Las noticias sobre los desplazados en el país, nos invaden a cada instante. Cuando no es por la violencia, lo es entonces por el invierno, o por el exceso de verano, o por las carencias que afectan a la población marginada, en donde sectores amplios de la población se ven obligados a buscar un amparo en otros territorios; la mayoría lo hacen sin ninguna previsión y el resultado es que en muchos casos ese desplazamiento les ocasiona mas amargura y frustración, porque no encuentran nada y sí le incrementan el peso a sus angustias.
Lea: El difícil arte de cumplir años
Los cálculos que se han hecho, nos indican que desde 2008 se han presentado 8,8 millones de desplazados, de los cuales 3,6 millones de personas lo perdieron todo por desastres ambientales.
El problema profundo de este fenómeno, es que el país no ha aprendido a asumir su responsabilidad en las dimensiones en que se requiere. Cuando aflora un episodio de migración forzada, se hacen presentes los diversos organismos y aplican soluciones paliativas, pero no de fondo. Aparte de eso, cuando se requieren fuertes inversiones, debido a la magnitud del desastre, la burocracia exhibe su condición paquidérmica, y en medio de esa pasmosa actitud la gente sufre, las soluciones no llegan y la tragedia se prolonga.
El caso mas preocupante se presentó cuando la destrucción del municipio de Gramalote. Su reconstrucción duró años, mientras los damnificados tuvieron que buscar amparo en ciudades lejanas, pues no aguantaban las carencias, el desamparo y la humillación.
Aquí: ¿Mamertos?
Y cuando se trata de fenómenos de violencia, la situación no es menos preocupante. A los afectados se les brinda algo de comida, vestido y de pronto un techo temporal, pero no pueden regresar a sus lugares de origen, pues las condiciones violentas persisten intactas, y tal vez con peores amenazas.
Lo que hay que hacer con urgencia, es un plan para reducir el riesgo, tanto de los fenómenos climáticos como de los de violencia. Cuando se está en capacidad de medir una afectación, es posible diseñar instrumentos de prevención que lleven a anticiparse a los acontecimientos.
El fenómeno de desplazamiento resulta ser de enormes consecuencias, no solo por el sufrimiento de las víctimas directas, sino porque las ciudades terminan asumiendo un problema adicional para el cual no están preparadas, y tampoco cuentan con los recursos para poder brindar una alternativa de solución.
Ahí está el caso de la invasión de parques y lugares públicos, que terminan convirtiéndose en un problema de salud para toda la comunidad y en un espectáculo deprimente al ver a centenares de personas viviendo en condiciones infrahumanas.
Junto a la unidad de desastres, es urgente crear otra; la de prevención, de tal manera que sea posible trabajar sobre la problemática que está naciendo, y que está creciendo, y que termina por producir estallidos dolorosos y desesperados.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en http://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion