Otra advertencia que le hizo Rosalba: no quiero que me suceda igual que a una amiga a quien un apostador surgido de los pinos del parque le dio tal golpe que la dejó privada.
Apostaron así: si la ganadora era ella, recibiría una cadena de oro, y si era perdedora le daría a Armando un reloj de pulso. Para sellar el pacto engarzaron sus dedos meñiques. Y se separaron. Rosalba corrió a su casa y consideró que entre menos saliera estaba a salvo. Armando, por su parte, empezó a maquinar mil maneras de lograr el triunfo.
La muchacha, fiel a su decisión, apenas oía desde adentro el sonar de las campanas llamando a misa de aguinaldos, el ruido de los juegos pirotécnicos, el bullicio de los toreadores de la vaca de candela, y muy cerca, los buscaniguas, totes, triquitraques, “martinicas” y tumbarranchos lanzados por niños y jóvenes a las chicas que gozaban desafiándolos para luego correr. Bajo de su ventana pasaban los conjuntos musicales y los grupos de enmascarados venidos de las veredas para el día de su misa, o las comparsas de los gremios de tenderos, zapateros, carniceros, sastres, barberos, empleados públicos, panaderos, etc. Aunque tanta animación y tanta alegría afuera la llamaban con insistencia, reunía toda su fuerza de voluntad para resistir la tentación de salir. Resonaba el carángano con su sonido grueso y profundo. ¡Cómo le hubiera gustado salir a ver y a escuchar ese rústico instrumento compuesto por una tabla de unos dos metros de largo al que le ajustaban cuatro cuerdas de alambre, a semejanza de una guitarra. Lo tocaban con una vejiga seca e inflada de vaca.
¡Qué diera por estar con sus amigas paseándose por el parque y qué más diera por no perderse los bailes de las noches decembrinas! Pero no podía exponerse.
Mientras ella permanecía encerrada, Armando disfrutaba en las calles metiéndose en cuanta gazapera hubiera. Incluso, por acercarse demasiado a la vaca de candela le iban chamuscando la camisa. También por huir del diablo, empujó una puerta falsa en la calle de la Estrella y fue a caer en un montón de arena; por fortuna, solamente se levantó aturdido.
Sin embargo, Rosalba cualquier día rompió su aislamiento. También ideaba cómo sorprender a Armando. E hizo varias salidas: en una ocasión disfrazada de monja, y otra vez fingió ser una campesina que vendía leche. Pero la mejor caracterización la hizo cuando se unió a la borracha del pueblo llamada la Gamarrera y anduvo por ahí enamorando a los hombres, diciéndoles “mi amor” y “papasitos”, en un supuesto estado de embriaguez. Mas ella ignoraba que Armando tenía espías por todos lados, por lo que fue descubierta.
Armando, entretanto, le preparaba una treta que de pronto le podría funcionar. Pidió participar en la comparsa del 24 de diciembre que era la más lucida y esperada todos los años. Todo el pueblo salía a admirar los creativos disfraces y a celebrar la gracia y locuras de los personajes. Rosalba no fue la excepción.
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