Decíamos que hay que estar bien con mi Diosito. Pedirle y tener fe. Cuando Jesús iba en una barca con algunos apóstoles, se desató en el mar una tormenta. Jesús dormía, mientras aquellos hombres, pescadores, lobos de mar, curtidos en las faenas de la pesca y conocedores de las fuerzas marinas, temblaban del susto porque la barca se zarandeaba peligrosamente. Entonces llamaron a Jesús: “Sálvanos, Señor, que perecemos”. Jesús, se despertó y lo primero que hizo fue jalarles las orejas:
-Hombres de poca fe- les dijo. Y enseguida ordenó al mar que se calmara. Y se calmó.
Seguramente nosotros somos hombres de poca fe. Y las mujeres también. Y los mixtos. Así que pongámosle fe, a que el año no va a ser tan malo como dicen los noticieros. Pegadita con la fe, va la gratitud. Hay que ser agradecidos con Dios, con la vida, con los amigos y hasta con los enemigos.
La gratitud es la mejor virtud. Hay que dar las gracias aun antes de recibir la ayuda o el favor. Eso abre puertas. Cuentan que en el cielo el ángel encargado de recibir súplicas, peticiones y favores no tiene descanso por la cantidad de solicitudes que llegan de la tierra pidiendo ayuda. En cambio el ángel que tramita los mensajes de acción de gracias que llegan, se duerme del aburrimiento, porque nadie agradece.
Dicen los que saben, que la vida es como una moneda con cara y sello. Con cara se gana y con sello se pierde. Pero nosotros podemos voltear la moneda y escoger el lado que queramos.
En otras palabras, mirar el lado amable de las cosas. Si a usted, sediento, le dan medio vaso de agua, usted puede decir: “Qué bueno, me dieron agua, y calmaré mi sed. Muchas gracias” O también puede decir: “Qué vaina, me dieron muy poca agua y quedaré con sed.”
Otra cosa: debemos saber que si algo malo sucede, algo bueno vendrá después. A la oscuridad intensa de la madrugada, le sigue la claridad de la aurora.
Los quejetas o quejumbres viven renegando de su mala suerte. Oigan esto: Cuenta una leyenda que en un campo lejano vivía una familia humilde, cuyo sustento dependía de un caballo, con el que el señor trabajaba. Una noche, el caballo saltó la cerca y se fugó al monte. Fue una tragedia para la familia. Los vecinos le decían al dueño: “ !Que mala suerte la suya!”. Y el hombre tranquilamente les respondía: “¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Una mañana, el caballo regresó de la montaña, pero no venía solo. Otros caballos lo seguían. Los vecinos dijeron: “Qué buena suerte la suya”. Con varios caballos trabajando, la situación de la familia mejoró. El muchacho, ya grande, lo ayudaba.
Pero un día el hijo se cayó de un caballo y se partió una pierna. “Mala suerte”, volvieron a decir los vecinos. Por esos días el país entró en guerra y el ejército pasó por el campo reclutando jóvenes. Por tener la pierna partida, el muchacho se salvó de ir a la guerra. “Buena suerte”, dijeron los de siempre. En síntesis, todo mal trae un bien. “No hay mal que por bien no venga”, le decía don Quijote a su escudero Sancho Panza.
De manera que este bisiesto puede resultarnos mejor de lo que dicen los adivinos o los brujos o los que leen las cartas.
Finalmente, todo lo que hagamos, hagámoslo con entusiasmo y alegría. Si en el estadio, por ejemplo, hay que gritar “Fuera Petro”, gritémoslo pero sin odio. Duro y con alegría. ¡Y pongámosle fe!
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