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El lado oscuro de la resiliencia
En los últimos años, el término resiliencia ha cobrado relevancia en el ámbito de la política internacional.
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Domingo, 11 de Agosto de 2024

El concepto de resiliencia ha sido utilizado en diversas disciplinas y campos de investigación durante los últimos sesenta años. En psicología, se refiere a la capacidad de adaptarse positivamente tras un trauma. Los criminólogos ven la resiliencia como un proceso de adaptación positiva, mientras que los ecologistas la describen como la capacidad de un ecosistema para volver a un estado de equilibrio tras una perturbación.

En osteología, la resiliencia se refiere a la capacidad de los huesos para crecer correctamente después de una fractura. Asimismo, en ingeniería, resiliencia describe la capacidad de ciertos materiales para recuperar su forma original tras ser sometidos a presión.

En los últimos años, el término resiliencia ha cobrado relevancia en el ámbito de la política internacional. Con una pandemia global, emergencias climáticas, agitación política y económica, y conflictos armados en Europa y Medio Oriente, el futuro parece marcado por la inestabilidad y la incertidumbre.

Así, en política, la resiliencia se refiere a la capacidad de los Estados, instituciones y sociedades para resistir, adaptarse y recuperarse de crisis y amenazas diversas, ya sean de origen natural, económico, político o social.

Apelando a la resiliencia, la política internacional está experimentando un cambio de paradigma en la forma de conceptualizar la agencia (capacidad de hacer cosas), pasando de un enfoque externo a uno interno. Mientras que el paradigma liberal ponía el acento en el multilateralismo y la intervención externa, el nuevo paradigma de la resiliencia pone el acento en la prevención local y la capacitación individual. Así, la resiliencia pone en centro a los más necesitados y sitúa los programas de intervención hacia la base social   “haciendo hincapié en un programa de capacitación y desarrollo de capacidades" (David Chandler, 2012).

Suena bien intencionado pero, vista así, la  resiliencia se vuelve funcional a una forma de razonamiento bajo una racionalidad neoliberal de la gobernanza. Al respecto, el filósofo italiano Diego Fusaro, en su libro Odio la resiliencia: Contra la mística del aguante, ofrece un argumento contundente.

Para Fusaro, la resiliencia ayuda a crear "homo resiliens"; es decir, sujetos que internalizan la capacidad de soportar y superar dificultades sin oponerse a las estructuras de poder que las generan. Estos individuos se adaptan y continúan su vida, ignorando las "cadenas" que lo atan, y se convierte en el "súbdito ideal" que los poderes hegemónicos desean: dócil y sumiso.

La resiliencia desplaza los problemas políticos a un ámbito personal y psicológico. Al enfocarse en la capacidad individual para superar dificultades, se invisibilizan las raíces estructurales y sociales de esas dificultades, como las desigualdades económicas y la explotación laboral fomentando una cultura de la resignación.

De esta manera, en respuesta al cambio climático, por ejemplo, los gobiernos a menudo promueven acciones individuales como reducir el uso de plástico, en lugar de implementar regulaciones estrictas para las grandes corporaciones responsables de la mayor parte de la contaminación. Igualmente, en respuesta al estrés laboral y el burnout por jornadas de 60 horas semanales de trabajo, muchas empresas ofrecen programas de mindfulness y meditación en lugar de abordar las causas fundamentales como el acoso laboral y falta de recursos.

Aunque la resiliencia es una cualidad poderosa en un mundo cambiante, su uso en la política y la gobernanza debe manejarse con atención. Para construir una sociedad geunianamente resiliente, es crucial que las políticas y programas de intervención también apunten a transformar las estructuras generadoras de desigualdad y explotación, promoviendo no solo la capacidad de adaptación, sino también la agencia colectiva y el cambio sistémico. La gran pregunta para Fusaro es: ¿Cómo hacerlo?


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