La situación del hemisferio occidental sigue dando resultados nefastos a los sistemas tradicionales que han mantenido el orden liberal de las instituciones. Estos permiten el desarrollo, libertad, capital y producción de riqueza, única fórmula que lleva a los pueblos a cumplir sus leyes, crecer en educación y políticas sociales.
El aterrador panorama del que hemos sido testigos en la frontera (y el pálpito de saber que de descuidarnos puede llegar a nosotros el virus del populismo) nos asombra ante la inoperancia de los que creen que acá no va a pasar, pero está pasando y más rápido de lo que pensábamos.
Decir que hay una crisis de la democracia se ha convertido casi en un lugar común. Sin embargo, lo que está sucediendo en Estados Unidos, Europa y algunos países latinoamericanos hace temer que la dolencia puede ser mucho más grave de lo que muchos pensábamos.
La situación política en el viejo continente no es muy diferente. En Alemania, surgen agrupaciones de extrema derecha que demandan el cierre de las fronteras a la inmigración y la expulsión de los cientos de miles de refugiados sirios que huyen de la guerra civil que ha devastado a ese país. Más preocupante aún es que los gobiernos europeos y la misma Unión Europea, traicionando los principios comunitarios sobre los cuales se fundaron, han empezado a adoptar políticas antiinmigrantes para congraciarse con esas agrupaciones; se trata del retorno del totalitarismo.
El filósofo Claude Lefort advertía que la democracia es una invención más frágil de lo que la mayoría de la gente cree. No es en lo absoluto un estado “natural” de las sociedades que han alcanzado cierto grado de desarrollo, sino que es un régimen que se basa en la incertidumbre y la incompletud.
Para Lefort, lo que distingue a la democracia de otros regímenes políticos es su relación con la verdad. Mientras en las sociedades tradicionales existía un criterio único de la verdad que era establecido desde arriba, en las sociedades democráticas no puede existir un criterio único de lo verdadero, ya que el pluralismo y la diferencia son constituyentes de toda sociedad.
Imponer un criterio único de verdad significa negar esa diversidad. No es casual por eso que las democracias sucumban fácilmente durante épocas de crisis y de inestabilidad. Es en esos momentos que aparece la tentación totalitaria, es decir, la aspiración nostálgica a regresar a las sociedades tradicionales donde existía un criterio único de verdad, aspiración encarnada ahora por el líder o el partido único, quien representa ahora “la voluntad del pueblo” y ofrece, como lo hace el régimen de Maduro en Venezuela.
La democracia verdadera es algo más que elecciones. Es la expansión de la ciudadanía a sus dimensiones no sólo políticas sino civiles, sociales, económicas y culturales. La igualdad política no basta para crear en la misma medida la capacidad de participar en condiciones de igualdad, influir de la misma manera.
Los desequilibrios en la propiedad de los recursos se reflejan en el poder político y socavan la finalidad de las instituciones democráticas. Vivimos en democracia con carencias sociales. La democracia política, en América Latina, convive con un Estado de derecho limitado y con serios problemas económicos y sociales.
Una democracia con problemas siempre será mejor que una dictadura, y peor aún, con socialismos o comunismos trasnochados. Pero aún nosotros creemos que eso está muy lejos. La verdad es que ya nos respira en la nuca.
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