Llegaron del Oriente Medio. De las tierras donde nació Jesús, y países vecinos. Venían de Palestina, de Jordania, del Líbano, de Siria. Venían huyéndole al régimen turco-otomano, que los había sometido.
Y como traían pasaporte expedido por las autoridades turcas, la gente empezó a llamarlos turcos, sin ser turcos. Peor aún: los turcos eran sus enemigos.
Llegaron a todos los países de Suramérica y en Colombia se regaron por pueblos, veredas y ciudades. Recuerdo en Las Mercedes, al “turco” José Jaimeth (o Jaimed), padre de la hermosa Vianny, mi compañera de juegos de adolescentes, y al “turco” Arana, ambos comerciantes de telas.
En Sardinata fue famoso “el turco Elías” Mrad, impulsor del comercio agrícola de la región, en especial, del café.
Atraídos por la bondad del clima, la amabilidad de sus gentes y la tranquilidad que allí se vivía, llegaron a Ocaña muchos “turcos” y allí se establecieron, organizaron sus familias y les dieron gran impulso a diversas actividades de la vida ocañera.
Los “majitos” caían bien entre la gente a donde llegaban, y aunque al comienzo tuvieron algunos problemas de adaptación, por el idioma, la religión y sus costumbres, la verdad es que se dieron sus mañas hasta llegar muchos de ellos a convertirse en líderes en la política, en el comercio, y en el ejercicio de sus profesiones.
Digo todo esto porque, en Ocaña, mañana viernes hará la presentación de su libro “Los árabes en Ocaña”, el joven investigador y periodista Diego Alexis Pacheco, quien alternó sus estudios de Comunicación Social con una muy completa investigación sobre la migración de los árabes a esa ciudad.
Tres años le llevó recopilar toda la información necesaria para publicar este voluminoso libro que, sin lugar a dudas, se convierte en una pieza fundamental en la historia regional y del país, en cuanto tiene que ver con la llegada y asentamiento en Ocaña, de los mal llamados “turcos”, y su injerencia en el desarrollo de la vida económica, social y política de la provincia.
En el Seminario el Dulce Nombre, de Ocaña, fui compañero de varios hijos de árabes. Recuerdo a Álvaro Raad Gómez, de Villacaro, que disputaba siempre el primer puesto entre los estudiantes de su curso, y a Busaid (creo que se llamaba Pedro) y a otros, cuyos apellidos he vuelto a recordar ahora, al leer los borradores del libro de Diego Alexis.
Diego es un muchacho. Hace poco era apenas un mocoso. Pero se ha tomado la vida muy en serio. En una edad en la que sus compañeros de generación sólo piensan en rumbas y en celulares de alta tecnología y en pasarla sabroso, Diego se le mide al estudio, a las lecturas y a las investigaciones.
Aún no se ha graduado de Comunicador, pero ya ostenta una envidiable hoja de vida que, unida a su modestia y a su deseo de aprender, harán de él un profesional de promisorio futuro.
Como en Cúcuta vive una numerosa colonia ocañera y los “turcos” también abundan, el año entrante hará una presentación de su libro en esta ciudad.
Vale la pena leer este libro para aprender historia y para conocer de cerca la vida de diversas familias que llegaron de lugares remotos y se acomodaron entre nosotros y hoy forman parte importante de nuestras vidas. El libro de Diego Alexis Pacheco es un buen regalo para testimoniar afectos en este diciembre. ¡Hágale, majito!