Hace dos siglos, James Fenimore Cooper escribió una novela sobre la desaparición de la tribu de los Mohicanos. Un destino similar sobrevendrá sobre los ministros que hacían reformas tributarias. Ocampo II será el último.
Las reformas tributarias consisten en formas de aumentar el recaudo del gobierno, usando la regulación de los impuestos de renta, IVA, transacciones financieras, patrimonio, dividendos, y de lo que se llaman detracciones, es decir, exenciones, descuentos, deducciones y exclusiones de esos impuestos. Con ese instrumental, los ministros que hacían reformas apresaban los ingresos de individuos y empresas.
Después de: 1) la Constitución Política de 1991, con su justificada generosidad social; 2) el inusitado aumento de los pagos pensionales; 3) las erogaciones militares para no dejarnos derrotar de guerrilleros y paramilitares; 4) las necesidades de infraestructura urbana, carretera, portuaria y de servicios públicos, y 5) el cobro de corrupción que hace la clase política nacional y local, fueron necesarias dos décadas de consecutivas tributarias que tensaron hasta la exasperación el aguante y la creatividad contable del gobierno y los agentes privados; uno persiguiendo y los otros “optimizando tributos”.
Eso hasta Alberto Carrasquilla II y José Antonio Ocampo II. El primero se arriesgó a presentar la reforma que todas las instituciones y los análisis técnicos pedían por años. Su suerte no pudo ser más peregrina. Por redentor salió crucificado. Por serio y responsable le colgaron el San Benito de causar los disturbios del 2o trimestre de 2021. Algo injusto. Pero en el intento de Carrasquilla II murieron para siempre, en mi humilde opinión, la posibilidad de recaudar más por IVA y ampliar la base de contribuyentes de renta personal.
Con Ocampo II morirán la posibilidad de gravar más la renta personal a los actuales contribuyentes, a riesgo de caer en un régimen comunista o esclavista. Así mismo, se agotó la posibilidad de gravar más a las empresas, los dividendos y sectores como la minería y la banca contra los que hay saña. Solo queda el 4x1000, pero nadie en sus cabales lo subiría a 5, 6 o 10.
Por sustracción de materia, se acabaron las tributarias que van por recaudo adicional. Con lo que hay de recaudo tocará apañarse. Implícitamente lo dice Ocampo II: los otros 30 billones saldrán de combatir la evasión.
Dos grandes Fuentes de tributación quedan abiertas: una, incorporar a la base tributaria el narcotráfico, el blanqueo de capitales, el contrabando y la minería ilegal. Ese sería un gran logro de la llamada Paz Total.
Otra, que es el único curso real de pagar por una vida mejor para todos, es hacer que la economía colombiana se duplique o triplique de tamaño. Pero la carga impositiva de la actual reforma corre el riesgo de cruzar el umbral de lo admisible para los actuales y futuros empresarios y muchos profesionales colombianos.
Muchos pueden optar por votar con los pies y llevarse su ingenio, empeño, empresarialidad y capacidad gerencial a otras jurisdicciones fiscales donde no los persigan como presas de caza, sino que los acojan como los héroes económicos que son.
El resultado final solo se sabrá con el pasar del tiempo. Antes de que empiece la extinción de los empresarios, que rogamos que no se dé, habrá que aceptar la extinción de los ministros tributaristas. José Antonio Ocampo II sería el último de los mohicanos tributaristas. Una historia digna de James Fenimore Cooper.