Nuestra generación no había vivido una situación similar a lo que vive por estos días el mundo. Sin duda, los últimos momentos de pánico que vivió la humanidad en los últimos 80 años fueron el horror del exterminio de los campos de concentración nazi y la bomba atómica el 6 de agosto de 1.945. Para los pocos japoneses que lograron sobrevivir a ese horror, días después de la bomba, el horror continuaría porque por Hiroshima pasó un tifón. Peor no podía ser la tragedia. El ser humano ha vivido entre la esperanza y el miedo, así lo anticipó el filósofo Holandés Spinoza hace algo más de 400 años. Hoy en día el mundo vive entre el miedo a morir – las imágenes de Italia son de horror-, y la esperanza que el virus sea controlado pronto o los científicos encuentren pronto la vacuna.
En estos días entre toda esa avalancha de informaciones e imágenes que recibimos, el mundo está sobrecogido entre otras, con dos imágenes: los carros militares que transitan por una de las calles de la población de Bérgamo, al norte Italia, transportando los cadáveres de quienes han fallecido. Esta sin duda es una de las tragedias más grandes que hemos visto desde la segunda guerra mundial. La otra imagen, que le puede estar pasando a mucha gente, el relato de un padre que en estos días decía en la doble W que su hija, que en Madrid estaba adelantando una maestría en una universidad, y ahora está sola en su apartamento, con fiebre, con dificultad para respirar y no la atienden porque los servicios de salud en España, uno de los mejores del mundo, ya colapsó.
Las medida de cuarenta que tomó el presidente había que hacerlo. En lo único que se ha equivocado es que antes de que entre en vigencia el aislamiento, el miércoles 25 a medianoche, el único día de que dispondrá la gente, el martes, puede ser de desespero, hasta de riesgo, porque probablemente mucha gente lo entenderá como el único día que les queda para abastecerse. Absurdo que el presidente en estos momentos le prohíba la entrada por 30 días a los nacionales que necesiten regresar al país. El colombiano que deba regresar al país, debería tener la posibilidad de hacerlo, con todos los protocolos de salud y medidas que se requieran, pero nunca prohibirles la entrada al país.
Aún no se conocen las medidas que va a tomar el gobierno en esta emergencia, pero es urgente que el gobierno tome medidas para los trabajadores informales que no tienen recursos suficientes hasta el 13 de abril. Se calcula que hoy en día en el país el 39% de la población es vulnerable, que viven del día a día, que si no trabajan no comen. En estos días en Caracol entrevistaron a un informal de Cúcuta, y el periodista le hacía las previsiones sobre el virus. Hasta que llegó la pregunta puntual: “ Señor, y es que usted no entiende los riesgos que tendría de contraer el coronavirus si sale a trabajar en esas condiciones?”. La respuesta rápida del informal no se hizo esperar: “ Mire señor, para mí entre el coronavirus y que mi familia muera de hambre, prefiero el coronavirus”. Ahí lo dijo todo.
Este momento de estar solos, haciendo un esfuerzo para hablar de lo que podría ser positivo, es un buen momento para reflexionar y leer. En mi caso me ví la película de Hemingway y Martha Gelhornn, maravillosa. Una alemana, “Bajo la penumbra”. Excelente. Un libro que acabo de terminar, que además el título viene como anillo al dedo, “Tiempos Recios”, de Mario Vargas Llosa. A propósito, el mismo Mario Vargas Llosa escribió hace 8 días en el “ País”, que esta pandemia no la deberíamos estar enfrentando si el gobierno de China no fuera autoritario, y oportunamente le hubiese informado al mundo sobre su inminencia. Ellos callaron, e incluso al médico que a mediados de octubre alcanzó a denunciar lo que se venía lo censuran, y tan solo cuando ya estaba contagiado y próximo a morir, le dieron crédito a su denuncia.
El tercer libro más leído en este momento en Italia es la peste de Camus. La ciudad de Orán es una población al norte de áfrica que en los años 40 es azotada por una peste – en realidad fue hacia 1.860-. Una de las mejores conclusiones del libro, que el origen de las pandemias y virus no son biológicas. Son morales. No hace mucho en China uno de los juegos que tenían los jóvenes para distraerse, así, para distraerse, era creando virus. Seguramente lo lograron. En algún momento uno de los personajes de la peste, en algún instante de solidaridad, seguramente cuando se vio obligado a caminar por encima de un cadáver, alcanza a expresar “Todos somos la peste……todo lo que sé es que hay que hacer lo posible para no ser más una víctima más de la peste, y por eso he decidido rechazar todo lo que provoca que la gente muera”. Es esa solidaridad que aparece en momentos de tragedia.