgia”.
Agradezco chilenas, escorpiones, túneles, taquitos, goles olímpicos, paredes, bicicletas. En los tiros libres sufro por todos los integrantes de la muralla china de testículos que se forma. Son candidatos a eunucos. A nombre de sus familiares exijo eliminar ese brutal ceremonial.
La semana, la vida, valían la pena por la llegada del domingo. Saber que jugaría Humberto “Turrón” Álvarez aliviaba cualquier tusa de amor platónico. Saber que Julio Chonto Gaviria cuidada los intereses del Nacional, nos hacía bailar en una sola pata.
En los partidos entre barras jugábamos para nosotros mismos. Lo hacíamos por amor al arte. Ahora al arte le meten al “poderoso señor don dinero”. Jugábamos en todos los puestos. Es más: éramos los árbitros de nuestros partidos
El futbol se jugaba los domingos. Ahora exprimen a los futbolistas sin miseria. Vivimos la explotación del hombre por el gol, dicho en la jerga de los “socialbacanos”. No les dan tiempo de jugar por placer que es como amar sin amor. Pero el tiempo útil del futbolista es corto y toca apretar el acelerador para aliviar los problemas de chequera de una vez por todas.
No era necesario ir al estadio para disfrutar del juego. La radio que hacía las veces de televisión e internet nos mantenía informados.
Locutores de la talla de Jaime Tobón de la Roche, Gabriel Muñoz López o Guillermo Hinestroza nos suministraban la información necesaria para hablar de ese delicioso opio del pueblo que es el fútbol en el que “el verde que te quiero verde” tiene la opción de decir: aquí mando yo. Desganadas felicitaciones por la Libertadores de hace décadas. En ese triunfo tiene poderosas acciones el maestro Alexis García de quien me declaro su amigo de vieja data
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