Por la marcha actual que tiene el país se pregona un cambio, dejar atrás lo presente y transformarlo bajo conducción de un líder. Es el discurso generalizado de las campañas desde sus cuadros directivos junto al candidato que funge como adalid pero entre unos y otros se destacan los mismos que han estado inmersos en situaciones de las cuales quisiéramos estar ajenos, como la politiquería y la corrupción.
Pensar que un solo personaje provisto de una barita mágica habrá de llegar para gobernarnos con unas políticas diferentes y transformadoras, es una utopía, porque se van a requerir muchos más esfuerzos y tiempo. Las transformaciones no se dan de un día para otro y cuando se han dado de tajo los resultados saltan a la vista en la región por la gestión de líderes que se apoderaron del mandato y cambiaron con un totazo lo establecido y se atornillaron en el mando.
Para algunos no se puede mirar a Venezuela porque se hacen comparaciones inapropiadas, porque no somos lo mismo o porque aquí ya estamos como ese país; son los argumentos utilizados para evadir una comparación con los vecinos. Los que vivimos aquí cerca de la frontera conocemos de primera mano a ese país porque lo vivimos antes y después del gobierno de la revolución del siglo XXI. La diáspora y los niveles de pobreza hablan por sí solos de la trasformación negativa de ese país. Durante muchos años fueron nuestros vecinos ricos y generadores de oportunidades para nosotros. Se sabe bien que las cosas cambiaron y el flujo migratorio invirtió su dirección con el mismo propósito.
El caudillismo y la fortaleza en la palabra del líder que se aprovechó de una coyuntura calaron entre quienes encontraron en ese personaje al supuesto salvador. No solo ha sido la debacle económica uno de los resultados más notorios de los sucesivos gobiernos iniciados por Hugo Chávez en 1999 sino también las libertades cercenadas y las familias separadas. Todo ocurrió cuando muchos esperaban un resurgimiento y dejar atrás todo lo que no funcionaba.
Este es un espejo en el hay que mirarse, mucho más si entre nosotros surge alguien que en apariencia puede asemejarse a quien gestó el declive venezolano y ha manifestado en algún momento simpatías con ese pensamiento y tal vez ahora intente desmarcarse de esa tendencia para evitar señalamientos contraproducentes. Otros países han sucumbido al anhelo del cambio y se encontraron con dictadores que después de años adueñados de la posición de mando no han mejorado la condición de sus gobernados.
Sabemos cuáles son los males estructurales nuestros y están de sobra diagnosticados, a cuya cabeza están la corrupción, una paz total y verdadera, más fuentes de trabajo, educación de calidad y corregir los errores en el sistema de salud; todos producen desigualdades. Pero quien quiera corregir estos problemas tiene que demostrar que ha tenido eficiencia en la administración pública en el pasado y sea esa la carta de presentación que avale sus pretensiones.
No es acabando de zarpazo lo que tenemos, prodigando subsidios o quitándole al que tiene para dárselo al que se levanta tarde, como nos va a llegar el anhelado cambio. Es con la participación de todos en un equipo, con la camiseta puesta trabajando para el beneficio común, respetando la vida y los recursos del estado que son sagrados.
Por la marcha actual que tiene el país se pregona un cambio, dejar atrás lo presente y transformarlo bajo conducción de un líder. Es el discurso generalizado de las campañas desde sus cuadros directivos junto al candidato que funge como adalid pero entre unos y otros se destacan los mismos que han estado inmersos en situaciones de las cuales quisiéramos estar ajenos, como la politiquería y la corrupción.
Pensar que un solo personaje provisto de una barita mágica habrá de llegar para gobernarnos con unas políticas diferentes y transformadoras, es una utopía, porque se van a requerir muchos más esfuerzos y tiempo. Las transformaciones no se dan de un día para otro y cuando se han dado de tajo los resultados saltan a la vista en la región por la gestión de líderes que se apoderaron del mandato y cambiaron con un totazo lo establecido y se atornillaron en el mando.
Para algunos no se puede mirar a Venezuela porque se hacen comparaciones inapropiadas, porque no somos lo mismo o porque aquí ya estamos como ese país; son los argumentos utilizados para evadir una comparación con los vecinos. Los que vivimos aquí cerca de la frontera conocemos de primera mano a ese país porque lo vivimos antes y después del gobierno de la revolución del siglo XXI. La diáspora y los niveles de pobreza hablan por sí solos de la trasformación negativa de ese país. Durante muchos años fueron nuestros vecinos ricos y generadores de oportunidades para nosotros. Se sabe bien que las cosas cambiaron y el flujo migratorio invirtió su dirección con el mismo propósito.
El caudillismo y la fortaleza en la palabra del líder que se aprovechó de una coyuntura calaron entre quienes encontraron en ese personaje al supuesto salvador. No solo ha sido la debacle económica uno de los resultados más notorios de los sucesivos gobiernos iniciados por Hugo Chávez en 1999 sino también las libertades cercenadas y las familias separadas. Todo ocurrió cuando muchos esperaban un resurgimiento y dejar atrás todo lo que no funcionaba.
Este es un espejo en el hay que mirarse, mucho más si entre nosotros surge alguien que en apariencia puede asemejarse a quien gestó el declive venezolano y ha manifestado en algún momento simpatías con ese pensamiento y tal vez ahora intente desmarcarse de esa tendencia para evitar señalamientos contraproducentes. Otros países han sucumbido al anhelo del cambio y se encontraron con dictadores que después de años adueñados de la posición de mando no han mejorado la condición de sus gobernados.
Sabemos cuáles son los males estructurales nuestros y están de sobra diagnosticados, a cuya cabeza están la corrupción, una paz total y verdadera, más fuentes de trabajo, educación de calidad y corregir los errores en el sistema de salud; todos producen desigualdades. Pero quien quiera corregir estos problemas tiene que demostrar que ha tenido eficiencia en la administración pública en el pasado y sea esa la carta de presentación que avale sus pretensiones.
No es acabando de zarpazo lo que tenemos, prodigando subsidios o quitándole al que tiene para dárselo al que se levanta tarde, como nos va a llegar el anhelado cambio. Es con la participación de todos en un equipo, con la camiseta puesta trabajando para el beneficio común, respetando la vida y los recursos del estado que son sagrados.