Convivir con el coronavirus, el enemigo, es hoy y será por un futuro indeterminado, nuestra condición de vida que tiene que seguir porque la suya es una fuerza tan fuerte y persistente como la del agua que busca el resquicio, la grieta, el material blando, que le permita continuar su recorrido; el represamiento, en ambos casos, puede ocasionar luego daños mayores.
Eso significa que es tan irreal y peligroso actuar como si la peste se hubiera ido de la misma manera en que llegó, rápidamente y sin escándalo o que nos pretenda acorralar en nuestra casa. En el primer caso es pretender que podríamos volver a la vida como antes. En el segundo es encerrarnos a ver qué pasa, dejando en suspenso la vida personal y la de la sociedad, a la espera del milagro o de la vacuna salvadora; darla por superada es una irresponsabilidad que causa muertes e implica un comportamiento que oscila entre la ignorancia y la irresponsabilidad con uno mismo y con quienes se interactúa. Pero pretender que la vida se puede encuarentenar indefinidamente es igualmente irresponsable por los enormes daños que se le causa a la vida personal y familiar, a la economía, la personal y la empresarial, al empleo y al ingreso, pero también al tejido y a las relaciones sociales, a la simple convivencia.
Pero la vida no se detiene y las personas sean ricas o pobres acaban como el agua, buscando el resquicio o la grieta para simplemente seguir viviendo; por ello lo lógico, me atrevo a decir que lo natural, es organizar ese paulatino y supervisado o controlado regreso a una cierta normalidad, primer paso hacia la que será la nueva realidad postpandémica, cuyas características desconocemos.
Estas reflexiones me surgen de la experiencia del día sin IVA, una iniciativa que junto con su devolución se estableció en la pasada reforma tributaria, como premio de consolación o compensación, para abaratarle a las clases medias sus compras de bienes de consumo durable, electrodomésticos principalmente que no todos son importados, y para los sectores de menores ingresos, reintegrarles dinero con el reembolso del tributo. Lo del IVA era para beneficiar al contribuyente consumidor, pero en el marco de la parálisis de las compras ocasionada por la epidemia, cambió el sentido y la magnitud del no cobro del impuesto, convirtiéndose en un estímulo puntual a la circulación económica -moviendo inventarios- y al comercio como actividad económica, y no solo como compensación al contribuyente con capacidad de compra. En esas circunstancias especiales se disparó el monto del impuesto dejado de percibir por el gobierno en momentos en que no sobra un centavo, dado el represamiento en las compras de más de tres meses.
Hay y habrán voces pidiendo que no se repita la experiencia, pero el camino no es el de la prohibición sino el de evaluar la experiencia para sacar conclusiones sobre sus fallas con miras a continuarla, pues son con medidas de ese tipo como la vida de las personas y de la economía de la cual todos dependemos, podrán recuperar progresivamente al menos visos de normalidad. Solo abriendo espacios para que ciudadanos, empresarios y trabajadores ejerzamos una libertad responsable, podremos avanzar de manera cuidadosa pero continuada para volver a pisar tierra firme.
Paradójicamente el día sin IVA demostró que hemos ganado en responsabilidad en el comportamiento ciudadano, solo en 65 puntos de los cerca de 8000 que fueron abiertos, se presentaron desórdenes- ; la tarea es precisamente fortalecer ese sentido de comportamiento libre y responsable, que no se logra simplemente prohibiendo.