Por ahí andan con el cuento de que otra vez la tal Covid 19, más conocida como la pandemia, está tomando fuerza en algunos lugares de la tierra, entre ellos nuestra región, tal vez por estar cerca de Venezuela. La noticia es escalofriante, porque aquella pandemia nos dio muy duro. Se llevó mucha gente, entre ellos muchos amigos del alma y compañeros de una cosa y de la otra.
“Y todo por un murciélago”, titulé un libro que publiqué en ese entonces, y en su prólogo dije lo siguiente: “Le echaron la culpa al murciélago, tal vez por lo feo. A los feos siempre les (nos) va mal. Que la pandemia y la mortandad en el mundo entero se debían a un exquisito plato que consumieron los chinos, murciélago encebollado, por allá por el año 2019, y que el murciélago estaba contaminado de sustancias venenosas, y así comenzó el contagio que llegó hasta los confines de la tierra.
Verdad o mentira, nunca se supo, porque los chinos pusieron el grito en el cielo y amenazaron con bombas y demandas si seguían hablando pestes de la comida china. Los científicos y los periódicos recularon y aparecieron otras versiones, tratando de sacar al murciélago en limpio, pero ya el daño estaba hecho. De ahí en adelante el murciélago tuvo que cargar con la culpa de la pandemia”.
Después salieron muchas otras leyendas. Dijeron que no era el murciélago sino que un experimento que estaban haciendo en algunos laboratorios les había salido mal y el virus se les escapó de las probetas y se regó por pueblos y caminos.
Algunos dicen que la peste de ahora es una nueva cepa del covid 19, más brava que la anterior, y que debemos estar preparados porque se avecinan malos tiempos. Otros aseguran que lo malo no es el covid sino las vacunas, que son ellas las que mataron y siguen matando mucha gente. Y entonces, uno no sabe a quién creerle.
Sobre las vacunas yo tengo una experiencia muy amarga y dolorosa. Estaba yo en la escuela cuando llegó a Las Mercedes una brigada de salud, vacunando a la gente contra la viruela y contra el sarampión. Los niños les teníamos mucho miedo no sólo por la aguja que la enfermera le clavaba al paciente, sino porque nos tocaba bajarnos los calzoncitos en plena calle y ante una mujer distinta de la mamá. Cuando nos tocó el turno a los niños de la escuela, la maestra nos sacó en fila y nos llevó hacia la casa cural donde era el lugar del sacrificio. Al pasar por la plaza, donde pastaban bestias y gallinas, los muchachos más grandes pegaron la estampida, salieron corriendo en diversas direcciones y los pequeños los seguimos. Nos regamos por todo el caserío y la maestra y los policías también corrían a la pata de nosotros.
Poco a poco nos alcanzaron y a ferulazos y a correa nos llevaron donde la enfermera nos hacía empelotar. Lo grave no fue tanto la chuzada ni el castigo, sino el tener que mostrarles las nalgas a unas señoritas vestidas de blanco. Yo quedé traumatizado de por vida. Si es necesario, me empeloto, sí, pero con la luz apagada.
Le dije a un amigo lo peligroso de las vacunas y me contestó: “Entre Petro, las vacunas, el virus y la primera línea, van a acabar con el país. ¡Y nosotros con los calzones abajo”!
La ñapa: La hora se acerca. La cita es el jueves 29 de febrero en el teatro Zulima, a las siete de la noche.
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