La famosa canción de Phil Collins invita a pensar en que Colombia puede tener posibilidades de salir de la trampa progresista en que nos metimos desde 1991, así luchemos “contra todas las posibilidades”.
Siendo simplistas pero exactos, el modelo político da sostenibilidad al modelo económico y éste a su vez influye en el comportamiento social, todo lo cual se refleja en el territorio y crea “cultura”.Cuando la cadena de valor está corroída por algún “virus”, el término real es “contracultura”.
Cuando hablamos de los rasgos culturales de un pueblo, nos referimos a ese actuar automático que va desde la cuna a la tumba y que se inculca desde el hogar, se refuerza en la educación, y en ocasiones, en la educación malsana que transmite el virus y que se refleja en lo social. El caso más registrado históricamente es el de Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial; el alemán promedio era racista y la concepción de raza se imbuía desde la cuna a la tumba. O el caso de los palestinos, educados en el odio a Israel como razón de existencia.
Si a Colombia le pudiéramos definir un rasgo contracultural, este sería el del comportamiento mafioso, la narcocultura (difundida masiva y grotescamente por nuestra televisión), que se define muy bien en una frase famosa en la región paisa: “mijo, trabaje duro y haga plata; y si no consigue trabajo, también haga plata”. Pero se encuentran otros, como el machismo, rasgo contracultural que va más allá de la idea del macho y que está profundamente arraigado en las mujeres, rezago patriarcal arcaico sostenido por el régimen, cuyo principal objetivo es ser la mujer de un hombre, lo que lleva a su vez al hombre zángano, irresponsable, parásito y violento con mujeres y niños.
Las sociedades se desarrollan en la medida que se gana confianza social, contra la cual atentan los rasgos contraculturales. Ese rasgo colombiano del “vivo”se ha exacerbado con el discurso progresista de los derechos reivindicatorios de lucha de clases. Como lo escribió el escritor y filosofo británico, G. K. Chesterton, “para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar “derechos” a sus anhelos personales y “abusos” a los derechos de los demás”. Todo ello, bien orquestado desde los medios y la academia, ha llevado a corromper el lenguaje, haciendo que palabras que se sobreentendía eran comunes a todos, son utilizadas en contextos a veces totalmente contrarios. Déspotas como Putin y Maduro defienden la “democracia”, Petro llama a los terroristas “resistencia”, Pedro Sánchez en España llama corruptos a sus contrarios políticos mientras pasa de un escándalo de corrupción a otro, la extrema izquierda que tiene como caballo de Troya el tema ambiental, llama científica cualquier alegoría ideológica, mientras desprecia informes realmente científicos, que a diferencia de los de activistas ideologizados, se basan en la duda y la comprobación objetiva.
Quien mejor definió ese último rasgo fue el científico Isaac Asimov: “La presión del anti-intelectualismo ha ido constantemente abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentado por la falsa noción de que la democracia significa que “mi ignorancia es igual de válida que su conocimiento”.
Para lograr abandonar el subdesarrollo y el estado fallido que “valora lo ilegal”, debemos dar valor real a la palabra más tergiversada de la historia, la paz.En nombre de otro término abusado, justicia social, se entregó el futuro, la educación de nuestra juventud, a fecode y burócratas centralistas que han creado una “generación idiota” y violenta, plagada de derechos sin deberes.
Debemos crear un movimiento contra-contracultural que empiece a eliminar esos rasgos de contracultura que se han alimentado durante al menos una generación, hasta que recorramos en dirección contraria la cadena de antivalores que creo el “régimen”. Lo que me da esperanza es que ya se habla de esto; antes lo idiota parecía “liberal”. Ahora hay que masificarlo. Hoy si hace sentido político trabajar con las bases.
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