En asuntos de floreros y de flores, nadie me pone la pata. Soy el florero más importante de todos los tiempos, con decirles que soy el único que abunda en las páginas de la historia. No cualquier florerito de cualquier mesa de centro alcanza los niveles de popularidad que yo he alcanzado. Historiadores, maestros y los que echan discursos veintejulieros no se ahorran palabras para echarme flores.
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Mañana, precisamente, yo estaré de fiesta. Es mi día. Banderas, desfiles con compás mar y bandas marciales saldrán a festejarme. Aviones de combate, tanques de guerra, soldados a pie y policías a caballo, gente aplaudiendo y los dos presidentes sonriendo (el que sale y el que entra), todo el mundo en este país tendrá que ver conmigo mañana en esta celebración.
El presidente que sale, feliz porque dentro de quince días podrá largarse a descansar sin que nadie le joda la vida. Y el que entra, feliz porque dentro de quince días comienza el cambio con los mismos. Pero uno y otro se referirán a mí en sus discursos, arengas y declaraciones.
La historia es ésta: Yo estaba tranquilo en mi vitrina de exhibición de mi propietario, José González Llorente. (Ojo: que yo soy, entonces, el Florero de González, no el florero de Llorente). Mi vistosidad, mi elegancia europea, mi noble figura, muy distinta de los calabazos de los indios, atraían envidias y miradas de los que pasaban por el frente del almacén de mi amo José. Los señores hacían planes conmigo, y las señoras me deseaban para sus adornos hogareños. Pero yo no estaba en venta. Yo era un objeto precioso, de mirar y no tocar.
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Pues bien. Corría el mes de julio de 1810 (Los meses corren, no caminan). La gente de Santafé estaba ardida con el gobierno español por varios motivos. La mermelada, por ejemplo, era sólo para los españoles. A los criollos no les quedaba ni el untao. Los contratos y los buenos puestos eran para los de corbata, no para los del común. Y los impuestos cada día ahogaban más al contribuyente. (Ojo, presidente Petro, con los impuestos: Recuerde que por ahí hay una Primera Línea, que se alborota cuando les hablan de impuestos).
Los de la Oposición estaban ardidos. (Cuando eso la Oposición era oposición. No como ahora que son oposición de mentiras: de abrazo y mordizquito. Y es que ahora se aplica la ley de física que dice que los contrarios se atraen. O como dicen los viejos: Con hambre, perros y gatos comen en el mismo plato). E idearon un plan para tumbar al Virrey, si no les daba parte de la torta.
Y en ese plan, yo fui la figura central: “Le diremos al viejo que nos preste el florero para un banquete. Como el florero es valioso y el viejo es gruñón, no lo va a prestar y entonces le formamos la guachafita y le cascamos y le echamos la indiamenta encima”. Eso decían los organizadores: Caldas, el sabio; Acevedo y Gómez, uno solo; Unos hermanos Morales; un tal Pey; Carbonell, echado pa´lante, y otros.
Dicho y hecho. Llegó el viernes 20 de julio. Don José se negó a prestarme. ¡Claro! Yo no soy una cualquiera para andar de mano en mano, de cocina en cocina, de mesa en mesa. Mi dueño se ofuscó, les dijo unas cuantas verdades y ellos inventaron otras. Se formó la furrusca, llegó más gente y se armó el tierrero. Al final ganaron los revoltosos y todo por mi culpa. La independencia granadina había comenzado, con florero de por medio.
gusgomar@hotmail.com
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