La del viernes pasado fue encuentro muy oportuno en “El CINCO A LAS CINCO” en donde uno de los analistas políticos más estudiosos y objetivos en Colombia, Ariel Ávila, hizo una radiografía de la situación de violencia que vive la frontera y la zona del Catatumbo. Fueron varias las conclusiones que relevó, la mayoría preocupantes: el área metropolitana de Cúcuta es de lejos la zona más violenta hoy por hoy en el país. Estamos atrapados en algo así como la “tormenta perfecta”, en donde es tan lucrativo el negocio de las drogas, la minería ilegal, la trata de personas y todas las ganancias que genera la frontera cerrada que ni aún con milagros podemos acabar con la violencia en la región, que se va a extender al menos por tres años más. Según su análisis Maduro puede caer aproximadamente en unos tres años.
El origen de toda esta confrontación es la reconfiguración del territorio. Según Ávila, hace tres años cuando se firmó el acuerdo de paz las Farc cumplieron y abandonaron el territorio. Según su apreciación el ELN gana hoy en día la guerra en el Catatumbo, pero lo que sucede en esa lucha armada, es que ningún grupo es lo suficientemente fuerte para ganarle a los otros. En esa realidad, quienes se van más afectados, los más vulnerables, es la población civil porque las señalan que ocasiones pueden ayudar a unos u otros, y ahí vienen las muertes, las masacres. En otro de sus análisis abordó el proceso electoral que se avecina hacia el próximo año, con elecciones en el 22, reiterando que una de sus mayores preocupaciones es que aparezca en el escenario un populista, un demagogo y llegue a ganar la presidencia. Es decir, en ese análisis, no ganaría ni Petro, ni Fajardo, Vargas Lleras o Paloma Valencia.
Hizo otras referencias el expositor que llamaron la atención. Ante esa realidad en la que tenemos una explosión de economías ilegales, dice Ávila, la corrupción en la región es brutal, generando un efecto devastador y es la generación de un espacio ideal para el crimen. Lo vemos todos los días. Llamó la atención su apreciación sobre el papel que juegan las Fuerzas Militares en esta “tormenta perfecta”, expresando que estas no están combatiendo a ninguno de los grupos que genera violencia en la región. La denominó una estrategia de manos caídas. Frente a todo este panorama, insistió ante algunas de las preguntas de los participantes sobre la posible solución, que por ahora no las hay. No existen los milagros.
No dejó de hacer una referencia a los gobernantes que tenemos. Fue categórico el expositor: “De lo que he visto en el país, esta es una de las regiones más masoquistas en política que conozco. Siempre vuelven a elegir lo peor. Norte de Santander y la Guajira se parecen en eso”. La directora Estefanía Colmenares le formuló un interrogante sobre la injerencia de los carteles mejicanos hoy en día en la región, respondiendo Ávila que creía que se trata especialmente de los emisarios, de quienes hacen negocios e inversiones, y no directamente la guerra.
Y en esa tormenta perfecta en la que nos encontramos, sin una salida posible hacia los próximos tres años, de otro lado cumplimos cinco años de cierre de la frontera en la crecen día a día la ilegalidad y los crímenes y que para colmo Maduro acaba de cerrar el reducido espacio que quedaba, en donde pasaban 300 venezolanos que podían regresar a sus tierras. Ahora ni siquiera eso. Es decir, y con el virus disparado, peor imposible. Y en esa tormenta perfecta, que ya promete ser una de las más complejas y destructivas que en muchos años hemos vivido en la frontera, falta ver los alcances de la noticia que el pasado viernes anunció El Tiempo: Venezuela le está comprando misiles a Irán. Se agrava la tormenta, porque un país con la crisis alimentaria que padece, con más de 5 millones de sus ciudadanos que dejaron angustiados el país, y ahora quedaron en el peor de los exilios, atrapados en varios países en América Latina, pero que por el otro lado esté empeñado en comprar misiles, es decir, hace 2.000 años ni Jesucristo llegó a pensar a pensar que por estos lados del mundo sus milagros eran imposibles.