Sería caer en un simplismo de negativismo mayúsculo desconocer los problemas que cotidianamente asedian a los colombianos, con degradación de sus vidas. La inseguridad, surtida de criminalidad alevosa ejercida por los grupos armados de diferentes vertientes; la corrupción invasiva, de tentáculos devastadores, la desigualdad basada en la división de clases, la pobreza que agobia a tantos, el maltrato laboral en muchos casos, hasta el punto de aplicar el esclavismo, según la Fao; la impunidad, como resultado de una justicia cómplice, en fin, males causantes de múltiples crisis y estragos, se volvieron recurrentes.
Persisten con el consentimiento de quienes han tenido el manejo del poder o del Estado. Y, además, los mismos se oponen a cualquier cambio orientado a mejorar las condiciones de existencia de la comunidad nacional.
Los problemas acumulados no son de ahora. Vienen de tiempo atrás. La violencia es un amasijo de abuso de poder, de despojo de tierras, de negación de derechos. La corrupción es el saqueo constante de los recursos oficiales para el enriquecimiento ilícito de los clanes privilegiados. La desigualdad, con todas sus secuelas, es el tejido clasista de quienes se consideran dueños de la nación, aferrados al statu quo.
Por eso se necesita un cambio, en el cual debe insistir el pueblo. Es trazar otro rumbo para que la dinámica de la economía no se quede en el aprovechamiento de grupos selectivos sino que sea un surtidor de bienestar colectivo. Y que la salud deje de ser un negocio y se garantice como derecho. La educación debe ampliar su cobertura y consolidar la calidad con énfasis en el conocimiento. El trabajo tiene que ser una fuente irrigadora de satisfacciones básicas, con reconocimiento del talento y la capacidad productiva de quienes lo ejercen en diferentes campos laborales.
Ya es tiempo romper con la tradición de atraso en que se empeñan algunos, para superar los desatinos que generan. El aporte del Congreso es fundamental, pero los legisladores tienen que dejar sus posiciones clientelistas y sintonizarse con la realidad que tiene afectación colectiva. Las otras corporaciones también. Y los demás sectores. La suma de sus aportes tiene que ofrecer resultados que contribuyan a sacar al país de los resquebrajamientos que agudizan el debilitamiento. Pero hay que hacer una apertura de corrección y no de imposición de lo que ya perdió vigencia. No es el dogma cerrado ni la beligerancia obstruccionista sino una voluntad que abra espacios de superación.
No puede el país quedarse en el pasado. Los llamados actores del establecimiento deben entender que las naciones tienen etapas y Colombia está llamada a entrar en una nueva. Esto impone renovación, con justicia social, con desmonte del entramado hecho de deleznables insumos.
El acuerdo nacional no debe pensarse como más de lo mismo. Para todos es conveniente limpiar la nación con ánimo renovador, en la perspectiva de garantizar una Colombia libre de frustraciones. ¿No es mejor contar con factores que alejen todo cuanto ha sido negativo para la nación? El objetivo es privilegiar la vida y no amarrarse a la muerte o a las miserias que intoxican la existencia.
Puntada
Mi saludo a todas las madres, con reconocimiento a su valioso aporte a la vida, mediante el amor, la solidaridad y la comprensión. Ellas son la expresión de la dignidad y soporte del quehacer humano en su más espléndida expresión.
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