Era el lunes 8 de enero de este recién comenzado 2018, la fiesta de los Reyes Magos, que en realidad cayó el sábado pero que por la Ley Emiliani Román se trasladó para que el trabajador pueblo colombiano pueda descansar de chorizo de viernes a lunes.
Escogimos a la vecina y simpática población de Bochalema para el descanso. Pero el objetivo principal era el convento de las hermanas Clarisas. Una prima tiene vínculos con estas siervas de Dios porque una tía suya murió allí cargada de años y en olor de santidad. Está sepultada bajo el altar mayor. La pariente fue nuestra guía y contacto con las hermanas.
El monasterio y el santuario, llamado del Perpetuo Socorro, tienen una historia apasionante. Estas monjas vienen de Gramalote en donde en diciembre de 2010 la tierra se hundió y fracturó su convento y su capilla, tan hermosos como este que construyeron en Bochalema preparando y vendiendo masato, arepas y empanadas. La casa pertenecía a la arquidiócesis de Pamplona y ellas fueron tenaces en la recolección de limosnas y en ofrecer rifas para reunir lo suficiente para comprarla; la generosidad de los católicos alemanes contribuyó en grande para completar la platica.
La remodelación y adaptación de la vieja edificación es otra obra meritoria suya, con ingentes sacrificios de menos de una docena de religiosas. El lote en donde está la capilla fue donado por particulares. El conjunto, desde la amplia entrada adornada de jardines, reviste sobriedad y elegancia. El toque delicado, femenino y artístico se advierte en todo, en particular en la capilla, bien preciosa por cierto, recinto en donde la piedad acude al instante.
La abadesa es María Torcoroma Ramírez. Su solo nombre revela que es ocañera, de modo que hasta de la arepa sin sal hablamos a gusto con ella. Son en total nueve religiosas, una de las cuales yace en lecho de enferma y es cuidada por turnos por las demás.
Hoy la clausura no es tan estricta como antes en que a las monjas no se les podía ver el rostro sino apenas oír su voz. No. Estas hermanas hablan con los visitantes en dos salas o locutorios, en donde hay amplias ventanas con rejas de separación. Los visitantes esperan pacientemente a que ellas los reciban; la mayoría les piden oraciones por sus penalidades y es fama que varios milagros se han conseguido por ese medio. Pero también les llevan ofrendas para su subsistencia pues la congregación – de Santa Clara de Asís - tiene voto de pobreza; ellas, al no ganar sueldo alguno se mantienen de la caridad y del producido de sus finas manos de tejedoras de ornamentos sagrados y otros artículos religiosos.
Gentilmente nos dedicaron cerca de una hora. En algún momento les comenté que me hubiera gustado oír su coro cantando villancicos en Navidad, y qué grata sorpresa y cuán feliz culminación del paseo me dieron cuando me dijeron al momento de la despedida: “Doctor, lo vamos a complacer. Por favor, pasen a la capilla.”. Y en seguida sonó el órgano y unas voces celestiales cantaron el villancico prometido. Ello quedó grabado en un video.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es