En Colombia tomaron carrera términos, que la prensa acogió entusiasmadamente en su progresismo enmermelado. Por ejemplo, líder social es un activista de izquierda; masacre es cualquier homicidio de más de una persona y cualquier persona que la fuerza pública dé de baja es un posible falso positivo. El emprendimiento empresarial es capitalismo salvaje y el bien público es atropellar las libertades individuales.
Y todo eso llevó a una "supuesta" polarización de la sociedad, que no es tal, sino la defensa de la democracia que el retroprogresismo quiere destruir. La polarización no existe, son dos modelos de estado excluyentes enfrentados que obligan a los ciudadanos pensantes a tomar partido. El modelo de democracia liberal de Occidente basado en la libertad individual y en el derecho de cada ciudadano de dudar incluso de su sistema, se enfrenta al modelo autocrático de la primacía del estado donde profesar la “verdad oficial” es un deber.
No existe el modelo hibrido entre una economía de mercado y una economía planificada, ni entre un modelo que tiene como el centro al ciudadano a otro que tiene como centro el estado, ni entre un estado que cohonesta con el crimen y lo justifica en la pobreza y un estado que establece el orden con el monopolio del uso del uso de la fuerza. Cuando se quiere destruir el modelo de sociedad democrática que está establecido constitucionalmente, pero que la jurisprudencia izquierdista desvirtuó, no es cuestión de buscar un acuerdo imposible, es momento de tomar partido. Ese tal centro no existe, no es posible la neutralidad.
Y lo local, se repite en lo global. Ante países como Rusia que justifican su derecho a invadir otros países en nombre de su seguridad, o Corea del Norte que se cree con derecho a armarse nuclearmente para atacar a quien no piense como ellos, o Irán, exportador neto de cuadros terroristas, o China, quien también se justifica en su “derecho” en gobernar el mar del sur de China, Occidente, al fin, gracias al ataque criminal a Ucrania, ha decidido plantarse en posición de defensa, pronta a pasar a la ofensiva, en caso que los “abusadores” internacionales los provoquen.
Países históricamente neutrales en posguerra toman partido por la democracia: Finlandia, Suecia, Japón o Alemania. Todos están listos a defender su modelo de sociedad contra quienes quieren destruirlo, tomando partido
En Latinoamérica parece haber más defensores de los autócratas que de la democracia liberal. Vemos a Lula activamente defendiendo el discurso izquierdista de culpar a Estados Unidos de la guerra en Ucrania y proponiendo a Ucrania, que en aras de la paz, al estilo de la paz total de Petro, se pliegue a los dictados de Moscú.
El nuevo camarada de Putin, también se alía con China para defender el derecho de ésta de ser la gran superpotencia mundial y que Occidente se pliegue sus dictados. Lula escogió ese camino y deberá enfrentar sus consecuencias. Maduro, el nuevo mejor amigo de Petro, hace rato mantiene en su territorio rusos y miembros del Hezbolá iraní y es seguidor obsecuente de China. Petro se ha querido definir como neutral, en “un problema eslavo”, pero es clara su unidad conceptual con la “verdad tergiversada” de la izquierda. López Obrador de México dice rechazar cualquier invasión, pero se rehúsa a apoyar a Ucrania ante el golpe de mano ruso.
Todos son exponentes del mamertismo latinoamericano. Si los rusos actúan como matón de barrio, lo justifican; si Estados Unidos fija posición, es el culpable. El antiyanquismo mamerto latinoamericano ya es una tara mental. No es accidente que Latinoamérica sea hoy el hogar mundial del retroprogresismo.
Occidente lentamente, y en ciertos temas, muy lentamente, está abandonando la posición “progresista” entendiendo que Occidente con su democracia liberal y economía de mercado debe ser defendido de todo abusador autócrata. Y está entendiendo que estos autócratas solo entienden el lenguaje de la fuerza. Colombia entró al club antidemocrático y eso costará.