Colombia ha padecido en diferentes etapas de su historia la violencia. Ese entramado de atrocidades tiene diversos factores. Son intereses de distinto orden, con el común denominador del exterminio de la vida.
Al conflicto armado, que tiene ya 60 años ininterrumpidos, se han sumado otras acciones criminales. La Comisión de la Verdad da cuenta de la magnitud alcanzada por esos grupos beligerantes. El número de víctimas causadas por los actores de los hechos consumados a sangre y fuego o mediante otras prácticas delictivas permite medir la gravedad de lo que ha acontecido y sigue aconteciendo.
La muerte de más de 1.500 lideres sociales es un capítulo sombrío ante lo cual no cabe la resignación. Están también las ejecuciones extrajudiciales ordenadas por altos mandos militares y en cuya operación fueron dados de baja 6.402 jóvenes y a los cuales se les hizo aparecer como combatientes de la guerrilla. La presión de la barbarie llegó hasta la extinción de todo un partido político (Unión Patriótica) pensado en función de las causas del pueblo.
Pero la recurrencia de la violencia es mucho más. Día tras día pierden la vida indígenas, afros, defensores de los derechos humanos, ambientalistas, líderes comunales, mujeres, miembros de la Fuerza Pública, guerrilleros, más ciudadanos comunes y corrientes.
La violencia también afecta a los menores reclutados para obligarlos a hacer parte de los grupos armados, a los campesinos despojados de sus tierras, a los sometidos a la extorsión y al secuestro.
Son muchos los espacios donde se reproduce la violencia. Lo ocurrido en el estadio de Medellín es una muestra de la intransigencia extrema con capacidad de llegar hasta la turbulencia. La inseguridad en las ciudades es un tejido de ilícitos con énfasis criminal.
La violencia también se ejerce desde la palabra. Dirigentes urgidos de hacerse notar acuden al insulto a sus contrarios, los estigmatizan, los calumnian, o los hacen aparecer como lo que no son con la finalidad de eliminarlos. Es una práctica condimentada con la pasión del odio a falta de ideas. O es la intolerancia para tapar la ignorancia con intencionada mala fe.
El narcotráfico ha extendido sus tentáculos para hacer de la violencia un instrumento protector de sus rentas ilícitas.
En Colombia la violencia es caudalosa y todos los días deja su marca abrumadora. Pero se requiere su erradicación con mayor celeridad, por lo cual hay que insistir en las negociaciones con los grupos armados. No es una tarea fácil pero no se debe ceder en ese empeño. La marcha de los caucanos en Popayán el pasado viernes es una manifestación para repetir en todos los territorios de la nación.
No faltarán obstáculos como ha sucedido con el Ejército de Liberación Nacional. Sin embargo, el deber es seguir hasta alcanzar la meta.
Y no se trata solamente de la dejación de armas y desmovilización de combatientes, sino también de abordar soluciones de fondo que el país reclama.
La paz es una causa colectiva y todos los colombianos están llamados a aportar su apoyo.
Puntada
La muerte de la señora Aseneth Contreras de Carvajal deja un vacío sensible no solamente en el ámbito familiar sino también de la comunidad de la cual hizo parte. La calidad humana de su existencia fue ejemplar.
ciceronflorezm@gmail.com
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