Colombia ha padecido la violencia desde la llegada a su territorio de los españoles que la conquistaron con el patrocinio de la España imperial. 1492 marca el inicio de la travesía de Cristóbal Colón con perspectiva descubridora. Y empieza el flagelo.
La violencia ha tenido todas las variables, con una mutación constante. Va dese el sometimiento a la población indígena que ya tenía asentamiento consolidado, hasta las guerras civiles, la insurrección guerrillera, el exterminio de contrarios en el ámbito partidista, el despojo de sus tierras a los campesinos, el asesinato de líderes sociales y comunitarios o defensores de los derechos humanos.
Esa operación de muerte también se extiende a las mujeres, a los activistas de comunidades indígenas, a los ambientalistas, a los desmovilizados de grupos armados, a los promotores de causas populares, a periodistas, a miembros de la Fuerza Pública, a los identificados con la condición de LGBTIQ+ y a no pocos dirigentes de colectividades políticas.
Esas violencias padecidas se han incubado en los mismos círculos de poder o movimientos que han creído en la posibilidad de hacerse al gobierno a través de las armas. Guerrilleros y paramilitares tienen la misma meta, para lo cual ejercen las acciones criminales que creen útiles o sea, todas las formas de lucha.
En la etapa de violencia que abarca desde los años 40 del siglo XX hasta lo que va del siglo XXI están comprometidos los partidos Conservador y Liberal, empresarios de distintos sectores, las mafias de narcotraficantes y hasta miembros de la Fuerza Pública del Estado.
Hay capítulos devastadores de la violencia como fue esa guerra brutal de sectarismo entre conservadores y liberales con saldo atroz de 200.000 muertos. Los conservadores estaban empeñados en la hegemonía del poder y se embarcaron en esa aventura desoladora de diezmar a sus adversarios, a sangre y fuego.
Nacen después las guerrillas liberales y tras su disolución surge el grupo armado de las Farc, una guerrilla con cartilla ideológica de inspiración socialista y alineada con la Unión Soviética. A lo cual se suman otros grupos en armas beligerantes. Entra después en acción brutal el narcotráfico con una dinámica criminal de alto impacto.
Con tantos leños puestos en la hoguera la generación de violencia se intensifica. No es solo la atizada por el conflicto armado. El paramilitarismo se robustece y promueve una tormenta despiadada. La muerte se convierte en un mal cotidiano. A punta de homicidios se extermina a la Unión Patriótica. Y están los llamados falsos positivos. A las víctimas se les hace aparecer como subversivos caídos en combate, cuando se les había cazado con engaños y llevados a la muerte mediante acción de militares obligados por sus comandantes. Además, está la represión contra los participantes en las marchas de protesta en 2.021.
No pueden seguir condenados los colombianos a ese entramado de violencia tan recurrente. La paz tiene que ser una prioridad irrenunciable. Para lo cual hay que explorar posibilidades de salida con los grupos armados. No es fácil la gestión, pero debe adelantarse la construcción de la paz, con erradicación de la violencia, aunque no falten quienes le apuesten a la muerte.
Puntada
Producen duelo las muertes de José Fernando Bautista y Gilberto Barragán Gómez. Es la pérdida de dos vidas que tuvieron protagonismos relevantes en la comunidad nortesantandereana y, en general, en la nación colombiana.
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