Próximos a los debates electorales que se avecinan para elegir congresistas y Presidente de la República, vuelven a aparecer multitud de aspirantes a ocupar tan honrosas dignidades, porque son honrosas, los que las deshonran son los que las ocupan, unos en forma transitoria y otros en forma permanente como el caso del senador Roberto Gerlein Echeverría, lamentablemente.
Se apresuran en estos tiempos, los candidatos, a proponer los más variados y novedosos programas sobre diversidad de temas que suponen le interesan a las masas votantes sin tener ni las más mínima idea de cómo llevarlos a la práctica.
Pero lo importante es que calen en el colectivo ciudadano.
Que los integrantes del Congreso y el presidente y expresidentes en su mayoría están desprestigiados, es cierto. La clase política en la extensión de la palabra, se encuentra desacreditada.
Los asesores de los candidatos les vaticinan un triunfo asegurado sobre tres pilares fundamentales, para ellos: las encuestas, la aceptación en las redes sociales y los endosos.
No hay algo más incierto de las famosas encuestas que como dicen en el argot popular: “que son como las morcillas, son buenas pero es mejor no saber cómo las hacen”.
¿O acaso no fracasaron cuando no le dieron ninguna posibilidad a Donald Trump de ocupar la presidencia de los Estados Unidos?
¿O cuando fracasaron abrumadoramente con el plebiscito sobre los acuerdos de paz?
Y la confianza que puedan generar los comentarios en las redes sociales, si muy bien se sabe que son manipulados por los técnicos en sistemas que se ingenian para conseguir millares y millares de visitantes a las páginas como demostración de un apoyo ficticio de los potenciales sufragantes o por los posibles endosos que barones electorales le ofrecen a los aspirantes por elección popular, si la experiencia nos ha demostrado hasta la saciedad que un endoso no llega al 20% y en el mejor de los casos no supera el 30% de ese caudal electoral ofrecido o en el peor de los casos como le sucedió a nuestro coterráneo Juan Fernando Cristo en la consulta liberal que no le endosaron nada.
Hay muchos, sobre todo los primíparos, que se dejan ilusionar por estos espejismos electorales y al final quedan tendidos en el camino con el pesar de haber despilfarrado una fortuna en tiempo y dinero. Afrontemos la realidad, el descontento por la clase política favorece a la misma clase, los votantes descontentos se alejan de las urnas y los mismos con las mismas se eligen con la poca clientela que tienen bien aceitada. Por eso no le caminan al voto obligatorio que sería como hacerse el harakiri político. O sino, echémosle una miradita a la política parroquial y nacional en los últimos 40 años para que confirmemos lo poco que ha cambiado. Desde el siglo pasado y en este seguiremos martillando sobre lo mismo. ¡Aceptémoslo!