Entrar a la Bohemia es entrar a otro mundo. Me refiero al local que la Fundación La Bohemia, de Cúcuta, tiene para actividades culturales. Llama la atención, en primer lugar, que no tiene el aspecto de un salón de reuniones ni un auditorio con sillas en hileras a lo largo y a lo ancho. Allí es como la sala de la casa, para estar en familia. Y ese es uno de los objetivos de la Fundación, que los visitantes se sientan en familia, con la comodidad del que puede escoger el sofá, o la mesa o la silla, cercanos todos, unos de otros y otros de uno.
Allí nada es solemne. Los muebles son viejos, como las viejas poltronas que usaban nuestros abuelos. Y son tan cómodos que uno se sienta y no quisiera volver a levantarse. Hay un desorden ordenado, done uno ve la mano de un artista. Libros antiguos en mesitas de noche, para el que quiera leer. Enciclopedias de las de antes, en el suelo, donde hay alfombras de esas que volaban, y que nos recuerdan los cuentos infantiles. Entonces uno se agacha, fascinado, se acurruca o se arrodilla o se sienta en el suelo.
En un rincón hay un tocadiscos, que tal vez hace muchos años que no suena, pero en el entablado que sirve de tarima hay unos contrabajos, a la espera de algún músico que le arranque sus graves notas. Y un viejo y romántico piano espera que le toquen las teclas.
En las paredes, pintadas por algún pintor de brocha gorda, hay cuadros grandes y pequeños, de artistas famosos y desconocidos, plumillas y retratos y al óleo. Un maniquí irreverente se coló al local, tal vez para recordarnos que todos en la vida tenemos algo de payasos, de locos, de maniquíes.
Más allá, cerca de la tarima, un Volkswagen rojo, de aquellos hermosos escarabajos que hace algunos años circularon por nuestras calles, le da al escenario una espectacularidad que no se ve en ninguna otra parte. Metieron el carro al hogar de la cultura, y uno se siente en la Cúcuta antigua, de calles empedradas, de parque con rejas alrededor y un clima caliente, pero no tan caliente como ahora, donde la gente saludaba de mano y con sonrisa, una ciudad tan segura que se podía dejar el pichirilo con las ventanitas abiertas y las llaves prendidas en el carro, sin que cambiara de dueño. El pichirilo era el Volkswagen.
Pues bien. A ese lugar de magia, dirigido por Pedro Marún Meyer y administrado por María Mercedes, llegó el Zaguán, el viernes pasado. El Zaguán es una agrupación de quijotes, soñadores, poetas, pintores, músicos, y en fin, de todo el que tenga algún gusto por la cultura en cualesquiera de sus diversas manifestaciones.
El Zaguán es un Movimiento cultural, que busca rescatar valores desconocidos de la cultura y mostrar nuevas voces y recordar artistas y cantores y literatos que ya se fueron, y que a veces olvidamos.
El Zaguán, Arte y Literatura, saca una revista virtual, pero que esperamos publicarla impresa para la época de la Fiesta del libro, en esta ciudad. Nos toca con las uñas, saltando matones y poniendo la totumita, pero seguimos en el empeño.
Pues bien. Llegamos a la Fundación La Bohemia el viernes en la noche y si no es porque nos echan, allí nos quedamos. Hubo poesía, cuento y homenaje a Cote Lamus. Las canciones estuvieron por cuenta del artista cucuteño Adrián Chantré, cuya fama vuela de boca en boca, como la propaganda del Pielroja. El mes entrante volveremos a La Bohemia.
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