Aunque parezca contradictorio, en Colombia se dio un golpe de Estado democrático. Digo “democrático” porque el bandazo borrando doscientos años de historia se dio a través de una elección popular y libre. El ganador fue, sin duda, el M-19, antigua guerrilla de ideología comunista. Es la misma agrupación que lideró la constitución política de 1991. Para que no quedara duda de quién entraba al mando del Gobierno Nacional, la simbología expresada en la toma de posesión de un miembro de dicho grupo fue muy clara: el señor Petro, militante desde su adolescencia en el M-19, mandó a traer la espada del Libertador Simón Bolívar, la que el mismo grupo se robó en el principio de su trayectoria delictiva. De otro lado, la senadora María José Pizarro lució en el mismo acto una camisa que tenía en la espalda grabado el rostro de su padre Carlos Pizarro, uno de los más destacados miembros del M-19. Fue ella quien se encargó de colocar la banda presidencial.
En realidad todo es novedad en el período presidencial que se inició este 7 de agosto de 2022 a las tres de la tarde. Los cambios que se prometen son bruscos y totales.
Ahora, si bien es cierto que asustan las medidas económicas anunciadas, el aspecto espiritual o propiamente religioso tiene en vilo a la nación, en su inmensa mayoría católica. Los ejemplos de la persecución contra la Iglesia católica están a la vista en naciones hermanas. Nada más en Nicaragua la persecución es frontal, con quema de iglesias, destrucción de imágenes sagradas, agresión a los sacerdotes, y de último, el secuestro de un obispo en su propia residencia, con sus ayudantes, secuestro vigilado desde el aire por drones. En Venezuela la celebración de la misa es virtualmente clandestina pues la guardia y demás esbirros del régimen impiden la entrada a los templos. En Chile y en Argentina ya se dio hace algunos meses la destrucción a fuego de iglesias y el ataque a ceremonias y a cuanto atañe con el catolicismo. En Cuba, la represión es implacable. Bajo la prédica de que el Estado es ateo se arremete contra la Iglesia católica. Pero curiosamente en ninguna parte del mundo que se diga atea la emprenden
contra los musulmanes y sus mezquitas. Saben que con ellos la cosa es a otro precio; ellos no ponen la otra mejilla sino que responden con la mayor violencia y venganza.
Entonces, será muy doloroso si el nuevo régimen impone el culto a la Pachamama, a los ídolos aborígenes Bachué y Bochica, los ritos africanos, la hechicería y la brujería, y el imperio de los chamanes.
Los cristianos estamos, como se dice, con el Credo en la boca porque ello no suceda.
Se están practicando jornadas de oración por las redes sociales y en hogares y templos para que Dios Todopoderoso no permita también la debacle espiritual de este pueblo que, desde incluso antes de su fundación como república, lo ha tenido como su único Dios verdadero.
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