Decíamos la semana pasada que fueron los reyes magos los culpables de que, por esta época, estemos saltando matones porque hay que regalarle algo a la mujer, al hijo, al nieto, al amigo, a la amiguita, y viceversa. Se impuso la costumbre de que en navidad hay que dar algo, por amistad, por cariño, por costumbre, por quedar bien, o porque sí.
Aquellos tres astrónomos descubrieron que había una estrella nueva en el firmamento, que brillaba más que las demás y dijeron: “Vamos a ver de qué se trata”. Y empacaron sus regalos. Y la estrella nueva los guio. Y hallaron al Niño. Y le ofrecieron sus cofres con regalos.
Los pastores que por allí había también le llevaron regalos al recién nacido. Los ángeles bajaron del cielo y le regalaron canciones. Se veía que habían ensayado muy bien porque la Gloria in Excelsis Deo les salió como en concierto.
Desde entonces, algo hay que dar en navidad. Aunque sea una sonrisa, un saludo, una muestra de afecto. Me gusta recordar la leyenda que relata Paulo Cohello en alguno de sus libros. Cuando huían José, María y el Niño hacia Egipto, llegaron una noche a un monasterio. Los monjes no sólo les dieron posada sino que les ofrecieron un homenaje, algo así como un centro literario o una tertulia: el hermano superior dijo las palabras de bienvenida, un monje declamó una poesía, el grupo de teatro interpretó una pequeña obra y los cantores se lucieron con su Noche de paz, el Burrito sabanero y algunas carrangas. Todos habían participado, menos el hermano lego, el que hace los oficios, el que no ha tenido estudios. Finalizado el acto, pidió permiso para hacerle al niño una demostración de lo único que sabía hacer: malabares con pelotas. Los monjes lo regañaron porque el juego no estaba acorde con los recién llegados, pero María intervino pidiendo que lo dejaran actuar. Sacó de sus bolsillos dos, tres, cinco, siete peloticas y empezó a jugar con ellas lanzándolas al aire sin dejarlas caer. Fue el único número del programa que hizo reír al Niño. Entonces María llamó al monje humilde y puso en sus brazos al Niño. Los regalos que se hacen con el corazón, más que con el bolsillo y con la mente, son mejor recibidos por Dios.
Hasta hace algunos años, cuando las gentes se comunicaban a través de cartas y de telegramas, se acostumbraba enviar tarjetas de navidad y año nuevo. Una tarjeta era suficiente para expresar sentimientos de amistad y augurios de buena suerte. La leyenda era la misma: Feliz navidad y próspero año nuevo. Cambiaban los muñequitos y el diseño. Quien la recibía, mostraba su gratitud, colgando la tarjeta en el árbol de navidad, que se llenaba de bolas, luces y tarjetas.
Pero el progreso acabó con la costumbre de mandar cartas, telegramas y tarjetas. Ahora todo se hace a través de mensajes por wasap con memes incluidos, pero los arbolitos navideños de ahora no exhiben las muestras de cariño de otras personas.
Como yo sé que mucha gente sufre y se estresa porque no sabe qué regalar a sus amistades en esta época, hoy quiero ayudarles. Hay un libro, Postales cucuteñas, con poemas y fotografías hermosas a todo color de los sitios emblemáticos de Cúcuta. Para que no digan que Cúcuta no tiene lugares hermosos. Es el regalo ideal en esta navidad. Cúcuta y los amigos suyos se merecen este obsequio. Y el autor les agradecerá su apoyo a la cultura. El autor soy yo. En esta misma columna está mi correo. Contáctenme.
gusgomar@hotmail.com
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