Para la época de estudiante de básica y secundaria, lo cual ocurrió en las década de los años sesenta y setenta, se hablaba con insistencia del monocultivo del café, haciendo referencia a que muchos de los terrenos cultivables en climas propicios para la agricultura era el café el que ocupaba la mayor parte de esos suelos y su producto de alta calidad servía para propósitos de exportación y la entrada de divisas por este concepto.
Hurgando en la historia cafetera encuentro que Gustavo Bernal Restrepo explicó muy bien -un poco antes de las fechas de mi acercamiento al monocultivo- el problema surgido con el grano, cuando escribió “Podemos absolver este interrogante, entendiendo el monocultivo cafetero, en relación únicamente con la exportación, ya que es considerado como el único producto exportable en condiciones remuneratorias para el productor nacional; por esto creo que es impropio hablar de monocultivo cafetero, deberíamos decir en un ¡lenguaje más correcta mono-exportación de café.
El hecho es que para ese entonces las fincas cafeteras de muchas zonas del país dedicaban sus esfuerzos a obtener un grano de muy buena calificación en el mercado internacional, situándolo como el más suave. La producción en nuestro departamento disminuyó y tomaron el liderato los departamentos del llamado eje cafetero, el antiguo Caldas.
Una publicación tomada de la página de Café de Colombia nos recuerda hechos importantes de los inicios del café entre nosotros, con algunos hechos anecdóticos y otros que nos afirman la importancia que tuvimos como región cafetera en épocas pretéritas. El café en Colombia, tiene alrededor de 300 años de historia desde que los jesuitas lo trajeron en el siglo XVIII. En el año 1835 se exportaban los primeros sacos producidos en la zona oriental, desde la aduana de Cúcuta.
Cuenta una leyenda que el aumento de producción de café en Colombia fue gracias al sacerdote jesuita Francisco Romero en un pueblo de Norte de Santander llamado Salazar de las Palmas. Cuando sus fieles se confesaban, el sacerdote les imponía como penitencia para redimir sus culpas, sembrar café. Gracias a esto se dice que la producción de café empezó a expandirse a otros departamentos y para 1850 había llegado a Cundinamarca, Antioquia y Caldas.
Este cultivo no se ha ido del departamento, aunque haya tenido diversos problemas de distinto origen, los de tipo social, alteración del orden público, falta de adecuadas carreteras, cercanía a la frontera y otros factores. A pesar de ello, por el contrario ha ocurrido un resurgimiento en años recientes y los municipios con historia cafetera han visto crecer las extensiones de tierra dedicadas a este cultivo, entre ellos se destacan: Arboledas, Salazar, Cucutilla, Toledo. Lourdes, Convención y San Calixto.
Por lo anterior es de gran importancia el impulso que le da ahora al café el gobierno departamental, en cabeza Silvano Guerrero contando con el apoyo de la Federación Nacional de cafeteros, ellos en un esfuerzo conjunto lanzaron desde Salazar el proyecto de restauración de la caficultura con recursos que llegan a la cifra de tres mil millones de pesos en una primera fase y que benefician a los campesinos dedicados al otrora monocultivo. Lo cual dará un impulso adicional a los esfuerzos que ellos venían haciendo y el departamento podrá situarse de nuevo entre los líderes en producción del grano a nivel nacional. Hay que brindar con un tinto por este hecho positivo.
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