Son mayúsculos los capítulos de violencia atroz en la historia de la humanidad. Se han dado en diferentes épocas como actos de imposición de sistemas de poder con marca religiosa, o de conquista o de entramado político. Se ha llegado hasta el extremismo de la barbarie con suplicios brutales. La inquisición fue un castigo excedido en infamia y abyección, con fanatismo incluido.
Las guerras han impuesto sufrimientos perversos. Muchas formas de gobierno ejercen la represión con procedimientos de exterminio masivo contra quienes no comparten los dogmas predominantes. El esclavismo, adobado de sevicia, ultrajó la dignidad humana. La bomba atómica llegó como la mayor amenaza apocalíptica contra la vida y está prevista para confrontaciones que pueden ser el final de la existencia sobe la tierra. Ya fue utilizada con efectos devastadores.
La Segunda Guerra Mundial atizada por el talante criminal de Adolfo Hitler, consumó un holocausto con los efectos de la más cruel desolación. Una tormenta de muerte sin compasión. El tirano alemán pretendió someter el mundo a sangre y fuego, para imponer la llamada raza aria y en esa carrera marcada por la demencia del poder generó las peores agresiones conta la existencia humana. Todavía no se ha borrado esa historia infernal. Tiene oficiantes activos, como el hoy primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu.
En el panorama mundial Netanyahu encarna hoy la figura de un criminal de guerra, así él insista en justificar su irrefrenable impulso de victimario con acusaciones contra Hamás, también alineada en la causa de la violencia y protagonista de escaladas criminales.
Pero la respuesta a Hamás no puede ser el genocidio recurrente consumado por Netanyahu contra los palestinos.
Los bombardeos de Israel sobre Gaza han dejado un enorme exterminio de vidas. Entre las ruinas causadas por las operaciones bélicas se cuentan cadáveres de niños, mujeres, ancianos, enfermos y de otros civiles indefensos. También hacen parte de ese inventario los escombros de hospitales, establecimientos educativos, viviendas de familias sacrificadas. Son miles de víctimas atrapadas por la furia de un gobernante que se precia de ejercer una venganza de odio imponiéndole la muerte a una comunidad marginada de los actos de violencia de Hamás.
Netanyahu generaliza la muerte con un menosprecio ofensivo por el pueblo palestino, al cual trata como enemigo acérrimo. No le importa que su insistencia criminal sea desproporcionada con respecto a la agresión cometida por Hamás en territorio de Israel.
Las críticas a esa desmesurada carrera criminal de Netanyahu no es antisemitismo. Es la reacción legítima de quienes defienden el derecho a la vida como prioritario. Su desconocimiento equivale a una complicidad con quienes violan los derechos humanos y creen que el poder es para ultrajar.
La comunidad internacional, a través de los organismos que la representan y de los gobiernos comprometidos con la paz y la democracia no deben bajar la guardia en la protección de la vida y les corresponde ser solidarios con los palestinos y rechazar el desbordamiento genocida del primer ministro de Israel, a quien sus propios compatriotas desautorizan en su comportamiento exterminador.
Ninguna violencia puede tener alabanzas. Decía Stefan Zweig: solo es santa la vida.
Puntada
La movilización de la población colombiana afrodescendiente en defensa de los derechos es un buen aporte a la democracia.
ciceronflorezm@gmail.com
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