La guerra diplomática entre China y Estados Unidos puede escalar peligrosamente. La más reciente fachada del enfrentamiento entre estas potencias estuvo relacionada con el cierre de consulados. Los norteamericanos decidieron clausurar el chino en Houston, argumentando que parte del personal está comprometido en espionaje, particularmente en la vacuna contra el Covid19. China reaccionó bajo la ley del Talión cerrando el consulado de Estados Unidos en Chengdu, aduciendo injerencia en sus asuntos internos. En secuencia, Trump le pidió a Brasil que no hiciera más negocios con Huawei, la multinacional china de telecomunicaciones, y presionó a Alemania en el marco de la OTAN retirando tropas, toda vez que el país germano tiene un altísimo intercambio comercial con China. Todo esto puede cimentar una nueva Guerra Fría, y si no predomina la prudencia, conducir en un par de décadas a la mayor catástrofe militar de la historia.
Correr las cortinas para entender el trasfondo es una obligación de todos los países. China, segunda potencia comercial, domina la relación económica frente a su rival. En efecto, le compra anualmente a Estados Unidos 120 mil millones de dólares, al paso que le vende 539 mil millones. Ese déficit norteamericano es la base del enfrentamiento. Desde el punto de vista estadounidense, el ideal sería que China se abriera y que sus 1.400 millones de habitantes fueran consumistas enfermizos, como los de cualquier país del Occidente que dominan. América Latina, con menos de la mitad de la población china, es un pomposo mercado al que Estados Unidos le vende 2.7 veces más y, adicionalmente, su surtidor de materias primas a bajo precio.
China tiene actualmente varias ventajas. No obstante carecer de democracia, la planeación económica es altamente efectiva. Desde Deng Xiaoping, al final de los 70’s, sus dirigentes entendieron la adicción consumista de Occidente, acelerada por el libre mercado, y decidieron aprender a producirlo todo, pensando en exportar. Adquiriendo conocimiento y, en ocasiones copiando, desarrollaron desde maquinaria pesada hasta el más sofisticado alfiler. Pero internamente, la cultura económica es otra, porque el comunismo y el budismo se complementan bien. En un país demasiado pobre en los 60’s, que superaba ya los 960 millones de habitantes, la colectivización de los medios de producción era una herramienta útil para planificar. El freno al deseo por los bienes materiales siempre ha encontrado en el budismo su mejor aliado. La felicidad, en esta filosofía, que no religión, gira en torno al desarrollo mental para reprimir los deseos de todo orden. No es conformismo sino espiritualidad y liberación. Así, el pueblo chino
no se forma para el consumo, lo que le permite al Estado acumular ahorro. China, que presta aquí y allá, posee 1.59 billones de dólares en títulos de deuda estadounidense, lo que la convierte en su mayor prestamista.
La relocalización de multinacionales norteamericanas y europeas en territorio chino, dado el bajo costo de la mano de obra, molesta a Washington. Alemania, sólo con la Volkswagen, tiene más de 30 ensambladoras en China, y compañías norteamericanas hay por centenares. Es la lógica del capital, en donde el dios rentabilidad se impone. Por otro lado, la propiedad intelectual también calienta el debate, ya que Occidente le reclama a China la vulneración de los tratados en la materia. Este punto, respetable en algunas aristas, no lo es en otras, como quiera que incrementa la brecha entre los países industrializados y los países pobres.
Asistimos, pues, a una nueva bipolaridad económica cuyas diferencias ideológicas son menores que las culturales, porque la mezcla de comunismo y budismo contrasta con la mezcla de capitalismo y cristianismo. Al final, sin embargo, ninguna de ellas parece satisfacer la naturaleza humana en sus aspiraciones espirituales y materiales.
Por ahora, con Trump liderando los Estados Unidos, los riesgos de la escalada comercial y militar son evidentes, tanto más cuanto que su campaña, que está en descenso, busca focos de atención. La elección presidencial en los Estados Unidos es crucial, y el mundo espera que la ciudadanía norteamericana se acompañe de sabiduría a la hora de escoger. Con la paz no se puede jugar, dado que es un derecho de toda la Humanidad o, como diría Don Quijote, el más preciado de los dones que a la tierra dan los cielos.