No sé si la idea fue del Papa Francisco, o de los Alcohólicos Anónimos, o de las empresas fabricantes de bebidas para mitigar el guayabo, pero acabo de enterarme que los amantes de las jumas también tienen su fiesta: El día de los borrachos. Ya era justo. Día del hombre, día de la mujer, día de los enamorados, día de los muertos, día de los trabajadores, y nadie se acordaba de los que van de tumbo y tumbo, como las piedras rodando, buscando una cantina donde puedan fiarle por lo menos un aguardientico, sufriendo el rechazo de todo el mundo, sin mujer, sin hijos, sin amante, discriminados, soportando el bullying de propios y extraños y hasta la persecución de cuerpos policiales.
Desde los tiempos bíblicos, ha sido difícil la vida de los beodos. Basta recordar al viejito Noé, el que pudo sortear los embates del diluvio universal, gracias a la provisión de vino que llevaba en su camarote de capitán del Arca, que Jehová le había encomendado. El hombre no sabía nada de mar, ni de olas, ni de salvamento en caso de naufragio. Su vida había transcurrido plácidamente catando las diferentes clases de vino que producía con las uvas que sus hijos cultivaban.
Así las cosas, gracias al vino de todos los días, Noé llevó a feliz término la misión encomendada de proteger una pareja (macho-hembra) de todas las especies de animales que habitaban el planeta. Sin desconocer, por supuesto, el aporte de un chulo (que murió en el intento) y una paloma, que regresó con la legendaria palma de olivo en su piquito colorao.
Pero los hijos de Noé (Sem, Cam, Jafeth, Aram y Canaan) no estaban a gusto con su progenitor, que no les dejaba probar las mieles del vino, y en cambio los tenía esclavizados en el viñedo. Por eso un día que el hombre, medio jincho, se durmió medio empeloto, los hijos le montaron la guachafita, le tomaron fotos y las divulgaron por redes sociales. Al otro día, al saber lo ocurrido, Noé no sólo los desheredó sino que los maldijo de por vida. Los echó de la casa, se fueron por distintas partes del mundo y dicen que así se formaron las diferentes razas de la especie humana.
Gracias, pues, a los efectos del licor y a las metidas de pata del primer borracho de la historia, hoy hay blancos y negros y mestizos, caratosos, lampiños e indígenas de cerco humanitario y mechosos de la primera línea. Los patriarcas pusieron el grito en el cielo y le pidieron a Jehová que destituyera a Noé del alto cargo en que lo tenía. El Creador puso oídos sordos y lo mantuvo en su cargo: “Dios cuida a sus borrachitos”.
El Antiguo Testamento es pródigo en relatos en los cuales se ve el apego de los patriarcas por el vino. Cuentan algunos evangelios secretos que David y Salomón, por ejemplo, se las daban de poetas y para escribir se metían sus totumadas vinícolas. Jumo fue como David, apenas un adolescente, pudo enfrentar y vencer a Goliath. Sansón, un fortachón juez israelita, cierta noche, embriagado de amor y de guarapo, se dejó depilar todo el cuerpo y perdió todas sus fuerzas a manos de la bella Dalila, aliada de los filisteos. Después, Dios lo ayudó en su tarea de vencer a los enemigos de su pueblo.
En el Nuevo Testamento, una noche de farra, Jesús transformó unas pimpinas de agua en vino. El Jueves Santo consagró vino, junto al pan, pudiendo consagrar aguamielita con leche. “Vino es vino”, dijo Jesús.
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