Yo soy cucuteño, mi papá es de Bucaramanga y mi mamá es de Bogotá. Mis padres llegaron a vivir a Cúcuta pocos años antes de que yo naciera, y desde niño los he escuchado decir que están muy agradecidos con esta tierra que les brindó la oportunidad de trabajar, criar a sus hijos y hacer grandes amigos. Hace 25 años, ellos se encontraron con una ciudad que les abrió las puertas, y la cual no quisieran abandonar.
No obstante, también los he escuchado decir con desilusión que, a pesar de ser una ciudad con gente maravillosa, a los cucuteños no nos importa la ciudad y no nos preocupa verla caer por el barranco. En palabras más concretas, en Cúcuta no existe conciencia ciudadana. Y cuando me refiero a conciencia ciudadana, estoy diciendo que no existe un amor fortalecido a la comunidad a la que pertenecemos. Y esta falta de amor provoca que tengamos una ciudad en crisis económica, política y ambiental.
Para entender lo que significa “amor” en este contexto, me voy a referir a dos ejemplos de casos exitosos en conciencia ciudadana dentro y fuera de Colombia. Hablemos de unos vecinos parecidos a nosotros, los santandereanos del sur. Desde los habitantes de Bucaramanga, hasta los habitantes del pueblo más pequeño del departamento, dejan notar el orgullo que sienten por el lugar en el que viven. Actualmente, la Gobernación de Santander organiza varias campañas y actividades como el día de la Santandereanidad, precisamente para reforzar dicha identidad, publicitando sus paisajes, símbolos, atracciones turísticas como el parque del Chicamocha, etcétera. No es coincidencia que Bucaramanga sea la ciudad con menos pobreza en Colombia.
Ahora, veamos un caso más distante. Los Estados Unidos de América. Los norteamericanos, aunque tienen una población culturalmente muy diversa, producto de todos los inmigrantes que han llegado a su país durante su historia, han logrado formar una identidad fuerte. Los norteamericanos aman a su país, y muestran un profundo respeto por la historia de su pueblo representado en símbolos como su bandera e himno nacional. Los gringos no aman su país porque sean románticos, lo hacen porque son prácticos. Durante siglos se han dado cuenta de que amar y respetar a su nación les permite vivir en una sociedad organizada y productiva. De nuevo, no es coincidencia que Estados Unidos sea la potencia económica del mundo.
Ahora bien, ¿qué pasa en Cúcuta? En Cúcuta tenemos una identidad débil por el momento. Tal vez, nuestra identidad es débil porque vivimos en una zona que históricamente ha sido de frontera, por lo que somos una mezcla de colombianos de diferentes partes, venezolanos, italianos, árabes, y demás pueblos que han llegado a nuestro valle. Sin embargo, es posible construir identidad y amor por Cúcuta. Para ello, es necesario que empecemos a resaltar ante la comunidad el valor y la belleza de elementos claves como el río Pamplonita, la casa del General Santander, o algo tan sencillo como los pasteles de garbanzo.
Nuestro alcalde, Ramiro Suárez, desde su “primer mandato” aprovechó el poder de hacer identidad, no de la forma correcta, pero con el posicionamiento del Cúcuta Deportivo, logró mover más emociones que con la construcción de puentes.
El reto de la Gobernación, las alcaldías o cualquier organización que quiera hacer que nuestra región salga de la crisis es construir amor por Cúcuta y Norte de Santander. Para lo anterior, es necesario invertir en publicidad, hacer campañas masivas que inviten a la ciudadanía a sentirse orgullosos y privilegiados de su región y de sus símbolos. Porque la falta de amor por nuestra comunidad y nuestra historia, se convierte en altos índices de desempleo, pobreza, corrupción y contaminación. Cuando logremos construir una identidad en nuestra región sobre bases sólidas, veremos como por “arte de magia” elegiremos mejores gobernantes para administrar nuestra tierra. ¿Si nosotros no amamos a Cúcuta, esperamos que los políticos si?