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Heridas que no sanan
El primer momento de desconfianza en el proceso de paz surgió con la lamentable burla de Santrich.
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Sábado, 10 de Octubre de 2020

La encrucijada de Colombia es muy compleja y difícil. Hace 4 años firmamos la paz con la condición de contar la verdad sobre la larga violencia que hemos vivido hace más de 50 años, y ahora con la confesión que hicieran en estos días las Farc del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, más que acercarnos a la paz y la reconciliación, se abren más heridas y odios. 

Se profundiza la polarización más que abrir el camino de la reconciliación. Y es que las heridas en Colombia están lejos de sanar hasta por la misma forma como los actores del conflicto contamos la verdad, lo hacemos de manera sesgada y con exclusión: las Farc aceptaron el asesinato del dirigente conservador pero no hubo alusión alguna a José del Cristo, el escolta que siempre lo acompañó y hasta dio la vida por él tratando de salvarlo.

El primer momento de desconfianza en el proceso de paz surgió con la lamentable burla de Santrich cuando al ser interrogado de si contarían la verdad en el proceso de paz, con desdén respondió: “Quizás, Quizás, Quizás”. Es muy difícil construir confianza y una paz con estas actitudes. 

El tema que para algunos podría aparecer como trivial, en realidad no lo es. 

El exguerrillero de las Farc Carlos Antonio Losada, hoy senador, confiesa y acepta el error en el asesinato de Álvaro Gómez y hasta le piden disculpas a su familia y al país 25 años después, y a otro colombiano que murió en el mismo hecho, su escolta, lo ignoran, ni se acuerdan, simplemente no les importa. 

Esa exclusión de las propia Farc que enarbola banderas de igualdad y equidad es parte del origen de nuestra violencia, porque esa exclusión genera violencia, igual como sucede con el campesino que tampoco interesa y por ello nunca les han entregado la tierra que les pertenece; el maestro de escuela tampoco le interesa a la clase política y por ello nunca les reconocerán sus derechos. 

A Colombia nunca le ha interesado que maten un escolta, o que muera de pobreza un campesino o un profesor y muchos líderes sociales y pobres. 

Pareciera que la narrativa y la construcción de la historia de Colombia se hace es con los ricos, nunca con los pobres. Que ellos entierren sus muertos y afronten su dolor. Por ello nuestras heridas es muy difícil que sanen. 

Esta realidad lleva a que incluso hasta el mismo presidente, a los pocos minutos de conocer la versión de las Farc, dude de su veracidad con una expresión que toma fuerza en esa profunda desconfianza que hace parte de nuestra cultura: “Es muy fácil echarle la culpa a los muertos………..es una forma de lavar la imagen de Samper”. Inicialmente hasta le creí a Duque.

En este episodio del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, uno de los temas que más preocupan es constatar el nivel de ineficacia de la justicia en Colombia. Es profundo y muy grave, al punto que si durante 25 años los colombianos vivimos con la idea que el asesinato del dirigente conservador había sido por un complot entre algunos sectores militares y clase política, y la justicia en ese largo período no tuvo el más mínimo indicio que provenía de las Farc, pues esa falencia, esa inoperancia cercana a la postración, hace parte de la grave desinstitucionalización del país. Reconstruir el país no es tarea fácil. Cómo construir una paz sin justicia?

Y eso que falta la versión tan anunciada por estos días de Piedad Córdoba, que manifiesta poner al descubierto otros crímenes e intereses oscuros del país. Contar la verdad en Colombia será un camino doloroso y difícil y por ello nuestras heridas tardarán en sanar.
 

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