El partido liberal, el de mis mayores, el de Gaitán y Uribe Uribe, el de los López y los Lleras, el mío, pasó de ser principal protagonista de la política colombiana, una cabeza de león, a convertirse en minúscula cola de ratón que ni siquiera logro agrupar en las elecciones presidenciales a un ridículo millón de votos. Terminó, en manos del ex presidente César Gaviria, padre de uno de los sepultureros de la colectividad, pidiendo puesticos al nuevo personero de la derecha, el seguro presidente Iván Duque.
La debacle de la bandera roja no fue una sorpresa. Se venía gestando desde cuando abandonó sus banderas de reivindicación social, cambio y apoyo a los desprotegidos, por las muevas de apertura económica, respaldo a los poderosos, olvido de los pobres y aparecieron en sus filas jefes de segunda clase que solo buscaban su provecho personal, negocios y puestos para sus válidos. Amén de todo tipo de chanchullos que provocaron la repulsa del país nacional.
El cúmulo de errores del liberalismo da materia para escribir varios libros sobre lo que no se debe hacer. ¿Qué tal, por ejemplo, el derroche de cuarenta mil millones para dilucidar la candidatura presidencial entre dos aspirantes sin votos? ¿O la vergonzosa actitud de unos funcionarios que mordieron la mano generosa que los había encumbrado a altos cargos del Estado? Eso para no mencionar a unos parlamentarios de cuyo nombre no quiero acordarme, que tendrán prohibida la entrada a Palacio.
Si los jefes liberales siguieran el ejemplo de los militares japoneses cuando perdieron la guerra mundial, lo obvio sería que practicaran el harakiri o que, por lo menos, renunciaran. Pero parece más importante esperar las migajas que caerán de la mesa del nuevo dueño de la nómina oficial. En otros países los que pierden se van a la oposición y los que ganan empiezan a gobernar. Aquí el Frente Nacional acabó con la obvia competencia, enseñó a repartir el poder sin hacer esfuerzo y encumbró a personajes que, como cierto expresidente, sólo tienen en mente conseguirle ministerio a su primogénito y a su yerno.
No quiero parecer ave de mal agüero. Pero será difícil, muy difícil, que el liberalismo vuelva a ser lo que fue. Las gentes ya no siguen los trapos que en épocas pretéritas iban al frente de los batallones hacia los combates de las guerras civiles. Ahora, las nuevas generaciones solo les preocupa tener el último celular y votan por quien les produzca más emociones. Por eso, las próximas generaciones verán mandatarios que no fueron ni siquiera concejales. Como Iván Duque, el ganador del 27 de mayo.
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