Hasta el pasado jueves las protestas en Bogotá eran pacíficas, democráticas, con expresiones artísticas y culturales admirables.
Amigos me comentaban que eran tantos los manifestantes que incluso fue imposible para muchos de ellos llegar a la plaza de Bolívar.
Hacia las seis de la tarde cuando muchos de ellos regresaban ya a sus casas, se percibía que la jornada de protesta había sido exitosa.
La única noticia que inquietaba provenía de Cali en donde el alcalde había decretado el toque de queda.
Al final de la noche, me encontraba en la librería Luvina del barrio La Macarena con el escritor Carlos Torres, periodistas y amigos y empezamos a escuchar ruidos, y lo que creíamos que apenas se trataba de algunos estudiantes que venían del centro, para sorpresa, se trataba que desde el edificio de Las Torres de Parque, en donde viven artistas, escritores y poetas, decidieron abrir sus ventanas y empezaron a sonar las cacerolas.
En minutos esa expresión de protesta se extendió por toda Bogotá. Es el efecto de las redes sociales en un fenómeno de masas.
Hoy Colombia protesta con cacerolazo.
Nació una nueva forma de protesta en el país. Nació en el barrio La Macarena y al frente de la librería Luvina.
Hoy los colombianos protestan por muchas razones que son válidas: mientras la gente ve que el gobierno se ufana que la economía crece en 3,3%, la realidad económica en que en este año se han perdido cerca de 900.000 puestos de trabajo.
Entonces, ahí algo anda mal, pues ¿cómo hace para entenderse que mientras la economía crece, no hay más empleo?
Por eso la gente protesta. La informalidad laboral en el país es cerca del 46%, en donde hay cerca de 12 millones de colombianos que trabajan en la informalidad, es decir, sin prestaciones sociales, sin pensión, sin salud, y por eso también salen a las calles.
El 80% de los campesinos también trabajan en la informalidad.
El dato es preocupante: Colombia que es un país rural, campesino, en donde si la mayor parte de sus campesinos viven en la precariedad, muestra una vez más que aquí aún con la firma del acuerdo de paz, la reforma agraria y la dignidad del campesino estamos lejos de alcanzarla.
La otra cara de la moneda, son los que pretenden vandalizar la protesta.
Eran angustiantes las imágenes anoche de la televisión, cuando se anunciaba el toque de queda en Bogotá - el último lo había decretado Carlos Lleras en 1.970 -, de familias que se encontraban a la entrada de sus casas, armados como podían, tratando de evitar que vándalos entraran a sus residencias y los robaran.
Por redes sociales circulaba una imagen de unos de esos grupos que habían irrumpido con violencia algunos conjuntos residenciales en el sur de Bogotá, y habían robado.
Se sindica que algunos de ellos eran venezolanos. Pero la protesta tuvo otras manifestaciones: el cacerolazo llegó hasta la casa particular del presidente Duque. Hubo jóvenes que se ubicaron en la carrera séptima con calle 140 a protestarle al frente de su conjunto residencial.
Creo que lo único seguro de estas protestas en el país, y que tiene como epicentro Bogotá, es que van a seguir. Sucede, como se dice de las revoluciones, que se saben cuándo comienzan pero nunca cómo ni cuándo terminan. Me decía el periodista amigo Diego Aretz, con mucho de razón, que lo seguro es que hacia el próximo año las protestas serán más profundas y caóticas. El 1 de enero se posesionarán 30 alcaldes opositores de Duque, y el panorama será más complicado. Entre las circunstancias políticas más difíciles hacia los próximos días para solucionar el paro, es la ingobernabilidad del presidente.
Queda cada vez se encuentra políticamente más aislado, con críticas fuertes de su propio partido, como lo expresara María Fernanda Cabal quien expresó que no se sentía representada por el presidente. Es decir, hoy Duque no cuenta con el respaldo ni del CD, ni del congreso, rodeado de algunos ministros de medio pelo, con un embajador en Washington hablando imprudentemente y sin ganas de renunciar – ya se anuncia que Simón Gaviria lo puede reemplazar -, noticias que alimentan aún más las protestas.
Es decir, Colombia protesta, y la incertidumbre y el caos por lo que pueda pasar en los próximas meses crece. Esperemos que en el dialogo nacional que se anuncia por el presidente, el gobierno tome medidas coherentes y reales, porque de lo contrario, como dijera en alguna vez un filósofo, Colombia seguirá siendo un adorable caos.