Me imagino que a muchos nos sucede por estos días que llega el momento en que no queremos escuchar, leer o ver noticias que tengan que ver con el coronavirus. Estamos saturados. Incluso hoy en día cuando de un momento a otro suena el celular y nos sorprende que se trata de alguien con quien no teníamos contacto alguno hace años, y aún sin salir de la sorpresa, el saludo es: “ cómo vas de confinamiento? qué crees que va a pasar con esta pandemia? Te aburres confinado?”. Hay que tratar de hablar de otras cosas, en lo posible de nada importante, nada que tenga que ver con análisis, cifras, muertos, proyecciones económicas, o tratando inútilmente de resolver interrogantes sobre los cuales no encontraremos una respuesta: porqué los bancos en estos tiempos no le prestan dinero a las empresas y siguen obteniendo lucro excesivo?.
Mis vecinos aquí en un apartamento en chapinero en Bogotá son jóvenes inteligentes, que han entendido lo aburrido que se volvió el tema de hablar cada minuto del coronavirus, y desde anoche no han parado en una rumbita vallenata sana a la cual no fui invitado.
Pues bien, me levanto temprano, preparo el café y con la decisión de tratar de escribir de otros temas, me encuentro una revista cualquiera en mi biblioteca, hace tiempo olvidada, pero que por algo la guardé; es de mayo de 2.014, de hace 6 años, cuando nadie en el mundo podía imaginar que algún día en Cúcuta la gente tuviere que estar confinada, sin discotecas, bares, ni cervezas por cuenta de un virus. Aún más, de lo positivo que hemos tenido por estos días, algo también impensable, que el Cúcuta deportivo se acerca a dos meses sin perder. Pero volvamos a la revista que encontré en mi biblioteca.
Dos noticias llaman la atención – ahora entendí porqué la guardé -. La primera de ellas es sobre el informe de los Sabios. “Una misión posible. Hace 20 años, Gabo y un grupo de intelectuales le presentaron al país una propuesta para transformar la educación y así propulsar el desarrollo de Colombia. Pero el informe de la denominada Misión de Sabios se quedó en el papel”. Sigo bebiendo mi café y la respuesta es evidente: ahí estamos pintados. Si un informe con gente de ese nivel, entre los que se encontraban además del premio nobel, intelectuales como Rodolfo Llinás Riascos, Manuel Elkin Patarroyo, Marco Palacios, Angela Posada y otros ilustres, un informe de esos lo mandamos al cesto de la basura, pues estamos jodidos. La otra noticia que encontré: “Vallenato sangriento”. Trato dizque de no escribir de coronavirus, de algo más pacífico, pero como buen colombiano rápidamente caigo en la seducción de una noticia de sangre, y además si es con vallenatos, promete que hasta se me arregle el fin de semana. Ya les
cuento la noticia.
La del olvidado informe de los Sabios, llama la atención algunas notas que registró la revista Semana de hace seis años en su análisis del porqué no hicimos nada. “La educación es tan secundaria que se nos olvidó que podemos cambiarla”. Rodolfo Llinás atribuye parte del fracaso a “ La falta de disciplina como país”. La anotación de Ángela Restrepo es contundente: “ a pesar de la fanfarria con que se celebró la entrega del informe hace 20 años , el tiempo ha mostrado que el interés de transformar la sociedad a través de la educación no ha sido tan real como se creía. Ese informe se presentó en el gobierno de Gaviria en el año 1.994, o sea hace 26 años, y en una buena inquietud para estos días nos queda las palabras con las que terminó uno de los hombres más lúcidos del país, Rodolfo Llinás Riascos: “Colombia es una cenicienta que quiere ir al baile de los países desarrollados”…. “El científico critica el sistema educativo que no respeta a los niños y no les enseña lo que necesitan” Una buena pregunta para estos días.
La otra noticia: “Vallenato sangriento”. No la recordaba, la tragedia de Ricardo Molina Araujo, hijo de la fallecida Cacica, quien en un altercado con su esposa terminó disparándole. En alguna ocasión alcancé a ser profesor de posgrados en esa hermosa tierra y por supuesto que al final del curso terminamos en el río Guatapuri con algunos de los alumnos. Me llevó uno de los Maya, auténtico y alegre vallenato de profesión médico que era director de un hospital. Pasó el tiempo y viendo la prensa de hace cerca dos años, me enteré que lo habían asesinado. Una tierra tan alegre, acompañada de esa música que ya es inmortal, pero como sucede en muchos lugares de Colombia, asediada por la violencia. O como me lo decía en alguna ocasión un hombre prestante de Valledupar: “ mi finca que la tengo dividida, y a los de un lado les pago vacuna a la guerrilla, y al otro, a los paras”. Por eso la historia de los vallenatos es inagotable. Finalmente son sus historias. Y yo, tratando de escribir de otros temas, no imaginé que una revista olvidada de hace seis años en mi biblioteca me llevaran a relatar estos episodios. En 8 días trataré de no volver a escribir de coronavirus.