El Congreso en Colombia es considerado institucionalmente como una de las columnas fundamentales de la democracia. Por la elección popular de sus miembros y la función legislativa que tiene se le asigna especial responsabilidad con respecto al funcionamiento de la nación en lo político, principalmente, pues expide las leyes que configuran el engranaje legal donde se consagran los derechos y deberes de ineludible cumplimiento para todos. En la Constitución están señaladas sus competencias, articuladas a la estructura del Estado, lo cual impone proceder con sujeción a ese conjunto de normas.
El Congreso está obligado a contribuir a la solución de los problemas de distinto orden del país. Debe conocer la realidad en todas las variables para que pueda acetar en las soluciones y satisfacer necesidades que se han acumulado por la desidia de los gobernantes y de los demás sectores adueñados del poder, pero indiferentes a la mayoría de la población atrapada en la pobreza y las frustraciones recurrentes. Muchas de las leyes expedidas en las sucesivas legislaturas resultan inocuas. No están pensadas para soluciones sino para distracciones. En algunos casos el favorecimiento es para intereses particulares a contravía de la demanda de la comunidad.
Sin embargo, no falta la demagogia parlamentaria que habla de la autonomía del Congreso para hacer creer que se cumple con el mandato popular o que se está en el rumbo correcto, mientras se ordena el levantamiento de una sesión plenaria, se promueve el ausentismo, se montan jugaditas, todo con la finalidad de hundir iniciativas que beneficiarían a los sectores vulnerables. El archivo del proyecto de reforma a la salud que se estaba aprobando fue uno de los actos más bochornosos protagonizado por miembros de la comisión séptima del Senado para demostrarle al gobierno la capacidad de sabotaje de la alevosa célula legislativa.
Vicios que degradan el ejercicio de la política tienen aplicación en el Congreso, con la mayor falta de pudor por parte de senadores y representantes a la Cámara a quienes no les interesa la calidad de su trabajo sino la rentabilidad económica o partidista que puedan obtener.
Hay que hacer la salvedad de que no todos los miembros del Congreso están tocados de las malas prácticas o de la subestimación de los asuntos que afectan a los colombianos. Pero el peso negativo de la mayoría es evidente. En medio de la tormenta oposicionista se niegan los proyectos de cambio o se someten a “correctivos” contrarios al contenido propuesto.
En la percepción de la opinión la favorabilidad del Congreso es muy baja. Lo cual no parece importarles a los propios congresistas que insisten en obrar contra el interés colectivo.
Todo esto debiera llevar a los electores a tomar conciencia a la hora de votar para que no sigan incurriendo en apoyar a quienes se lucran de la investidura de congresista para su exclusivo beneficio.
Se debe elegir a los congresistas con sujeción a la democracia para que esta tenga vigencia como parte del Estado Social de Derecho.
Puntada
El comportamiento de David Name Vásquez en la presidencia del Sendo también tiene saldo en rojo. Aprovechó esa posición para convertir el noticiero de la corporación en tribuna de culto a su personalidad. Lo magnificaron hasta el nivel del endiosamiento. Pero esa fábrica de elogios es deleznable.
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