El medio ambiente es la otra parte de la casa grande que habitamos, la amable, la de los aromas y sonidos bondadosos, la de los lugares gratos y una inspiración constante en las cosas bonitas y sencillas que brotan de la naturaleza.
De manera que, una ciudad, debe ser el reflejo de esa belleza, con la vocación apta para construir un medio ecológico urbano relevante, para disfrutar la excelencia de las condiciones sociales en un entorno apropiado.
Es como nutrir de esperanza una estructura circular de afectos, en el modelo de habitar, trabajar, recrear y soñar en familia para, después, hacerlo en sociedad y comenzar de nuevo, cada mañana, en las alas de una mariposa monarca.
Es como pensar en la ciudad natural, en una especie de envolvente de las emociones tempranas, sentirla como un sueño constante a partir de lo simple, de lo añejo, y nutrirla de esa sentencia sabia, que decía que los árboles no deben ocultar el bosque, pero al revés.
Es como promover un criterio de subsistencia con el intercambio aprovechable de energías y, así mismo, definir los rasgos culturales de las vivencias ciudadanas en torno a una actitud sensata e integradora.
La conjugación de los espacios y las especies promueve los fundamentos del progreso sostenible, la equidad en el uso de la tierra y sus recursos, en una continua interacción entre los valores naturales y los hechos humanos.
La ciudad debe elaborar una dimensión social de su propia ecología, integrarla a su desarrollo e incluir el valor inapreciable de su ecosistema.