Edgar Allan Poe fue un escritor norteamericano del siglo XIX que por su forma de narrativa corta y poesía dejó una huella profunda en la literatura moderna, llegándose a considerar que influyó decisivamente en escritores como Baudelaire, Dostoievski, Kafka, Borges y Cortázar, entre otros. En alguna ocasión escribió un cuento corto que se llamó : “ La máscara de la muerte roja”.
La narración hace referencia a que en una lejana población apareció una peste que desoló a la población. La devastó en pocos días, Durante mucho tiempo, la «Muerte Roja» había devastado la región. “Jamás pestilencia alguna fue tan fatal y espantosa. Su avatar era la sangre, el color y el horror de la sangre. Se producían agudos dolores, un súbito desvanecimiento y, después, un abundante sangrar por los poros y la disolución del ser. Las manchas purpúreas por el cuerpo, y especialmente por el rostro de la víctima, desechaban a ésta de la Humanidad y la cerraban a todo socorro y a toda compasión. La invasión, el progreso y el resultado de la enfermedad eran cuestión de media hora”. Así la describe de manera breve en su relato Allan Poe.
El príncipe que gobernaba esa tranquila región hasta antes de la llegada de la pandemia, se llamaba Próspero, y al ver que ya casi la mitad de la población estaba afectada y que no había manera de controlar la pandemia que la llamaban “ la muerte roja”, el príncipe decide llamar a sus amigos más cercanos y les propone encerrarse en la abadía hasta que la peste desapareciere y la vida recobrare su normalidad. Para ello llama a varios de sus soldados para que le coloquen cerrojos a la entrada del palacio, la blinda totalmente para evitar de que cualquier forma “la muerte roja” pudiere entrar.
La abadía quedó fortificada y el príncipe Próspero creyó así que podía llegar a desafiar el contagio. Antes de encerrarse con sus amigos aprovisionó el palacio de comida, víveres, músicos, bufones, bailarines y todo lo que fuere suficiente para que no hubiese lugar al aburrimiento, al tedio mientras “ la muerte roja” seguía asolando la población. Ocurrió a fines del quinto o sexto mes de su retiro, mientras la plaga hacía grandes estragos afuera, cuando el príncipe Próspero proporcionó a su millar de amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia. ¡Qué voluptuoso cuadro el de ese baile de máscaras!
La abadía tenía siete lujosos salones de diferentes colores, entre los que discurrían los invitados sin otra preocupación que la de tratar de que el tiempo siguiera su curso, y apenas sabían que afuera la peste seguía desolando la población.
En algún momento del baile de máscaras ocurrió que de un momento a otro apareció una de ellas, alta y delgada, con un atuendo que tenía manchas de sangre y que llamó la atención de todos. El príncipe Próspero que se encontraba en el salón azul, el más lujoso del palacio, tan pronto advierte la presencia de la máscara, se siente desafiado al ver que su expresión era la de cadavérica, era la muerte.
Toma la daga, no sin antes advertirle a sus amigos que había que atacarla para ahorcar al intruso antes de que el sol del nuevo día apareciere. Sólo que en el primer intento el príncipe falla, no logra desenmascarar a quien se encontraba encubierto en ese atuendo pestilente, cuando ésta, habiendo llegado al final del salón de terciopelo, “volviese bruscamente e hizo frente a su perseguidor. Sonó un agudo grito y la daga cayó relampagueante sobre la fúnebre alfombra, en la cual, acto seguido, se desplomó, muerto, el príncipe Próspero”.
La máscara sigue a todos los contertulios, que ante el pavor horrorizados advirtieron que “la muerte roja” había entra a la abadía, y mata a cada uno de ellos. Uno de los cuentos magistrales de Edgar Allan Poe, que muestra que el hombre en otra de sus debilidades humanas, la lujuria, no pudo vencer la pandemia ni aún fortificando su abadía.
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